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Cinco millones de dólares contra la reelección
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | Agosto 11, 2008
La suma se entrega en cuotas de 500.000 dólares anuales una vez deje el puesto. Después de esos diez años, además, el ex presidente recibe 200.000 dólares anuales de por vida como recompensa por haber resistido la tentación de perpetuarse en el poder.
El premio existe en la vida real y sería perfecto para evitar que los caudillos latinoamericanos se atornillen en la presidencia. En Colombia, por ejemplo, los cinco millones de dólares podrían ser un antídoto contra los cinco millones de firmas entregados ayer a la Registraduría para echar a andar el referendo por la segunda reelección de Uribe.
El problema es que el premio está destinado sólo a presidentes de África. Se lo inventó Mo Ibrahim, el magnate y visionario sudanés que llegó a una conclusión simple después de décadas de hacer y regalar plata en ese continente: a menos que los gobernantes respeten las reglas de juego constitucionales y superen las tentaciones personalistas, no hay filantropía ni políticas públicas que valgan para impulsar la democracia y el desarrollo. El feliz ganador de la primera entrega del premio fue el presidente Joaquim Chissano, de Mozambique, que lo recibió el año pasado y ya está disfrutando su primer milloncito.
La genialidad del premio es que entiende la lógica caudillista. En últimas, se trata de un asunto de incentivos: ¿para qué abandonar el poder si perpetuarse en él da tantos beneficios para el Presidente y sus amigos? En Estados Unidos o Europa, el asunto no es problema porque los ex mandatarios y sus asesores pasan a ganarse millones por sus autobiografías, conferencias y asesorías. Pero en África o América Latina, el panorama para un ex presidente y su camarilla es mucho menos claro. Aquí la pregunta no es: “El poder, ¿para qué?”, sino más bien: “Dejar el poder, ¿para qué?”.
Digo que el premio caería de perlas en Colombia porque lo único que puede evitar que entremos al club de las repúblicas caudillistas es que el propio Presidente se baje del bus del referendo. Se dice que Uribe está indeciso. Que tiene menos ganas de repetir que los asesores que le hablan al oído. Ahí es donde el premio o algún incentivo por el estilo sería la solución. Porque si Uribe no continúa en la Presidencia, ¿a quién se le ocurriría nombrar en algún cargo a los ministros que hasta los desinformados ciudadanos rajan en las encuestas, como el de Transporte? ¿A dónde irían a parar los promotores del referendo cuando el Partido de la U se desintegre por sus contradicciones internas? ¿Quién compraría los libros de José Obdulio? ¿Quién escucharía las opiniones y cifras inverosímiles del ahora Ministro de Agricultura?
Creo que Uribe se mueve por convicción y que no necesita la plata. Al fin y al cabo, puede vivir de sus fincas, o patentar y exportar los consejos comunitarios que otros presidentes quieren imitar. Pero tiene una larga fila de acreedores políticos y alfiles incondicionales que lo necesitan y parecen ser quienes están imponiendo una segunda reelección.
Ojalá alguien se le midiera a importar el premio a América Latina —un Carlos Slim, por ejemplo—. A ver si podemos convencer a los caudillos y sus camarillas a pasar a buen retiro cuando todavía están a tiempo de hacerlo.