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La ilusión de todo jefe absoluto es que la gente lo obedezca al pie de la letra.

La ilusión de todo jefe absoluto es que la gente lo obedezca al pie de la letra.

Cuando Napoleón Bonaparte promulgó su Código Civil (1804) no quería que nadie interpretara sus normas, tan sólo que las obedecieran. Por eso, al enterarse de que alguien había glosado algunos de los artículos, exclamó: ¡mi código está perdido!

Todavía hay quienes creen en este tipo de obediencia al pie de la letra. En los Estados Unidos, por ejemplo, los llamados abogados “textualistas” (y a veces los “originalistas”) creen que la Constitución debe ser leída y aplicada literalmente, a pesar de haber sido escrita hace más de 200 años. Con base en esa doctrina, los defensores de la National Rifle Association (NFA) invocan la Segunda Enmienda para oponerse a cualquier control estatal sobre la posesión de armas, y ello a pesar de que por esa falta de control mueren miles de personas al año.

Esto me hace recordar a Samuel Pufendorf, un pensador del siglo XVII que decía que la ley no puede ser interpretada de tal manera que produzca resultados absurdos. Para ilustrar su idea ponía el ejemplo de una ley de la ciudad de Bolonia que castigaba a todo aquel que derramara sangre en la calle. Esa ley, decía, no puede ser extendida a un cirujano que trata de salvar la vida de un transeúnte afectado por un ataque de epilepsia.
Pero los que más logran ser obedecidos “al pie de la letra” son los pastores de algunas iglesias. Su estrategia consiste en presentarse a sí mismos como instrumentos de un dios cuya voluntad quedó plasmada, palabra por palabra, en un libro sagrado.

Tres siglos de avances científicos no han impedido que estos predicadores sigan consiguiendo adeptos. Se calcula que en los Estados Unidos hay casi 120 millones de personas que no creen en la evolución de las especies porque la Biblia dice que el mundo fue creado en siete días. Otras tantas desconocen el calentamiento global y las posibilidades de que el mundo se acabe por causas humanas, porque sólo creen en un apocalipsis decidido por Dios. Aquí en Colombia, los creyentes de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional (ya con ese nombre uno empieza a sospechar) dicen que los discapacitados no pueden predicar desde el púlpito porque la Biblia lo prohíbe expresamente (algo parecido, incluso peor, ocurre con la Iglesia católica cuando impide, también fundada en interpretaciones bíblicas, que las mujeres sean sacerdotes).

Pero ni los mismos pastores son fieles a su doctrina, y ello debido a que en la Biblia abundan las contradicciones: hace 600 años se creía que la tierra era plana y así lo decía la Biblia (Isaías 40:22, Daniel 4:11, Apocalipsis 7:1). También se creía que las mujeres no debían hablar en la iglesia (Corintios 14:34). Para superar esas inconsistencias, los pastores distinguen entre principios, que son obligatorios, y alegorías, que son retórica; cuando un principio no les cuadra, lo convierten en una alegoría. El hecho es que si los del partido MIRA fueran coherentes tendrían que seguir diciendo que la tierra es plana y que las mujeres no pueden hablar sin el permiso de sus maridos.

Pero lo más peligroso de todo esto es la mezcla de textualistas jurídicos con literalistas bíblicos. Cuando eso ocurre tenemos pastores vestidos de funcionarios públicos, o de senadores, que leen la Constitución a la luz de su interpretación literal de la Biblia y que están convencidos de que son instrumentos de Dios en este mundo impío. Ni Napoleón llegó tan lejos.

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