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Buergenthal condenaría, como muchos lo hemos hecho, el tipo de respuesta de Israel frente al terrible atentado de Hamas, y exigiría el cese al fuego en Gaza.

Buergenthal condenaría, como muchos lo hemos hecho, el tipo de respuesta de Israel frente al terrible atentado de Hamas, y exigiría el cese al fuego en Gaza.

Así se llaman las memorias del sobreviviente del holocausto nazi Thomas Buergenthal, el admirable jurista y defensor de derechos humanos, fallecido en mayo de este año y a quien quisiera rendirle un homenaje.

Buergenthal narra en este conmovedor libro sus terribles sufrimientos, pero también sus esperanzas y esfuerzos por sobrevivir durante cuatro años en el gueto de Kielce (Polonia) y durante casi un año en Auschwitz. Fue encerrado en el gueto con sus padres en 1940, cuando no había cumplido seis años, y tenía once al ser liberado por los soviéticos en Sachsenhausen (Alemania), el campo de concentración al que fue trasladado en las terribles “marchas de la muerte” de 1945.

Buergenthal escribió el libro cuando ya tenía más de setenta años porque antes le había resultado demasiado doloroso. Sin embargo, logra reconstruir, con visión de niño, no sólo esos cinco años de terribles padecimientos, sino también sus esfuerzos por encontrar a sus padres y rehacer su vida en la postguerra. Pudo milagrosamente reunirse con su madre a finales de 1946, pero no con su padre, quien fue ejecutado por los nazis pocos días antes de la liberación de Flossenbürg, el campo alemán al que había sido deportado desde Auschwitz.

¿Cómo puede llamarse a sí mismo “afortunado” este niño que padeció estos sufrimientos y crueldades únicamente por ser judío? Buergenthal da dos razones. La primera es anecdótica: una adivina le dijo a su madre que su hijo sería un “niño afortunado”. La segunda es profunda: cuando se pregunta por qué logró sobrevivir al exterminio, Buergenthal encuentra una razón esencial: aunque fueron claves la formación y el coraje que le transmitieron sus padres mientras estuvieron juntos, concluye que su supervivencia se debió en gran parte a la suerte. Suerte, por ejemplo, de que al llegar a Auschwitz no fueron sometidos al terrible proceso de selección pues, de haber ocurrido, habría terminado ese mismo día en la cámara de gas, por su edad.

Poco después de terminada la guerra, Buergenthal se encontraba un día en un balcón en Gotinga y veía pasar a las familias alemanas en paseo dominguero, y experimentó una envidia y odio profundos. Se preguntaba cómo esos alemanes podían estar tan tranquilos, como si nada hubiera pasado, y deseó dispararles con una metralleta para que sufrieran algo semejante a lo que él había padecido. Pero luego se avergonzó y renunció a la venganza, pues concluyó que no podía aspirarse a evitar crímenes como los de los nazis “a menos de que se luche por romper el círculo de odio y violencia, círculo que invariablemente conduce al sufrimiento de seres humanos inocentes”. Y por eso decidió dedicar todos sus esfuerzos a los derechos humanos, campo en el que tuvo una carrera brillante: fue destacado profesor en Estados Unidos y juez de la Corte Interamericana y de la Corte Internacional de Justicia, entre otros honores.

Estas responsabilidades lo obligaron a reflexionar sobre un tema que seguramente le era muy sensible: ¿cómo debía responder Israel frente a las amenazas terroristas? Su respuesta fue clara: “un Estado que sea víctima del terrorismo no puede defenderse contra ese flagelo recurriendo a medidas que el derecho internacional prohíbe”. Por eso creo que Buergenthal condenaría, como muchos lo hemos hecho, el tipo de respuesta de Israel frente al terrible atentado de Hamas, y exigiría el cese al fuego en Gaza por cuanto el gobierno de Netanyahu, con sus acciones bélicas desproporcionadas y su castigo colectivo a la población palestina, está violando gravemente el DIH e incurriendo en crímenes internacionales, con lo cual ha ocasionado la muerte de miles de inocentes y el desplazamiento de otros cientos de miles.

 

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