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Arbitros y Televisión
Por: Mauricio García Villegas | Junio 27, 2006
La incertidumbre debería provenir de la competencia, no de errores del árbitro.
El miércoles de la semana pasada los argentinos conmemoraron ? y con ellos la prensa global? veinte años de la fecha gloriosa en la cual Diego Armando Maradona, en el mundial de 1986, hizo un gol con la mano contra los ingleses. Me pregunto qué es más extraordinario, que se pueda hacer un gol con la mano, o que los argentinos lo celebren. Sea lo que fuere, lo cierto es que si se puede lo primero, ¿por qué no habría de poderse lo segundo?, es decir, ¿por qué no habría de celebrarse?
La verdad es que se puede hacer un gol con la mano; como también se puede hacer un gol estando en fuera de lugar, o cometiendo una falta, o incluso sin que la pelota entre al arco. Claro, todo eso con una condición: que el árbitro no se entere. Por eso, tiene razón un hincha argentino cuando afirma que en el fútbol ganan los más astutos, Maradona a la cabeza.
Pero más extraordinario que todo lo anterior es que quienes dirigen el fútbol actual no quieran que el árbitro evite buena parte de esos errores. Porque se pueden evitar. Y ello gracias a la televisión. Bastaría que el árbitro, en caso de duda, le consultara a un colega situado frente a una pantalla de televisión.
Pero no, lo que sucede es que los millones de personas que ven un partido y que tienen la posibilidad de observar las jugadas a través de varios ángulos, de repetirlas, e incluso de analizarlas en cámara lenta, suelen tener más elementos de juicio que el mismo árbitro.
Si el público no tuviera la posibilidad de confrontar la imagen televisiva con la decisión del juez ?como sucedía antes?, muchos errores del árbitro no serían apreciados por nadie y ese árbitro sería un juez adecuado para el grado de información existente en ese juego.
Lo que resulta absurdo es que el árbitro llegue a tener menos información que quienes ven el partido por televisión.
A algunos les parece que esta incapacidad arbitral es parte del juego, o que, en el peor de los casos, es una fatalidad que no le quita encanto a un buen partido. A mí, en cambio, me parece que estos errores no solo deslucen la competencia sino que acentúan el carácter fortuito del juego y, en alguna medida, alimentan el sentido seudorreligioso que tiene hoy en día la pasión por el fútbol.
A falta de mitos y dioses, el mundo occidental ha hecho del fútbol una devoción ?con sus liturgias, sus santos, sus sacerdotes y su iglesia? que poco favorece el juego competitivo.
Los locutores deportivos suelen repetir la frase «en el fútbol nada está escrito» o «en el campo de juego todo puede suceder». Es cierto. Más aún, parte del encanto de este juego radica en la incertidumbre que tienen los resultados.
Pero la incertidumbre debería provenir de la competencia misma, del talento y de jugadas, no de los errores del árbitro. De lo contrario, la pasión por el fútbol, que es un juego, se confundiría con la pasión que se tiene por los juegos de azar. Un azar, además, con visos seudorreligiosos.