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Crecimiento económico

Una de las principales víctimas de la preponderancia del PIB en la discusión económica es la desigualdad pues, muchas veces, se suele olvidar que un alto y sostenido aumento en el PIB puede ocultar grandes diferencias entre individuos cuyos ingresos no solo pueden ser muy desiguales, sino que, además, pueden estar creciendo a ritmos muy distintos. | Ernesto Guzmán, EFE

Esperemos que el DANE y las demás agencias de estadística del mundo hagan de las cuentas nacionales distributivas un componente indispensable del análisis del estado de una economía. Solo si sabemos cómo se distribuye el PIB entre los colombianos podremos diseñar e implementar mejores políticas públicas que permitan reducir la desigualdad y crecer con equidad.

Esperemos que el DANE y las demás agencias de estadística del mundo hagan de las cuentas nacionales distributivas un componente indispensable del análisis del estado de una economía. Solo si sabemos cómo se distribuye el PIB entre los colombianos podremos diseñar e implementar mejores políticas públicas que permitan reducir la desigualdad y crecer con equidad.

Lo que no se mide no existe. Aunque a todas luces inexacta, esta es una afirmación que, desafortunadamente, en el ámbito de la política pública suele ser cierta. Ejemplo de ello es la poca importancia que le hemos dado a la manera como se distribuye el crecimiento económico entre los colombianos. Hoy en Colombia, por una mezcla de desinterés y falta de información, no sabemos a ciencia cierta a quién beneficia el crecimiento económico.Esta invisibilidad estadística es el resultado de decisiones que terminan teniendo consecuencias negativas en el diseño de las políticas públicas (por ejemplo, en la progresividad del sistema tributario) y, luego, en la calidad de vida de los ciudadanos.

En el otro extremo, algunas métricas cobran tanta importancia que terminan reduciendo el análisis del progreso social a la evolución de un solo indicador, invisibilizando de paso mediciones alternativas. Este es el caso del muy conocido, pero también cuestionado, Producto Interno Bruto (PIB), que inventó el economista Simon Kuznets en los años 30 del siglo pasado. Este se ha convertido en el principal indicador de progreso y de comparación entre países, a pesar de que su propio creador fue el primero en reconocer que “el bienestar de una nación puede difícilmente ser inferido por la medición del ingreso nacional”.


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Una de las principales víctimas de la preponderancia del PIB en la discusión económica es la desigualdad pues, muchas veces, se suele olvidar que un alto y sostenido aumento en el PIB puede ocultar grandes diferencias entre individuos cuyos ingresos no solo pueden ser muy desiguales, sino que, además, pueden estar creciendo a ritmos muy distintos. A fin de cuentas, la prosperidad que indica el PIB es un promedio que oculta la desigualdad. La evolución en sentidos opuestos del PIB y de los principales indicadores de desigualdad en Estados Unidos durante las últimas décadas es un buen ejemplo de ello.

Esto cambió en el 2018 cuando Thomas Piketty y sus coautores calcularon por primera vez cómo se distribuía el PIB de Estados Unidos entre los diferentes niveles de ingresos (lo que se denomina cuentas nacionales distributivas) y mostraron que el crecimiento económico de las últimas décadas había beneficiado, en mayor medida, a los hogares más ricos del país. Para hacer sus cálculos, Piketty y sus coautores tomaron, entre otros, los datos de las declaraciones de renta en Estados Unidos y lograron descomponer la totalidad del PIB del país, teniendo en cuenta el tipo de ingresos reportados en estas declaraciones, así como en otros registros administrativos.

Si bien ya contamos con múltiples indicadores de desigualdad (por ejemplo, el índice de Gini), esta es la primera vez que unos investigadores desarrollan una metodología para saber cómo se distribuye el PIB entre las diferentes capas de la población según su nivel y tipo de ingreso (laborales y de capital) y en qué medida los impuestos y transferencias del Estado afectan esta distribución. Además de conciliar lo micro (las declaraciones de renta) con lo macro (las cuentas nacionales del PIB), y a diferencia de otros indicadores de desigualdad, esta nueva medición permite saber cómo se distribuye el crecimiento económico en el tiempo. Gracias a ello, pudimos saber, por ejemplo, que en el caso de los Estados Unidos, el crecimiento del PIB ha beneficiado en mayor medida a los tenedores de ingresos de capital y al 1% más rico de la población y que la progresividad del sistema tributario ha disminuido en el tiempo.

Y, bueno, ¿dónde está Colombia en todo esto? No sabemos. Desafortunadamente, este es un ejercicio que no podemos replicar para el país. Dado que la DIAN no hace públicos los datos anonimizados de las declaraciones de renta, los únicos ejercicios que han intentado construir cuentas nacionales distributivas para Colombia se basan en los resultados del único artículo académico que logró obtener estos datos, hace ya más de 10 años.

Otras instituciones, como el Banco Mundial, han intentado medir la distribución del crecimiento económico en Colombia a partir de las encuestas de hogares del DANE. Sin embargo, medir la distribución de los ingresos a través de este tipo de instrumentos no solo impide desagregar la totalidad del PIB por tipo de ingreso sino que, además, tiende a subestimar el ingreso de los hogares —en particular, el de los más ricos—, entre muchas otras limitaciones.

Dos hechos recientes dan pie para ser optimistas y pensar que esta situación podría cambiar. En enero de este año, la DIAN y el DANE firmaron un convenio para que este último tuviera acceso a las declaraciones tributarias anonimizadas. Y, hace unos días, el presidente electo designó como director de la DIAN a Luis Carlos Reyes, uno de los académicos que más ha trabajado en el país para que esta entidad haga públicas las declaraciones de renta. Si esta información se hace pública, como Dejusticia, junto con otras organizaciones de la sociedad civil lo han solicitado en diversas ocasiones, por fin podremos saber, con más certeza, a quién beneficia el crecimiento económico en Colombia.

Esperemos que, así como hace casi un siglo, cuando el invento de un académico se convirtió en el principal instrumento de los gobiernos para medir el progreso, pronto el DANE y las demás agencias de estadística del mundo hagan de las cuentas nacionales distributivas un componente indispensable del análisis del estado de una economía. Solo así, midiendo cómo se distribuye el PIB entre los colombianos, podremos diseñar e implementar mejores políticas públicas que permitan reducir la desigualdad y crecer con equidad.


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