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Aberraciones sexuales medievales
Por: Dejusticia | abril 14, 2011
Los delitos sexuales del comandante de las AUC en la Sierra Nevada de Santa Marta, Hernán Giraldo, alias ‘El Taladro’, recuerdan las tendencias medievales del control que ejercían los señores feudales sobre sus vasallos. Además de los derechos de los señores sobre la tierra, el respaldo en la guerra y el acceso a los frutos cosechados, éstos tenían la posibilidad de tomar a las doncellas de sus feudos, a cambio de la protección otorgada. Esto último se conoció como el derecho de pernada.
Pese a estar en pleno siglo XXI, cada vez que se revelan verdades sobre el conflicto se muestra a la imagen de los paramilitares como los señores de sus tierras y con un dominio absoluto de la población, como ocurría en épocas medievales. De acuerdo con los medios de comunicación, como si fueran objetos sexuales, más de 50 niñas que en su mayoría no superaban los 14 años, fueron parte del método de control que ejerció este líder paramilitar en la zona. Lo más grave fue la actitud de muchas de las familias de las niñas que fueron cómplices frente a los hechos. Aunque esto nos parece hoy una aberración y que muchas cosas han cambiado desde el medioevo, las conductas de alias “el taladro” en su zona de control no difieren mucho de lo sucedido en épocas pre-modernas.
Algunos alegarán que las mujeres de Hernán Giraldo lo hicieron por su propia voluntad, y que no habría cabida a los delitos sexuales. La pregunta entonces es qué tipo de consentimiento existe, especialmente en el caso de las niñas menores de 14 años, cuando una región del territorio nacional está bajo el control de un grupo armado y bárbaro, y donde una negación lleva implícita una sentencia de muerte.
Luego de arduas investigaciones por parte del grupo de Memoria Histórica de la CNRR, versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía y estudios de organizaciones como la Corporación Humanas, los medios de comunicación han empezado a describir la realidad de un tipo de violencia sexual en el conflicto colombiano, que a primera vista parecería simplemente el fruto del consentimiento de las partes. Más de 24 hijos producto de estas violaciones fueron incluso reconocidos por Giraldo, como lo reveló Verdad Abierta.
Los beneficios en los que la mercancía de intercambio era las niñas jóvenes, porque en palabras de Giraldo «las mujeres mayores lo salaban», no se hicieron esperar. En una zona del territorio donde los recursos eran escasos esta forma de trueque se volvió la regla. El hecho de que alias “el taladro” tuviera vínculos de sangre con múltiples familias de la región podría llegar a implicar un mayor control y un respaldo absoluto de quienes se convertían en sus “siervos”. Adicionalmente, uno podría pensar que para las familias que muchas veces entregaban a sus propias niñas al “Señor” de la Sierra, ello significaba alcanzar un nuevo estatus en la zona, y la protección del “Patrón”. Las únicas que perdían en este juego eran las mismas niñas, quienes sin tener voluntad para sostener relaciones sexuales quedaban marcadas como propiedad del paramilitar, y cerraban para siempre su posibilidad de mantener una relación afectiva con cualquier otra persona.
Detrás de todo esto, están violaciones constantes que respaldan el imaginario de mujeres como botín de combate y como objetos sexuales usados por “los señores de la guerra” para alcanzar sus propios objetivos. Hoy por hoy, las niñas y mujeres de la Sierra Nevada apenas empiezan a denunciar los hechos de los cuales muchas fueron víctimas, que incluso podrían configurarse como delitos de lesa humanidad. Las denuncias son apenas incipientes. Esto se debe, entre otras cosas, al control que de manera absoluta ejerció alias “el taladro”, a través de casi 30 años de violación en violación.
En una región con Estado ausente, y en la que las familias utilizan a sus niñas como bienes para obtener ciertos beneficios, se facilita el control de personajes como “el taladro”. El consentimiento de las vulneradas, por supuesto, pasa a un segundo plano. Eso me recuerda la realidad de muchos sitios en Colombia perfectamente descrita por uno de tantos desplazados por la violencia: “En este país hay que obedecer al que manda, aunque el que mande, mande mal”.