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Brasil y América Latina
Por: Mauricio García Villegas | Noviembre 6, 2009
MI ORGULLO DE LATINOAMERICANO sufrió un primer tropiezo hace muchos años, cuando estaba en el colegio y el profesor de historia explicó que en el siglo XVII, la isla conocida como La Española (hoy Haití y República Dominicana) era mucho más rica que las trece colonias inglesas (hoy los Estados Unidos), pero que tres siglos más tarde, los Estados Unidos se convirtieron en una potencia mundial y el resto de América Latina siguió en la inopia.
Pues bien, por estos días siento un desmedro similar de mi orgullo regional cuando leo las noticias sobre la enorme brecha que se ha ido creando entre Brasil y el resto de los países del continente latinoamericano.
Si todos padecimos el mismo fardo colonial —en 1800 Brasil era una de las regiones más atrasadas del continente—, ¿cómo explicar el avance extraordinario de este país y el rezago de los demás?
A mi juicio, ello se debe, en buena parte, a que Brasil ha tenido mejores gobernantes, incluso mejores caudillos, que el resto de América Latina.
Sólo voy a dar dos ejemplos. El primero es el de Don Pedro II, quien gobernó entre 1840 y 1889 (la monarquía brasileña duró casi un siglo). Don Pedro era un monarca peculiar para su época: defendió ideas liberales, gobernó según los dictámenes de una constitución, promovió la ciencia y las artes, acabó con la esclavitud, fomentó el libre comercio, creó un sistema de educación pública y se opuso con todo su empeño a los privilegios de la vieja sociedad colonial. En su gobierno se consolidó un Estado eficiente, tolerante y sometido a la ley. No sólo eso: mientras el resto de América Latina vivió un siglo de guerras civiles, levantamientos y golpes militares, Brasil, gracias a esa monarquía liberal, vivió casi un siglo de paz y progreso. La siguiente anécdota lo dice todo: cuando Víctor Hugo se encontró con don Pedro II en París, le dijo lo siguiente: “Por fortuna en Europa no tenemos monarcas que se parezcan a su majestad”. “¿Por qué?”, le preguntó don Pedro. “Pues porque perderíamos el interés por las repúblicas”, le contestó Víctor Hugo.
El segundo ejemplo no es menos impresionante. Se trata de Getulio Vargas, quien gobernó el país por casi veinte años entre 1930 y 1954. En dos ocasiones llegó al poder con ayuda de los militares. No obstante, durante sus gobiernos el país se industrializó, surgió una clase media importante, se construyeron grandes obras de infraestructura, se consolidó una administración profesional y eficiente, se fortaleció la universidad pública y se protegieron los derechos de los trabajadores y de los más pobres.
Don Pedro II y Getulio Vargas fueron gobernantes populistas con sensibilidad liberal, que lograron imponerse a las oligarquías tradicionales y crear lo más parecido que existe en América Latina a un Estado moderno. Nada de esto desconoce, por supuesto, la enorme inequidad social del modelo económico brasileño (sólo superada en el continente por Colombia). Sólo habla de la calidad del Estado.
En nuestro país hemos tenido más elecciones que democracia y más partidos políticos que Estado. Los escasos gobernantes preparados, liberales y con sentido social que tuvimos en el siglo veinte —como López Pumarejo, Alberto Lleras o Carlos Lleras— nunca pudieron deshacerse de las oligarquías tradicionales y por eso, a falta de una administración pública poderosa, independiente y capaz, sus proyectos se quedaron en el papel.
A veces tengo la impresión de que en Colombia vamos en contravía de la historia.