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Decía en la columna anterior que la nueva encíclica Alabado seas puede insuflar la energía moral que le ha faltado al debate sobre la crisis ambiental.

Decía en la columna anterior que la nueva encíclica Alabado seas puede insuflar la energía moral que le ha faltado al debate sobre la crisis ambiental.

Cuando está claro que el consenso científico sobre el calentamiento global no ha sido suficiente para provocar medidas decididas, podrían ser las religiones y los sistemas morales del mundo los que den las razones de principio para actuar, comenzando con un acuerdo mundial en la cumbre de la ONU sobre cambio climático en París en diciembre.

Más allá del exhorto papal a los gobiernos para que alcancen un pacto, lo que deja la encíclica es otro bastante más profundo y desafiante, para todo el género humano. Sus páginas se leen como una crítica radical, no sólo a la degradación ambiental, sino al tipo de economía y el estilo de vida que la provocan. “Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios”, anota Francisco en un pasaje afortunado que bien podría venir de un manifiesto contracultural de los sesenta. Reitera también lo que se sabía mucho antes de Piketty: las economías de mercado promueven la prosperidad y la libertad, pero también desigualdades indignantes y riesgos existenciales para el planeta.

De ahí que la encíclica haya irritado tanto a economistas y analistas que, aunque reconocen la urgencia del calentamiento global, se niegan a debatir el modelo económico y ético de crecimiento sin fin que subyace a la crisis ambiental. Y que proponen como única solución más mercado, no menos, mediante esquemas como los cupos y mercados de carbono que serán endosados por un probable acuerdo en París.

Es cierto que, en el corto plazo, no es políticamente viable otro tipo de medida. Un pacto parisino que comprometa a cada país con metas de reducción de emisiones que ellos mismos propongan sería claramente insuficiente para evitar superar el límite de dos grados de calentamiento global que los científicos han formulado como el umbral de la catástrofe ambiental.

También se quedan cortos los buenos programas de cobros por polución, como los de California. Pero esos avances tímidos son lo mejor que se puede esperar en el corto plazo, dado el desequilibro de fuerzas entre estados interesados en seguir contaminando (tanto ricos como pobres), empresas ídem y una gran masa de afectados por el cambio climático que no tienen voz.

Esos remedios pueden mitigar, pero no detener, la hemorragia ambiental. En el mediano y el largo plazo habría que alterar los estilos de vida y las instituciones que incentivan el consumo sin fin. Como lo dice la encíclica, se trata de “incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas…: la convicción de que ‘menos es más’”.

Lástima que el papa haya contradicho esta exhortación al condenar la planificación familiar como forma de mitigar el impacto humano sobre el planeta. “Menos es más” también se aplica a la proliferación de nuestra especie. Pero eso no afecta el mensaje y el desafío más amplios, que quedan sobre la mesa.

Consulte la publicación original, aquí.

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