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Adiós al tinto con cigarrillo

PERTENEZCO A LA PRIMERA GENEración que detesta el cigarrillo. Crecí, como muchos, viendo a mis padres fumar dos paquetes diarios y chupando todo el humo del mundo.

Y experimenté en la adultez la agonía de sus infartos y fallas pulmonares, que finalmente pararon el vicio que casi se los lleva. Así que hablo con la autoridad del fumador pasivo que se ha ganado su indignidad a pulso.

Si todo fuera asunto del pasado (de abuelos con pulmones de carbonero y padres con rinitis crónica), vaya y venga. Pero la indignación se debe a que las compañías de cigarrillos se están apropiando del futuro: de los niños y los adolescentes de los países en desarrollo como Colombia, hacia donde han enfilado su publicidad agresiva y estrategias amañadas para compensar los mercados perdidos en el Primer Mundo.

Como lo dijo la directora de la Organización Mundial de la Salud en la reciente celebración del día mundial contra el tabaquismo, “para sobrevivir, la industria del tabaco necesita reemplazar con consumidores jóvenes a los que han muerto o dejado de fumar…, mediante una compleja red de mercadeo de cigarrillos que atrapa a millones de jóvenes alrededor del mundo”. Por eso, según la misma OMS, la mayoría de fumadores en el mundo comienza antes de los 18 años y casi el 25% lo hace antes de los 10 años.

Así que bienvenidas todas las medidas que hagan la vida más difícil a los mercaderes y consumidores de cigarrillos, como la que acaba de sacar el Ministerio de Protección Social prohibiendo fumar en recintos cubiertos de todo tipo. Por fin serán desterradas las zonas cerradas de fumadores de restaurantes, aeropuertos, universidades y demás espacios. Por fin se podrá ir a un bar o a una discoteca sin salir con “guayabo de cigarrillo”, ese que, según un artículo de la revista Circulation, nos da a los fumadores pasivos porque con frecuencia sufrimos entre el 80% y el 90% de los efectos nocivos que tienen los que nos fuman al lado.

Pero lo de los bares es apenas un primer paso. Porque todos los estudios independientes muestran que se necesitan también las otras tres medidas que ordena el Convenio Marco para el Control del Tabaco, que es la legislación mundial sobre el tema y que finalmente ratificó Colombia hace unas semanas.

La reforma clave es el aumento drástico de los impuestos sobre el cigarrillo y el control del contrabando. La lógica es simple: si los cigarrillos son caros, la gente (especialmente los menores) lo piensa dos veces. Y los impuestos recolectados ayudan a compensar los costos exorbitantes que pagan los sistemas de salud para atender las enfermedades continuas de los fumadores.

Por ejemplo, según el periódico médico The Lancet, el aumento del 32% en el impuesto al cigarrillo en Nueva York fue el factor decisivo para reducir en 200.000 el número de fumadores en apenas dos años. El lío, claro, es que esta medida no les gusta a los políticos ni al lobby de las compañías de cigarrillos. Por ello, supongo, no está en ninguno de los proyectos de ley sobre el tema que cursan en el Congreso colombiano.

Las otras medidas esenciales son la prohibición absoluta de la publicidad sobre cigarrillos y la realización de campañas amplias de educación sobre los riesgos del vicio. La palabra la tienen el Gobierno, el Congreso y los alcaldes. A ver si podemos evitar que se consuma otra generación a bocanadas.

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