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Baruleras Poderosas

A las luchas de resistencia del pueblo de Barú ahora se le suma el liderazgo de un grupo de mujeres que se organizan para hablar de educación sexual. Su activismo contribuyó a la reducción del embarazo adolescente de 18 a 4 casos entre 2018 y 2019.

Por: Adriana AbramovitsMayo 13, 2023

Entre los pasillos del colegio Luis Felipe Cabrera, la única escuela pública de Barú, se corrió la voz: “Veámonos después de clase para hablar de lo que nadie habla”. Desde hace una década, de los 820 estudiantes, entre 15 y 20 niñas y adolescentes quedaban embarazadas cada año. Esto representaba al 20% de la población reproductiva de la institución. Sin programas pedagógicos que rompieran estas trampas de pobreza, lo normal era que las adolescentes abandonaran el colegio para siempre.

Ese primer encuentro se dio en la Casa Rosada, una locación disponible para actividades culturales en el centro de Barú, a pocos pasos de La Bonga, un imponente árbol que funciona como uno de los principales sitios de encuentro. Ese día llegaron 20 mujeres, se sentaron en círculo para poder oírse y verse a las caras; la profesora de inglés y sociales, Mariana Sanz de Santamaría, lideró el espacio y afloraron debates importantísimos sobre el cuerpo, la menstruación, la maternidad y qué hacer frente a situaciones de violencia.

Lo que empezó como un encuentro casual desencadenó otros espacios de diálogo íntimos, extracurriculares y voluntarios que nombraron círculos de mujeres. En cada sesión iban surgiendo nuevas inquietudes sobre lo que significaba ser mujer en Barú, y se reforzaban prácticas de autocuidado y consentimiento. Entonces pasó. Ante el fervor de las mujeres haciendo comunidad, organización y resistencia, decidieron nombrarse ‘Baruleras poderosas’.

De la dominación de la tierra a la dominación del cuerpo

Uno de los espacios que más frecuentan las Poderosas es Playa de los Muertos, un antiguo cementerio indígena del siglo XVI, época en la que Barú dejó de ser península y se convirtió en isla.

La isla de Barú que conocemos hoy en día ha estado marcada por las luchas de autodeterminación y reconocimiento de las comunidades afrodescendientes. Las tensiones frente al control del territorio por nuevos colonos adinerados se evidencia en las distintas formas de propiedad y en cómo Cartagena, una de las ciudades que genera mayores ganancias económicas por cuenta del turismo, tiene corregimientos insulares y rurales como Barú, donde se destruyen amplios ecosistemas de manglar para construir hoteles y lujosas casas de descanso, mientras sus pobladores carecen de servicios básicos, como acueducto, alcantarillado y un sistema básico de recolección de basuras.

La dominación de la tierra también implicó otra forma de sometimiento: la del cuerpo. Las dinámicas de la colonia instalaron en Barú estereotipos de género que aún permanecen vigentes. En una isla que depende absolutamente de la economía del turismo, los hombres, como fuerza de trabajo, se vinculan principalmente a labores relacionadas con la construcción, la pesca y las plantaciones. Mientras que las mujeres se dedican al trabajo doméstico de limpieza y atención a los turistas, así como al trabajo no pago en sus familias, donde por muchos años fueron normalizados los embarazos en adolescentes y las maternidades no deseadas.

En este último punto, Barú no se aleja de la realidad nacional. El informe más reciente de la OCDE (2022) reveló que Colombia es el segundo país con la tasa más alta de embarazo adolescente en América Latina y, según el DANE, los nacimientos en niñas menores de 14 años incrementaron un 43% entre 2020 y 2021. Por eso, implementar contenidos de género en la formación básica se vuelve una necesidad que debe estar cubierta en todo el país, adoptando las singularidades de cada territorio.

Para el 2018, momento en el que Poderosas se empezó a tejer como una red de apoyo, la institución Luis Felipe Cabrera negaba a las profesoras incluir estos temas dentro del currículum académico. Esta situación está también representada en toda Colombia, pues según el último informe del índice welbin (2022) sobre bienestar escolar, 7 de cada 10 docentes no están capacitados en sexualidad humana y derechos sexuales y reproductivos. Lo que indica que hablar de embarazo adolescente en Barú remite a un pasado de racismo, machismo y colonialismo, pero hace parte de una realidad mucho más amplia que está presente en todo el país.

El quiebre del tabú barulero

Tres de las primeras Poderosas, Miramar Bamo, Deyageorgina Rodríguez y Johandris Medrano, cuentan que el pueblo estaba lleno de mitos alrededor de la menstruación. Algunos de los que recuerdan: “Si estamos sangrando, no podemos estar descalzas; que ni se nos ocurra cocinar dulces de papaya, porque se dañan; si visitas una cosecha de flores, las rosas se mueren; si entras a una gallera, se emboban los gallos; si te montas en una moto, se espicha la llanta”. En otras palabras, el ciclo menstrual permitía justificar cualquier tragedia o conducta machista.

“Siempre nos enseñaron a ser rivales, pero las mujeres, como las aguas, cuando se juntan crecen”, dice Johandris Medrano.

“Nos hicieron creer que nuestra sangre es mala, sucia y que no es poderosa. Pero ahora me siento poderosa cada vez que llega la menstruación porque conozco sus propiedades curativas y me recuerda que estoy sana”, cuenta Marimar Bamo que, como indica su nombre, vino al mundo en medio del mar; es estudiante de cocina, activista barulera y mentora de Poderosas. Hoy Marimar lidera también círculos de lectura con niñas y niños para hablar del cuerpo y las emociones.

La creación de Poderosas activó las alertas de algunos padres y directivos del colegio que sentían que esta iniciativa era una “incitación a tener relaciones sexuales”, sin embargo, en muy poco tiempo, los resultados de este despertar hablaron por sí solos: el embarazo adolescente se redujo de 18 a 4 casos entre el 2018 y el 2019.

Susana de la Rosa Hernández, mamá de Gabriela Martínez, de 9 años, cuenta que su hija ya no se deja llevar por el “tabú barulero” y ahora sabe de prevención y de métodos anticonceptivos. “El otro día me dijo: necesito una copa menstrual, y me pareció impresionante, porque estamos cortando con las raíces machistas que todavía nos corretean”, dice Susana.

Cristina Hernández, de 75 años, es la abuela de Ana Sofía y Gabriela Martínez de la Rosa.

A los círculos de Poderosas también se han sumado hermanas, madres, abuelas y otras mujeres de comunidades vecinas. Cristina Hernández, abuela de Gabriela, participó por primera vez a sus 75 años: “¡Nos dijeron que habíamos nacido por la axila!”, bromea, mientras recuerda que sus padres nunca hablaron de manera frontal sobre estos temas, y que ahora ella lo hace sin tapujos con sus nietas.

Mariana Sanz de Santamaría, directora de Poderosas, conocida por sus estudiantes como “La seño”, cuenta que, cuando llegó a Barú, su bandera no era el feminismo, sino la educación. Pero rápidamente entendió que el feminismo lo permeaba todo: “Si no partíamos por fortalecer el poder de decisión, el autoconocimiento y el pensamiento crítico, era imposible luchar contra las violencias basadas en género que perpetúan las desigualdades. Yo vine a conocer qué es el feminismo con las baruleras”.

“La seño” llegó a Barú con el programa de docentes de Enseña por Colombia. Muy rápidamente la falta de asistencia a clases de las niñas y adolescentes a causa de la menstruación y la normalización de los embarazos adolescentes la llevaron a convocar estos encuentros extracurriculares, que hoy siguen siendo el corazón de Poderosas. Estos círculos de formación, liderazgo y educación sexual, están condensados en módulos entre 10 y 15 sesiones, con la posibilidad de adaptarse a las necesidades de cada territorio.

Esta semilla que plantea una nueva forma de educación sobre derechos sexuales y reproductivos se extendió por el territorio colombiano y ahora da sus frutos en el Urabá antioqueño, La Guajira, Cundinamarca, Arauca, Bolívar, Chocó y el Valle del Cauca, donde se han creado nuevos grupos de Poderosas, impactando a más de 2.000 niñas y jóvenes. En el 2023 se pusieron una meta colectiva: que los hombres también participen en los círculos de palabra, y ya algunos se empezaron a acercar.

En Barú, las mujeres han sido y son más que nunca Poderosas: hablan de sororidad, buscan relaciones donde se valora el cuidado mutuo y la responsabilidad afectiva. Se conversa abiertamente de deseo, placer y derechos. Las niñas y jóvenes identifican las distintas manifestaciones de violencia y conocen las alternativas para responder asertivamente. También comparten las ideas que tienen sobre lo que representa una familia y reflexionan sobre sus planes a futuro, mientras en el colegio no se dejan intimidar si alguien les dice que su sangre es “sucia”.

Y entonces, el gallo no se embobó, la moto no se quedó varada, el dulce de papaya no se dañó, la flor abrió directo al sol. Las niñas asistieron a clase, las mujeres expandieron su liderazgo al ritmo de la champeta, los hombres se sumaron con respeto y entusiasmo y las poderosas salieron a celebrar la vida en Playa de los Muertos.

(*) Investigadora de Dejusticia

(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.

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