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A más de dos años de los sucesos, Visión Afro 2025 visitó la ciudad y conversó con algunas lideresas que hicieron parte activa de los grupos de resistencia. | EFE

Cali: Las lideresas hablan a más de dos años del estallido

Fuimos a Cali para hablar con algunas lideresas negras que participaron en el estallido social en 2021. A pesar de que participaron de diversas maneras en numerosos puntos, el mensaje que dejan es el mismo: la herida que dejó el paro no ha sanado y la institucionalidad tiene una enorme deuda con la ciudadanía.

Por: DejusticiaNoviembre 14, 2023

Desde el 28 de abril de 2021, como respuesta a una propuesta de reforma tributaria presentada al Congreso por el Gobierno de Iván Duque, atizada por un continuo descontento juvenil desde 2019, inició una serie de protestas, denominadas “estallido social”, cuyo epicentro fue la ciudad de Cali. Durante meses, la ciudad fue un campo de batalla, en donde grupos de ciudadanos realizaron bloqueos permanentes y fueron enfrentados por las fuerzas del Estado de manera desproporcionada.

A más de dos años de los sucesos, Visión Afro 2025 visitó la ciudad y conversó con algunas lideresas que hicieron parte activa de los grupos de resistencia, quienes relataron cómo los liderazgos tuvieron que reformarse para encarar los desafíos que dejó la ola de violencia de 2021, pues la confianza en las instituciones se degradó aún más y las demandas que motivaron las movilizaciones no han sido atendidas en su totalidad.

Luz Edith Nazarith Carabali

Luz responde a las preguntas en la plaza Jairo Varela, en el centro de la ciudad de Cali.

Antes del Paro Nacional, del estallido, Luz trabajaba en una clínica veterinaria. Hasta el 12 de mayo, su jefa le pidió la renuncia, pues consideraba que no podía tener empleados involucrados en el paro, que para ese momento ya llevaba dos semanas. Pero Luz siempre había apoyado y acompañado las movilizaciones sociales y la defensa de los derechos humanos. Una labor que, años atrás, ya había puesto en riesgo su vida.

En 2012 Luz decidió vivir en Timbiquí, Cauca, para abrir un local de detalles, floristería, un restaurante y una tienda de víveres. Pero, además, apoyó una campaña en contra del reclutamiento de jóvenes por parte de grupos armados. En 2019 tuvo que trasladarse a Cali y dejar todos sus enseres para comenzar de nuevo. Por suerte, consiguió trabajo en la veterinaria… hasta los primeros días del estallido.

El 28 de abril de 2021, Luz acompañó la marcha junto a un grupo de mujeres, que tras el paro se consolidó en el colectivo Tejido Pacífico Comunitario – TEPAC. Se encontraron en el Sur de Cali, y tras finalizar las marchas, varias personas, de manera espontánea, bloquearon la Calle Quinta —la vía más importante del occidente de la ciudad— y a las 11 de la noche se retiraron. De ahí en adelante, el grupo de manifestantes continuó bajando de las laderas de la Comuna 18 para bloquear la Quinta, hasta que se formó el Punto de Resistencia Meléndez. Al mismo tiempo, en toda la ciudad, estos puntos de resistencia frenaron toda la ciudad durante un mes completo.

El punto de Melendez era de los más difíciles, pues estaba entre la Tercera Brigada del Ejército y el Distrito Naval 6 de la Armada. No obstante, se mantuvo hasta la conmemoración del primer mes del estallido, el 28 de mayo, en donde fueron atacados en una redada policial que cobró la vida de tres manifestantes. Luz recuerda que ese día recibió llamadas de amenaza y, hasta las tres de la mañana, varios líderes de la manifestación, incluida ella, fueron buscados por la policía. Ese 28 de mayo, el Gobierno Nacional ordenó brindar asistencia militar a la Policía Nacional para levantar todos los puntos de resistencia en el país, lo cual resultó en el asesinato y desaparición de varias personas. A los pocos días, el punto fue levantado, aunque varias personas se mantuvieron en la Estación del MIO hasta octubre.

Luego de este levantamiento, la Alcaldía de Cali  con el gobierno nacional tuvo solo una reunión el Gobierno Nacional llevaron a cabo distintas mesas de trabajo para atender las demandas de los y las manifestantes. Como vocera del punto de Meléndez en la Unión de Resistencias Cali —la mesa que juntó a todos los grupos de protestantes de la ciudad—, Luz atendió a varias de ellas y lamenta que, hasta hoy, la situación de hambre y pobreza en la que se encuentra una enorme cantidad de jóvenes es peor que antes del paro.

Pero, además, queda por aclarar la responsabilidad de civiles y grupos armados, en colaboración con la policía, que participaron en perfilamientos de protestantes y defensores de derechos humanos, los cuales, en algunos casos, concluyeron en asesinatos selectivos. Insiste en que “las investigaciones actuales no han tenido en cuenta a las personas que no estaban 24/7 en los puntos, y fueron identificadas y asesinadas al retornar a sus casas”. Además, luego del paro, las amenazas y hostigamientos han continuado. Algunas personas han tenido que huir del país, mientras que Luz tuvo que asentarse en otra parte de la ciudad.

Para ella, no todo está perdido, pues el estallido fue un llamado de atención para que las instituciones atendieran a una inmensa cantidad de personas inmersas en una pobreza agravada por la pandemia de 2020, y trajo nuevos liderazgos y procesos comunitarios en Cali. Grupos y personas que, por lo demás, deben mucho al movimiento social caleño de antaño, previo al estallido, pues uno de los problemas del surgimiento de nuevos procesos ha sido la fragmentación de la sociedad civil caleña. Luz cree que es momento de dejar atrás las rencillas y unir a todas las personas a favor de reformas importantes y realistas para la ciudadanía.

Ahora, Luz trabaja en el Colectivo de Derechos Humanos 28A, que surgió después de renunciar al  Comité de Derechos Humanos de la Unión de Resistencias Cali. Este colectivo ha vuelto a la pregunta inicial de cómo trabajar para atajar los problemas de Cali, luego del estallido social, pues la confianza en las instituciones es muy baja, en especial de la Policía. Luz considera que, si bien el movimiento social está disperso, prima la necesidad de unificar los reclamos de justicia, pues el Gobierno, la Fiscalía y la Policía tienen una deuda con todas las víctimas y la ciudadanía, para que pueda haber un camino de reconciliación posterior y convoque a la solución de los problemas estructurales que originaron las protestas.

María Elvira Solís Segura

Por décadas, María Elvira ha trabajado por la dignidad de los habitantes del oriente de Cali.

María Elvira nació en la vereda Río Mexicano, en Tumaco, Nariño. Es “poeta, cantora, de la diáspora activista popular” y desde hace 18 años hace parte de la Asociación Casa Cultural el Chontaduro. A los 12 años abandonó su territorio en búsqueda de mejores oportunidades y durante varios años ejerció como trabajadora doméstica en casas de familia en Bogotá y Cali. Ahora estudia Trabajo Social en la Universidad Antonio José Camacho, pues reivindica el hacer parte de la academia como mujer negra para enfrentar la discriminación que han sufrido durante siglos.

Cuando conoció la “Casa del Chontaduro”, María Elvira había pasado por varias situaciones personales muy dolorosas. Sentía que “no tenía voz en la voz”, pues se sentía acallada por toda la violencia que había sufrido. Fue en “el Chontaduro” en donde reconectó con su ancestralidad, su historia y costumbres. Volvió a cantar las letras negras, del Pacífico colombiano. La Casa del Chontaduro se encuentra en el barrio Marroquín III, al Oriente de Cali, en donde habita una enorme diáspora de afrodescendientes del Pacífico, desplazados por la violencia o por la pobreza. Un lugar para dar oportunidades a los, las y les habitantes del Oriente —sin importar su edad, identidad étnica, de género o preferencia sexual— para vivir en paz y libertad, de modo que puedan “liberarse de la garras de los otros”, como dice María Elvira para referirse a los grupos armados que actúan en el oriente caleño. Ella considera este lugar como una universidad popular.

“En la Casa del Chontaduro trabajamos con el amor y el afecto, que son cosas que muchas de las personas no conocen la primera vez que vienen acá”, dice María Elvira, a quien todos los niños y niñas que asisten a la casa tratan con respeto y la llaman ‘profe’.

A pesar de todos los años de experiencia y trabajo comunitario, cuando todo estalló en abril de 2021, los liderazgos se sintieron abrumados. “Como nosotras somos las mayoras y esta es una organización para la defensa de los derechos humanos, nos llamaban a todos los puntos del estallido social”. Su labor fue tan impactante que, incluso, algunas fotos de ellas aparecen en el video de Adriana Lucía sobre el estallido social, No hay una vida que no nos duela. A cada marcha y olla comunitaria que asistían, acompañaban a las juventudes de su sector y, luego, regresaban con ellas al barrio para que se resguardaran en sus casas, porque entendían que si no lo hacían de esa forma, la policía y los civiles armados podían atentar contra su seguridad y sus vidas.

El pasado 28 de abril se reunieron en el Paso del Comercio —tras el paro se le conoce como el Paso del Aguante— para conmemorar los dos años del estallido. María Elvira resalta el dolor por el que atraviesan los sobrevivientes del estallido: jóvenes mutilados, algunos con heridas oculares y otros inmovilizados, en sillas de ruedas o apoyados en caminadores. Lamenta que ese escenario se repita en otras ciudades de Colombia, personas que salen a pedir un cambio y resultan acribilladas.

Pero, insiste, a pesar de la violencia que se vivió hace dos años, el estallido social aún no ha terminado. Ella y el grupo de cantaoras al que pertenecen asisten a Puerto Resistencia y otros puntos que no se han desmantelado, así como a eventos organizados por las víctimas. Recuerda un encuentro al que asistió en mayo, en el que jóvenes mujeres exigían reparación por los abusos sexuales a los que fueron sometidas. Estas cantaoras siempre participan, sobre todo en los aniversarios de los muertos y los desaparecidos, sus cantos son rezos para que esas almas puedan descansar, porque “esos muchachos dieron sus vidas por el cambio de este país”.  

María Elvira confía en que el Gobierno Nacional concerte soluciones para los jóvenes de Cali, en especial para quienes tienen personas a su cargo y necesitan trabajar. Le preocupa que aún no haya un plan concreto para que los jóvenes logren plantearse un proyecto de vida, pero no pierde la esperanza. Mientras tanto, confía en que organizaciones como la Casa del Chontaduro y otras casas que han surgido para replicar su trabajo en otros barrios, acompañen a parte de las personas que se sienten desprotegidas y se encuentran en diversas situaciones de vulnerabilidad y pobreza. Y, sobre todo, para que las futuras generaciones lideren y repliquen organizaciones similares al Chontaduro, surjan nuevos liderazgos. A María Elvira le gustaría que, algún día, todos los barrios y veredas vulnerables de Cali tuvieran una Casa del Chontaduro. 

Vanessa Hurtado Correa

Desde antes del estallido, la Loma de la Dignidad era un parque en contínua transformación. Ahora, Vanessa intenta promover la reactivación de una de las plazas de artesanías más importantes de la ciudad.

Vanessa es tecnóloga en control ambiental y productora audiovisual del SENA y su activismo lo ejerce desde 2011. Junto a la organización civil Ecoseres ha realizado procesos ambientales comunitarios. Esta organización logró incidir en el pasado Plan de Desarrollo de la ciudad y, desde 2022, presentan propuestas ambientales a través de la Juntanza Popular para la Transformación Social.

Durante la pandemia, hubo una explosión de huertas comunitarias, un proyecto que promovían desde 2016, para impulsar la soberanía alimentaria. En ese tiempo empezaron a investigar sobre cómo podían realizar activismo ambiental sin salir de casa: convocaron a que las personas hicieran huertas en casa, compostaje, reciclaje de agua lluvia, entre otras cosas; trabajar desde la micropolítica, enseñar con el ejemplo y desde las acciones más cotidianas.

Pero toda la movilización política cambió tras el 28 de abril. Vanessa cuenta que, desde que empezó la movilización social, Cali pasó de tener menos de 10 huertas a alrededor de 60. Agradece a los estudiantes de la Universidad del Valle que ejercen como custodios de semillas y constantemente surten la ciudad con semillas del departamento del Cauca.

Vanessa participó en el punto de la Loma de la Cruz, ahora llamada Loma de la Dignidad, aunque su participación se extendió por toda la Comuna 3. Durante el estallido, recibieron una donación internacional y con ese dinero compraron seis kits de herramientas y las distribuyeron por la ciudad para hacer mingas y cultivar en los distintos puntos de resistencia. Resalta que estas huertas resaltaron la labor de las mujeres, que se encontraban invisibilizadas dentro del movimiento y reconoce que, aunque los hombres participaron y trabajaron en los cultivos, han sido las mujeres quienes les han dado continuidad hasta hoy. No obstante, el éxito de las huertas durante el estallido no hubiera sido posible sin la solidaridad de tantos grupos. Se hicieron colectas, “estampatones” y donaciones internacionales. Sobre todo, la minga que llegó del Cauca les entregó la mayor cantidad de alimentos. Pasaban camiones llenos de comida, repartiendo mercados para las ollas comunitarias.

Vanessa acompañó todas estas ollas y, sobre todo, apoyó las actividades culturales y artísticas que se mantenían alrededor. También vivió y presenció momentos de violencia policial. El punto de resistencia de la loma, junto con el bloqueo de la Calle Quinta, muy cerca al parque, duró varios meses. En todo ese tiempo fueron acosados por la policía e, incluso, por personas en vehículos sin identificar que ocasionalmente les disparaban. En una de esas redadas murió Cristian Sánchez y, en su memoria, crearon una pequeña biblioteca popular en el parque con su nombre.

A más de dos años del estallido social, Vanessa siente que la juventud pudo crear un tejido social e , incluso, una familia. Tampoco cree que estén romantizando esta historia, que para muchas personas persiste como una herida abierta, pero también recalca el trabajo de la segunda, tercera, cuarta y quinta línea, que brindaron todo el apoyo logístico, cultural y educativo para promover alternativas a la violencia y otras formas de resistencia, un balance para armonizar los hostigamientos policiales. En la loma hubo varios conciertos de importantes grupos, fue el punto cultural que inspiró a otros puntos a resistir a través del arte.

Lo que más ama Vanessa del paro nacional es eso, que cada persona o grupo que proponía un proyecto o actividad se comprometía a realizarlo: las huertas, la resistencia cultural, los puntos lila para recoger la memoria de las mujeres que sufrieron violencias basadas en género… Justo ahora, en la Loma de la Dignidad se adelanta un proceso de memoria, de comprender lo que pasó durante el paro y para reactivar el sector en materia económica, pues hace varios años fue una plaza activa de venta de artesanías y de encuentros artísticos. Rescata que se han abierto nuevas líneas de comunicación con la Secretaría de Cultura de la ciudad e, incluso, gestionaron un espacio adecuado para mantener la biblioteca al otro lado de la Quinta. 

Vanessa y sus compañeras sueñan con grandes proyectos artísticos y confían con que la memoria a través del arte para unir las voces de la juventud para que el proyecto de resistencia en Cali perviva e, incluso, sea el inicio del Plan de Desarrollo Popular, una herramienta que recoja todas las expresiones de resistencia y encaminen la transformación social de Cali.

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