Bibliografía con igualdad de género
Mauricio García Villegas agosto 16, 2021
¿Debe un autor velar por que el número de mujeres citadas en su bibliografía sea igual, o relativamente igual, al de hombres? | Unsplash
Siempre es valioso develar a las mujeres que han estado ocultas o que lo siguen estando. Pero este es un propósito, digamos, político que no debe opacar el propósito académico y, a mi juicio, primario de citar a los mejores autores posibles, a los más pertinentes, a los que han dicho lo más valioso, con independencia de si son hombres o mujeres.
Siempre es valioso develar a las mujeres que han estado ocultas o que lo siguen estando. Pero este es un propósito, digamos, político que no debe opacar el propósito académico y, a mi juicio, primario de citar a los mejores autores posibles, a los más pertinentes, a los que han dicho lo más valioso, con independencia de si son hombres o mujeres.
Hace unos años, cuando presentaba uno de mis libros en un evento, se me acercó una colega feminista, me saludó y me pidió que le dejara ver mi libro, no sin antes advertirme que no lo había leído. Le mostré el ejemplar que tenía; ella lo tomó en sus manos y de inmediato buscó las páginas de la bibliografía. Repasó rápidamente los nombres que allí se listaban y a los pocos segundos me lo devolvió diciéndome que le parecía interesante, pero que ella no leía libros en los que la mayoría de los autores citados fueran hombres.
Vale la pena discutir, reposadamente, el asunto. ¿Debe un autor velar por que el número de mujeres citadas en su bibliografía sea igual, o relativamente igual, al de hombres? Antes era frecuente que en la lista de autores relevantes en un tema casi todos fueran hombres. Hoy, por fortuna, ya no es así, o por lo menos ya no lo es tanto. Pero a causa de ese pasado de mujeres invisibles estamos demasiado acostumbrados a citar hombres, excluyendo de entrada la posibilidad de que algunas mujeres hayan sido relevantes o de que algunos hombres no valgan tanto la pena como creemos. Por eso deberíamos dudar más de esos listados, no solo para tratar de encontrar autoras talentosas, sino para encontrar otros autores: para que, por ejemplo, los estadounidenses, los franceses y en general los nacionales reconozcan autores por fuera de sus fronteras, o para que los “blancos” de clase media encuentren autores valiosos entre comunidades indígenas o negras.
La duda, sin embargo, no puede conducir a exigirle al autor de un libro que haga una investigación exhaustiva de los nombres ocultos en su tema, lo cual, claro, sería ideal, pero implica otra investigación que probablemente no es la suya. Mucho menos debe conducir a una exigencia de resultado, es decir, a juzgar al autor por la contabilidad de hombres y mujeres citados. Una bibliografía sin mujeres puede suscitar sospecha, pero no una condena de entrada. Depende del tema, de la época y de otros factores. No es lo mismo un ensayo sobre, digamos, los filósofos del mundo antiguo, que uno sobre el aborto en la actualidad. Si en este último caso la ausencia de mujeres parece inaceptable, en el primero parece normal, o por lo menos inevitable. Hay feministas que, en su afán por denunciar la injusticia del mundo de antes, el de las mujeres invisibles, subestiman a los hombres que sobresalieron, como si su trabajo estuviera inevitablemente atado al pecado original de la sociedad injusta en la que vivieron. Puede que sí, pero no necesariamente.
Siempre es valioso develar a las mujeres que han estado ocultas o que lo siguen estando. Comentarios críticos como el de mi colega feminista me han servido para ser más consciente de mis sesgos masculinos. Lo acepto y lo agradezco. Pero este es un propósito, digamos, político que no debe opacar el propósito académico y, a mi juicio, primario de citar a los mejores autores posibles, a los más pertinentes, a los que han dicho lo más valioso, con independencia de si son hombres o mujeres. Claro, soy consciente de que la separación entre lo político y lo académico no es tan tajante como aquí digo: la búsqueda de las mujeres invisibles puede servir mucho para mejorar la academia y la ciencia.
Mi desacuerdo es con reducir la academia a la política, como pretenden algunas feministas, y con hacer de ella un espacio para la militancia, en lugar de que sea un espacio para el conocimiento.
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