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Basuras ricas, basuras pobres
Por: Vivian Newman Pont | Enero 19, 2013
Si no queremos tirar el mundo a la basura, tenemos que aprender a reciclarlo.
Enero de 2013. Una capital europea cualquiera. Décadas de preocupación por el medio ambiente (también décadas de consumo contaminante, pero ese es otro problema con otra solución). Años de educación escolar sobre la separación de las basuras. Seis contenedores de diferentes colores para reciclar y campañas publicitarias pedagógicas para su correcto uso. Sólo a los niños muy pequeños y a los extranjeros, hay que explicarles cómo hay que botar las basuras.
-¿Dónde tiro los envases? Los plásticos y las latas en el contenedor amarillo.
-¿Dónde las botellas de vidrio? En el verde.
-En el azul van los periódicos y papeles.
-En el contenedor marcado con una flecha van las pilas.
-¿Y los residuos orgánicos? En el marrón y si no estás seguro, en el gris. Al gris va lo demás, incluido aquello en lo que haya duda.
Todo llega a una planta de separación, donde, según el contenedor, la basura es sometida a un proceso automatizado de mayor depuración. Imanes gigantes atraen los metales de las latas, rayos infrarrojos contribuyen a la división y finalmente la misma gravedad tiene un rol de separación de desechos. Al terminar, hay personal que se encarga de corregir los errores y filtrar los últimos objetos no deseados.
Queda entonces todo lo del contenedor gris, junto con los objetos mal clasificados de los otros contenedores. Para deshacerse de ello hay que hacer un hueco enorme en un descampado. Este hueco se cubre con una especie de pañal gigante a donde se tira todo lo que no se puede reutilizar. El pañal evita que los líquidos se filtren a la tierra y hagan mayores daños y los reconduce a las alcantarillas. El hueco se llena, digamos cada cierto tiempo, según la población a la que sirve y se cierra el pañal. Después, hay que comenzar de nuevo con otro hueco y otro pañal.
Enero de 2013. Una capital andina. Los recicladores son personas que recorren a pie o con zorras las calles a la luz de la noche. Escarban en los andenes, separan y revenden. La automatización por supuesto no existe. Las conciencias de los ciudadanos ignoran por completo el daño que hacen al medio ambiente cada noche que sacan sus bolsas negras a las calles y la riqueza que aportaría un trabajo sencillo y cotidiano de separación de basuras.
No voy a caer en el lugar común de criticar la nueva hoja de ruta de Petro conocida como Basura Cero. Ya está claro que la idea de vincular a los recicladores directamente al negocio de las basuras es buena pues al ofrecer oportunidades ataca el sistema de desigualdad imperante en la región. Pero la ejecución ha sido excesivamente improvisada, llena de errores y tropiezos que han puesto en riesgo a la ciudad.
Quisiera más bien rescatar lo que hay de bueno en esta iniciativa que debería trascender al gobierno que la propone. Por un lado, se pone el tema de las basuras en la agenda pública e individual, pues no tenemos historia de pedagogía ni de educación o intervención ambiental pública. Por otro, cada persona pone su granito de arena en el reciclaje. Para ello, si bien no hay contenedores multicolores, sí se propone por lo menos comenzar una etapa en blanco y negro. Una separación simple: bolsas negras para residuos orgánicos como restos de comida y residuos sanitarios y bolsas blancas para todo lo demás. Porque a nuestro gran pañal, el relleno de doña Juana, le queda según los expertos sólo un año de vida útil.
En el duro camino hacia un desarrollo consciente del daño que hacemos al medio ambiente, ojalá sea un buen comienzo.