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Roberto Burgos Cantor

La obra de Roberto Burgos abre nuevas formas de identidad de lo popular, alimentando la diversidad del autorreconocimiento y empoderando a grupos poblacionales históricamente marginados. | Cortesía El Espectador

Sabemos que la muerte viene, que es la única certeza, pero siempre nos sorprende. Comenzamos entonces a pensar en lo que no hicimos, lo que no dijimos, a buscar el último de los recuerdos.

Sabemos que la muerte viene, que es la única certeza, pero siempre nos sorprende. Comenzamos entonces a pensar en lo que no hicimos, lo que no dijimos, a buscar el último de los recuerdos.

Roberto Burgos Cantor (Cartagena, 1948 – Bogotá, 2018) trasciende su mortalidad en el recuerdo de Dorita su esposa, de sus hijos y hermanos, de Manuel, de toda su familia, de sus incontables amigos y amigas, y de quienes tuvimos la fortuna de conocer su enorme humanidad. Sin embargo, en este momento esplendoroso de su vida y de su obra, es claro que el alcance de su literatura acompañará a muchas más generaciones que la nuestra.

Ha muerto un sólido eslabón en la historia de la literatura emocional, esa sin mapas ni banderas, que escribimos los lectores. Una de las virtudes de la lectura es avivar y enriquecer nuestros sentidos, por eso cuando los lectores encontramos personajes o situaciones que nos conmueven, no volvemos a ser los mismos. Así como la ficción nos mueve, cambiando nuestra percepción, así los lectores transformamos nuestras realidades.

En una sociedad como la nuestra, heredera de un colonialismo donde sobreviven actitudes monárquicas y racistas, que van en contra de la igualdad social, y en donde existen castas que siguen mirando por encima del hombro a los demás, la obra de Roberto Burgos abre nuevas formas de identidad de lo popular, alimentando la diversidad del autorreconocimiento y empoderando a grupos poblacionales históricamente marginados. Roberto, como lo leí en una reciente entrevista, a raíz de la publicación de su última novela “Ver lo que veo”, le ponía voz a quienes no la tenían.

Así, desde una poética personal, en sus novelas y cuentos recreó una Cartagena de personajes populares e históricos, que adquieren una dimensión diferente ante nuestra mirada, invitando a revisar la valoración social e histórica que tenemos de ellos. Me cuentan sus amigos que le gustaba detenerse en las esquinas mundanas y profanas, caminar por ejemplo por la avenida Venezuela, en el centro de Cartagena, celebrar el circo ambulante de la gente, ese río fecundo de comedias y dramas. Todo eso alimentaba sus relatos, escritos muchas veces con la saliva de chistes, ocurrencias, refranes y pregones, esa música que habla desde lo más hondo.

Ahora Roberto Burgos vive en ese ámbito, en esa otra dimensión de las cosas, donde está Jorge García Usta, donde se encuentran los vientos perdidos, y no tienen fin las animadas noches del cabaret de Germania Cochero, donde ‘Michi’ Sarmiento y su mágico saxofón, seguirá alegrando la vida para siempre.

Sabemos que la muerte viene, que es la única certeza, pero siempre nos sorprende. Comenzamos entonces a pensar en lo que no hicimos, lo que no dijimos, a buscar el último de los recuerdos, a quedarnos con una noche de fiesta en el frío bogotano celebrando libros y amigos. Hoy pienso en la voz de Roberto, en las inflexiones de su voz, en los tonos que logran percibirse en sus textos. Si respetamos su puntuación ahí está, podemos sentir al mago abriendo su baúl.

De interés: Cartagena

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