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Barranquilla, blanco porcelana
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | Abril 9, 2013
El dato es que Barranquilla es la metrópolis más segregada de Colombia: blancos y negros están separados por fronteras invisibles entre los barrios que habitan, mucho más que en otras ciudades tradicionalmente discriminadoras, como Cali o Cartagena. De hecho, el índice de segregación residencial barranquillera es similar al de ciudades con verdaderos guetos afrodescendientes, como Chicago. Así lo muestra un estudio del Observatorio de Discriminación Racial y la Universidad del Rosario, basado en cifras del censo y pronto para publicación.
El caso es una tutela que hace visibles algunas de las líneas divisorias de la geografía barranquillera. Todo comenzó con Blanco porcelana, una obra de la artista Margarita Ariza que fue exhibida en el sistema de transporte público de Barranquilla. Ariza acudió a su propia historia y la de su familia para capturar las sutilezas del racismo. “Blanco porcelana” era el color de piel de su abuela, según lo repetían sus tías para censurar el contraste con cualquier rasgo “negrito”: el color y la textura del pelo de la propia Margarita, la piel bronceada de una prima, el prospecto prohibido de un marido “oscurito”.
Hasta aquí, el caso no tiene nada de peculiar, porque comentarios racistas de ese tipo se oyen a diario en familias de todo el país. Pero Ariza fue más allá al incluir fotos e historias familiares en el folleto de la exposición. Por ejemplo, una carta enviada por una amiga de su mamá cuando ésta iba a dar a luz, en la que, como era costumbre, venía un supuesto mensaje del bebé por nacer, que decía: “me gustaría tanto ser tal como tú imaginas, gordito, rosado, de pelito rubio y de ojitos claros, pero si acaso no soy así…. no te aflijas por eso”. La exposición traía también imágenes de la propia artista recreando las prácticas de belleza que le enseñaron desde chiquita para “blanquearse”, como teñirse los vellos, aplicarse polvos o cubrirse de protector solar.
La otra particularidad del caso es que la Alcaldía de Barranquilla, con buen criterio, apoyó la exposición. De hecho, le dio un premio que le abrió el espacio de Transmetro para que los barranquilleros se detuvieran un momento y se vieran, literalmente, en el espejo del racismo.
Una reacción distinta tuvieron algunos parientes de Ariza. Aunque la exposición no inculpaba a nadie en particular (y, de hecho, dibujaba una imagen cariñosa de la familia), malentendieron la idea y tomaron como asunto personal lo que era una obra autobiográfica con un mensaje general. Alegando que la artista requería su consentimiento para usar las imágenes y las historias familiares, iniciaron una acción de tutela para que un juez censurara la obra y ordenara mutilar las páginas (impresas y virtuales) donde aparecían.
Lamentablemente, los jueces de tutela les dieron la razón. Olvidaron que la Corte Constitucional ha fijado criterios muy estrictos para limitar la libertad de expresión, especialmente cuando se trata de obras de arte. Sin esa libertad, nunca saldrían al aire verdades incómodas, como el racismo. Ojalá la Corte revise la tutela y corrija el fallo.
“Los colombianos festejan como suyo el aniversario de una ciudad próspera, alegre y tolerante, en la que se funden las más variadas razas y culturas”, decía el editorial de El Tiempo. Muy cierto; hay que celebrar el aniversario de Barranquilla. Pero también reflexionar sobre cuánto se han fundido, en realidad, sus razas y culturas.