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Leyendo la nueva encíclica papal, Alabado seas, queda claro que Francisco I busca para el cambio climático lo que León XIII logró en Sobre la condición de los obreros, el dilema social de finales del siglo XIX.

Leyendo la nueva encíclica papal, Alabado seas, queda claro que Francisco I busca para el cambio climático lo que León XIII logró en Sobre la condición de los obreros, el dilema social de finales del siglo XIX.

En uno y otro caso, se trata de darle un giro moral al dilema existencial de la época, que se sale de las manos de la ciencia, la economía y la política.

El problema es que “la ciencia es como una brújula: nos dice dónde está el norte, pero no si queremos ir al norte. Ahí es donde entra en juego la moralidad”, como dijo en estos días un biólogo presbiteriano al New York Times. La brújula del consenso científico muestra que el cambio climático es una realidad, se debe a la acción humana y nos acercamos vertiginosamente al límite de dos grados centígrados por encima de la temperatura previa a la revolución industrial, más allá del cual no sobrevivirían más de la mitad de las especies del planeta. Nos dirigimos a toda velocidad hacia al sur, como argonautas suicidas que saben dónde está el norte pero no logran dar la vuelta.

Los sicólogos cognitivos tienen bien diagnosticadas las causas de nuestra desorientación. Los seres humanos no estamos bien equipados para entender riegos de largo plazo, y el cambio climático parece muy lejano. Nos conmovemos con historias personales más que con peligros abstractos, y el  calentamiento global parece gaseoso. Somos pasivos si creemos que un sacrificio individual (como consumir menos) no marca una diferencia en un problema colectivo al que muchos otros contribuyen (como las emisiones de carbono).

Aunque la moralidad y la ciencia, la religión y la razón, tienden a ser vistas como antónimos, en estas circunstancias extremas pueden complementarse mutuamente. Esa puede ser la contribución de la encíclica de Francisco sobre el medioambiente y el cambio climático. Como nuestra racionalidad individual nos arroja hacia una ruta colectivamente irracional, necesitaríamos algún principio moral, alguna razón de principio, para cambiar de dirección.

Las razones de principio abundan a lo largo de Alabado seas, comenzando con la relectura de la doctrina bíblica del dominio de los seres humanos sobre la naturaleza, que San Francisco de Asís interpretó en el cántico que le da el título a la encíclica y que implica —para él y el Papa que tomó su nombre— un deber de cuidado de los humanos hacia otros seres. El mismo principio moral que está presente en muchas otras religiones, desde la identidad de cuerpo y mente del budismo hasta la sacralidad de la Madre Tierra en espiritualidades indígenas. La madre tierra que alababa San Francisco de Asís es la misma Pacha Mama a la que siguen cantando los pueblos indígenas andinos.

La condena moral que formula la encíclica es mucho más compleja y toca las fibras más íntimas del capitalismo y el consumismo. Y algunas de sus propuestas de solución son discutibles, incluso contraproducentes (como su condena del control de natalidad). A estos puntos le dedicaré la siguiente columna. Por ahora, bienvenido un poderoso toque moral para una discusión cada vez más irracional.

 Consulte la publicación original, aquí.

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