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Buenaventura: soñar es resistir
Por: Daniel Ospina Celis | Julio 16, 2023
La noche anterior había llovido. Esa tarde, el calor y la humedad invitaban a dormir. Había muy poca brisa y el abrasante bochorno sumía a todos en su apacible somnolencia. Lentamente, la tranquilidad se apoderó del grupo. En Buenaventura también hay momentos y lugares de paz. Este es uno de ellos: la sede del Secretariado Diocesano de Pastoral Social. Con un poco de retraso, empezó la ceremonia que esperábamos hace rato.
En una de las paredes del salón cuelga una imagen del obispo Gerardo Valencia Cano, precursor de la teología de la liberación. En la otra, el aire acondicionado emite un ruido monótono que promete refrescar el ambiente. Nos reunimos para celebrar la graduación de la primera cohorte del Diplomado en Atención Psicosocial organizado por la Corporación Vínculos y la Universidad del Pacífico, con el apoyo de Dejusticia. Durante algunos meses, los miembros de la Pastoral Social aprendieron herramientas para acompañar a víctimas en sus procesos de comprensión, aceptación y resignificación. Entre muchos otros temas, pudieron discutir sobre cómo navegar el afrontamiento, qué es importante a la hora de escuchar, por qué es importante comprender las violencias y cómo fortalecer los procesos de reconstrucción de memoria.
Un espacio de formación como este solo podría darse en la Pastoral Social de Buenaventura, una organización que lleva más de veinte años sembrando esperanza en las comunidades de una de las ciudades más violentas del país. El acompañamiento a las víctimas del conflicto y a la población desplazada ha sido solo una de sus banderas. Su agenda más amplia es la de construir una sociedad en la que a ninguna persona se le vulneren sus derechos humanos. Es una apuesta que nace precisamente en una de las ciudades más desiguales del país.
En 1999, la Pastoral Social surgió como un brazo de la Iglesia católica dedicado a ayudar a quien más lo necesite. Luego de un hecho violento o traumático, los primeros en hacer presencia en la comunidad eran los miembros de la Pastoral. Hablaban con los sobrevivientes, acompañaban a las víctimas, apoyaban a las familias y buscaban fórmulas para sanar. En ocasiones, la Pastoral se ha vestido de Estado para darle a las personas afectadas aquello que necesitan: un techo, un colchón, un mercado. En otras, la Pastoral ha mantenido su ropaje eclesial y ha brindado una mano amiga dispuesta a escuchar, a asesorar y a mediar entre quienes lo piden. Su naturaleza dual, que es solo aparente pues no es un organismo estatal, le ha granjeado el reconocimiento de los habitantes de Buenaventura. Todos saben que a quien primero se debe acudir es a la Pastoral.
Luego de años de trasegar la senda de la paz y del acompañamiento a quienes sufren la guerra, la Pastoral le apostó también a la transformación social. Inició proyectos destinados a promover la vida digna y en armonía. En últimas, se propuso devolverles a las comunidades de Buenaventura la oportunidad de soñar.
En un contexto aplastante, en el que la pobreza y la violencia abundan, es fácil caer en la desesperanza. Muy rápidamente, la Pastoral Social identificó que debía luchar contra el abatimiento. Si no, las personas corrían el riesgo de acostumbrarse al dolor, al sufrimiento, al hambre y a la guerra. Soñar es resistir. La posibilidad de construir o acceder a un mejor futuro es muchas veces lo que alienta las luchas y los sacrificios del presente.
No existen fórmulas mágicas o recetas definidas para sembrar esperanza. Al embarcarse en el difícil camino de ofrecer un mejor futuro, la Pastoral terminó haciendo de todo un poco. No ha perdido el rumbo, en todo caso. Su foco siguen siendo las víctimas. Actualmente, coordina veintidós comedores comunitarios y entrega más de 4.000 almuerzos diarios, capacita a 250 jóvenes para que mejoren sus herramientas de resiliencia y acompaña a 100 mujeres víctimas de desaparición forzada en sus procesos de resignificación. También coordina un grupo de teatro por la paz y recientemente inauguró un centro de escucha para que mujeres víctimas reciban atención psicosocial.
Aunque su equipo no es numeroso, la Pastoral Social está en todo. Mientras unos atienden víctimas, otros consiguen colchones para los desplazados, otros participan en las discusiones de política pública y otros fortalecen la identidad afropacífica en el territorio. Por eso, la graduación fue especial. El grupo de personas que se graduó era especial. En vez de solo recibir los diplomas, compartieron una mandala de frutas, cantaron e intercambiaron mensajes de agradecimiento. Al inicio, para disipar la modorra, bailaron al ritmo de una canción infantil. Al final, se despidieron con la certeza de que todos los asistentes al diplomado seguirán trabajando por una Buenaventura libre de violencia, pobreza y desesperanza.
(*) Investigador de Dejusticia.
(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.