Apartheid educativo
Mauricio García Villegas Noviembre 27, 2010
|
LA VIDA EN SOCIEDAD DEPENDE, EN buena medida, de que las expectativas básicas de las personas sean realizables: comprar una casa, obtener una jubilación, educar a los hijos, todas estas son razones que la gente tiene para vivir en sociedad y aceptar sus reglas de juego.
LA VIDA EN SOCIEDAD DEPENDE, EN buena medida, de que las expectativas básicas de las personas sean realizables: comprar una casa, obtener una jubilación, educar a los hijos, todas estas son razones que la gente tiene para vivir en sociedad y aceptar sus reglas de juego.
LA VIDA EN SOCIEDAD DEPENDE, EN buena medida, de que las expectativas básicas de las personas sean realizables: comprar una casa, obtener una jubilación, educar a los hijos, todas estas son razones que la gente tiene para vivir en sociedad y aceptar sus reglas de juego.
Quizás el mecanismo más importante para lograr que estas expectativas se cumplan es la educación. Todos los padres de familia pensamos que el mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos es educación. Por eso, porque estamos convencidos de que la escuela es el mecanismo de ascenso social más importante que existe, hacemos lo que esté a nuestro alcance para que estudien el mayor número de años posibles.
Pero, ¿qué pasa si la educación básica, en lugar de permitir el ascenso social, lo que hace es justamente lo contrario, es decir, reproducir las clases sociales y facilitar que los ricos sigan siendo ricos y los pobres, pobres? No es por aguar la fiesta, pero creo que eso es lo que está pasando en Colombia: nuestro sistema de educación difícilmente puede ser considerado como un mecanismo de movilidad social. Eso se debe a que no sólo tenemos una educación dividida por clases sociales, sino que, como está demostrado, cuanto menor es el nivel económico de los alumnos, peor es el nivel de la educación que reciben. Incluso en Bogotá, que es donde mejor estamos, los alumnos ricos de los colegios privados sacan, de lejos, los mejores puntajes en las pruebas del Icfes, mientras que los alumnos pobres que van a los colegios públicos se ubican en los puestos intermedios y bajos. El sistema educativo en Colombia permite, a lo sumo, la movilidad en el interior de las clases sociales, no entre ellas.
Alguien podría objetar lo que digo con el argumento de que en todas las sociedades del mundo los ricos salen ganando y que la educación no es una excepción. Esto es sólo parcialmente cierto. En los países desarrollados la regla general es que la educación pública no sólo es de muy buena calidad sino que a ella asisten alumnos de todas las clases sociales. Es cierto que no en todos los países es igual (en Japón, Dinamarca y Alemania la educación pública es más importante que en Inglaterra y Bélgica) pero en ninguno de ellos sucede lo que pasa en Colombia, en donde los pobres estudian por aparte y aprenden menos.
También es cierto que en todas partes, incluso en los países capitalistas desarrollados, los estudiantes de clase alta tienen una herencia cultural (capital social) que les facilita el éxito. El privilegio de los estudiantes ricos consiste en que su cultura, su manera de hablar, de vestir, de relacionarse, etc., está más próxima a la cultura que el sistema educativo enseña, evalúa y premia. Como dice P. Bourdieu, el aprendizaje es para ellos una herencia mientras que para los más pobres es una conquista. La escuela transforma los privilegios de los estudiantes de clase alta en méritos.
Pero si esto sucede allá, con estudiantes que van a los mismos colegios de buena calidad y que tienen los mismos profesores, con mucha mayor razón ocurre aquí, donde existe una especie de apartheid educativo. Por eso estoy de acuerdo con Hernando Gómez Buendía cuando dice que “la educación en Colombia no está pensada como un factor de equidad, sino como el mecanismo principal de transmisión y ampliación de las desigualdades existentes”.
No es fácil construir un país democrático, decente y respetuoso de la legalidad cuando la inmensa mayoría de la población se ve obligada a renunciar a sus expectativas.