Alacranes en una botella
Mauricio García Villegas agosto 12, 2017
La situación no sería tan grave si, de otra parte, el archienemigo de Trump fuera un tipo razonable y prudente. Pero todo indica que Kim Jong-un es igual o incluso más lunático y atravesado que Trump. | Librería del Congreso de los EEUU
El presidente Trump amenazó esta semana al presidente de Corea del Norte con un ataque “de fuego y furia” que, según él, “el mundo nunca ha visto antes”. Es increíble que la estabilidad del planeta esté en manos de semejantes personajes. ¿Cómo es posible que a pesar de tantos avances que ha tenido la humanidad nuestras instituciones estén en manos de personajes torpes y volátiles?
El presidente Trump amenazó esta semana al presidente de Corea del Norte con un ataque “de fuego y furia” que, según él, “el mundo nunca ha visto antes”. Es increíble que la estabilidad del planeta esté en manos de semejantes personajes. ¿Cómo es posible que a pesar de tantos avances que ha tenido la humanidad nuestras instituciones estén en manos de personajes torpes y volátiles?
El presidente Trump amenazó esta semana a Corea del Norte con un ataque “de fuego y furia” que, según él, “el mundo nunca ha visto antes”. Con declaraciones como esta, alocadas y recurrentes, la opinión pública de los Estados Unidos, incluso una buena parte de la opinión conservadora, no sabe si reírse, alarmarse, o ambas cosas. El humorista Stephen Colbert, por ejemplo, reaccionó en estos términos: “No quiero ser alarmista, pero todos vamos a morir”.
Otros intentan soslayar el ridículo presidencial con algo de análisis. David Leonhardt, del New York Times, dijo que el ultimátum “de furia y fuego” solo admite dos posibilidades: o es una amenaza vacía o es una amenaza creíble. En el primer caso la estrategia del presidente es torpe, pues erosiona la credibilidad de los Estados Unidos, en el segundo caso es una locura. El país (y el mundo) vive como en aquel monólogo de Macbeth en donde se dice que la vida “es un cuento contado por un idiota, llena de sonido y de furia, que no significa nada”.
Desde la campaña presidencial se viene hablando de la falta de preparación de Donald Trump para gobernar el país. Hoy son pocos los que dudan de su incompetencia técnica y administrativa. Pero los Estados Unidos no siempre han tenido presidentes con una estatura intelectual digna del cargo que ocupan. El presidente Reagan era un actor mediocre de Hollywood que hablaba bien y tenía presencia física, pero fuera de unas pocas ideas cliché en asuntos políticos sabía poco, y George W. Bush era todo menos una lumbrera. Trump, quién lo creyera, supera a ambos en mediocridad y repelencia.
Pero cada vez se habla menos de esto, de su incompetencia, y más de su falta de cordura para tener las riendas del país más poderoso del mundo. Aquí vale la pena recordar a Hillary Clinton cuando dijo: “Un hombre que se deja provocar en un trino no es un hombre al que le podamos confiar las armas nucleares”.
Thomas Friedman, en su columna del New York Times de esta semana, se pregunta lo siguiente: “¿A tal punto nos hemos acostumbrado a las payasadas del gobierno Trump que simplemente hemos olvidado cómo sería nuestro país si tuviéramos un presidente real para enfrentar esta crisis, y no el ignorante, errático, infantil y petulante con el que estamos enredados en la actualidad?”.
La situación no sería tan grave si, de otra parte, el archienemigo de Trump fuera un tipo razonable y prudente. Pero todo indica que Kim Jong-un es igual o incluso más lunático y atravesado que Trump.
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Es increíble que la estabilidad del planeta (y hasta la supervivencia de la civilización) esté en manos de semejantes personajes. ¿Cómo es posible que a pesar de tantos avances que ha tenido la humanidad estemos en esta situación por culpa de dos tipos torpes y volátiles? Tal vez es que no hemos avanzado tanto como creemos. O mejor, el avance ha sido muy disparejo: mucha tecnología para el consumo y las comunicaciones, pero casi ningún avance importante en las instituciones que nos gobiernan y en particular en las que gobiernan el orden internacional. Hoy, como hace 1.000 años, tenemos un orden regido por la disuasión, es decir, por el miedo a ser destruidos por los demás. Solo que antes la disuasión se hacía con catapultas y fuego, y hoy con armas nucleares. Hay instituciones internacionales, pero son de papel; nada pueden hacer con los tiranos, los lunáticos o los poderosos, que se comportan como alacranes atrapados en una botella. No quiero ser tan alarmista como Colbert, pero todos podemos resultar lastimados o incluso morir por culpa de estos dos alacranes.