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Cartagena es pasión
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | Abril 30, 2012
No bastó la salida en falso de la Canciller —“donde hay un hombre, hay prostitución”—, ni la risible petición del embajador colombiano en EE.UU. para que Washington volviera a presentar disculpas. Ahora los dirigentes de La Heroica y la revista Semana quieren tapar el sol con un dedo diciendo que el turismo sexual no es un problema grave en la ciudad, sino un asunto de imagen. “Como la imagen que se ha creado de Cartagena no es la real, el problema se va a acabar arreglando con el tiempo”, concluye ingenuamente Semana.
Comencemos por el punto fáctico: aquello de que esa no es la Cartagena real. No sé a dónde habrán ido los periodistas de Semana, pero cualquiera que se asome una noche a un bar o una discoteca de la ciudad puede encontrar las señales inequívocas de la economía del sexo. Ahí están las inconfundibles parejas de hombres extranjeros con jovencitas locales, conversando para hacer tiempo mientras llega lo inevitable; los grupos de veinteañeros israelitas bebiendo en la barra mientras encuentran con quién aliviar la abstinencia del servicio militar recién cumplido; los corrillos de muchachas pobres venidas de todo el país que, pese a las forradas curvas y los encendidos labios, parecen demasiado jóvenes para estar ahí, bailando solas y buscando la oportunidad de la noche.
No se trata de casos aislados. Gracias al “sexygate”, hoy es un hecho público que algunos de los hoteles más “decentes” hacen parte del negocio del turismo sexual. Cobran eficientemente un recargo por la huésped adicional y fijan horarios de entrada y salida, como para evitar que las trabajadoras sexuales se crucen en los corredores con niños madrugadores en vestido de baño y flotador. Lo más irónico del escándalo es que haya explotado cuando un empleado del Hotel Caribe llamó a la habitación de un agente del Servicio Secreto a recordarle que ya eran las 6:30 a.m., hora de que su impagada dama de compañía saliera discretamente.
Como el problema no es de imagen, la solución no es una estrategia de mercadeo, como proponen Semana y el indignado gremio turístico para limpiar la “marca ciudad” del Corralito de Piedra. De hecho, el otro efecto irónico del escándalo es que puso en evidencia el contenido sexual y la doble moral del mercadeo de Colombia en el exterior. ¿Se acuerdan de “Colombia es pasión”? Para nadie es un secreto que el corazón rojo del logo de esa estrategia (apoyada generosamente por Proexport y el gobierno Uribe desde 2005) fue diseñado con unos contornos curvilíneos que forman la silueta de unas generosas caderas y una estrecha cintura femeninas. Si alguien dudaba de que la pasión que vendía la “marca país” era también la de las mujeres colombianas, el video de la campaña lo deja claro. En Colombia “hay delicioso café, infinidad de mujeres hermosas y orquídeas”, dice el narrador mientras que una modelo en biquini se contonea en una playa y levanta los brazos provocadoramente para dejar ver sus pechos y sus caderas, tamaño Colombia-es-pasión.
De modo que el turismo y la explotación sexuales no son el producto de la sobreexcitación de unos cuantos escoltas extranjeros, sino de la otra realidad cartagenera y colombiana que se quería mantener fuera de la vista de los ilustres asistentes a la Cumbre. La de la desigualdad, las mafias, la pobreza, el machismo y la falta de políticas públicas eficaces.
El impresionante operativo de seguridad logró mantener esta realidad fuera de las murallas de la Ciudad Vieja. Pero nadie contaba con que fueran los mismos invitados quienes la trajeran a sus habitaciones.