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| Nicolas Rizzon from Pexels

A las ideas posmodernas les pasa eso: se volvieron una moda facilista y políticamente correcta, pero con una pobre capacidad explicativa.

A las ideas posmodernas les pasa eso: se volvieron una moda facilista y políticamente correcta, pero con una pobre capacidad explicativa.

El posmodernismo, tal vez la ideología más influyente en los últimos cincuenta años, niega la capacidad de la razón para comprender lo que pasa y para mejorar el mundo. De este modo socava la verdad, lo objetivo, lo universal, y encumbra lo subjetivo, lo local, lo pasajero y lo emocional. Ha sido tan influyente que hasta la izquierda se ha vuelto posmoderna. No es que el posmodernismo se haya vuelto de izquierda, es que, repito, la izquierda, o una buena parte de ella, se volvió posmoderna: dejó de creer en la fuerza de las condiciones económicas, de las clases sociales y redujo todo a lo subjetivo y a lo identitario. Así convirtió la realidad en algo cultural, construido, subjetivo, empezando por la naturaleza humana, que, ahora se dice, no existe. En las ciencias sociales los métodos cuantitativos de investigación fueron reemplazados por la investigación cualitativa y a los académicos ya no les interesa tanto entender lo que pasa en la realidad sino lo que pasa por sus mentes o por las mentes de los actores sociales.

El posmodernismo, tal vez la ideología más influyente en los últimos cincuenta años, niega la capacidad de la razón para comprender lo que pasa y para mejorar el mundo. De este modo socava la verdad, lo objetivo, lo universal, y encumbra lo subjetivo, lo local, lo pasajero y lo emocional. Ha sido tan influyente que hasta la izquierda se ha vuelto posmoderna. No es que el posmodernismo se haya vuelto de izquierda, es que, repito, la izquierda, o una buena parte de ella, se volvió posmoderna: dejó de creer en la fuerza de las condiciones económicas, de las clases sociales y redujo todo a lo subjetivo y a lo identitario. Así convirtió la realidad en algo cultural, construido, subjetivo, empezando por la naturaleza humana, que, ahora se dice, no existe. En las ciencias sociales los métodos cuantitativos de investigación fueron reemplazados por la investigación cualitativa y a los académicos ya no les interesa tanto entender lo que pasa en la realidad sino lo que pasa por sus mentes o por las mentes de los actores sociales.

Yo también me sentí atraído por las ideas posmodernas y por el encanto que produce lo que Jacques Derrida llamaba la “deconstrucción”. Nunca llegué al punto de negar la existencia de la realidad objetiva, pero insistía demasiado en la dimensión construida y subjetiva de esa realidad. Lo que me atraía, sin embargo, era la rebeldía posmoderna, más que su veracidad. La crítica demoledora siempre cautiva más que el esfuerzo constructivo. Decir que nada es verdad, que todo es una ilusión, que la vida en sociedad no tiene sentido y que lo único que vale la pena es la tragedia y el arte (como decía Nietzsche, el gran precursor posmoderno) es siempre más atractivo que tratar de entender, de encontrar soluciones a los problemas y de buscar consensos.

Pero el posmodernismo, como el mismo Lyotard lo reconoce, es más una actitud que una teoría, una pose más que una hipótesis. A las ideas les pasa lo mismo que a las cosas que se compran y se venden: su valor de cambio opaca su valor de uso. Me explico: dos relojes pueden dar la hora con la misma precisión (valor de uso) pero uno puede valer mil veces más que el otro por el simple hecho de ser de una marca fina. A las ideas posmodernas les pasa eso: se volvieron una moda facilista y políticamente correcta, pero con una pobre capacidad explicativa.

Con esto no quiero decir que la incredulidad y la duda no tengan importancia; por supuesto que no. A lo que me refiero es a que hemos ido demasiado lejos en la actitud de acabar con el sentido de las cosas. La ciencia y la filosofía necesitan de un justo balance entre certeza y duda. Sin la duda la certeza se vuelve dogma y sin la certeza la duda se vuelve nihilismo.

Por eso, ante la atomización y la falta de rumbo que ha tomado el mundo actual, ahora creo que hay que concentrar esfuerzos para unir las culturas y las patrias, para mostrar lo que nos condiciona, empezando por la biología (la naturaleza humana), y para defender nuestra identidad más fundamental: la de Homo sapiens, una especie animal que ha puesto en entredicho la vida planetaria.

El valor de una ideología no solo depende de su atractivo o de su coherencia interna, sino de su capacidad para mejorar la vida humana y para encontrar un sentido que ayude a la convivencia y a la paz. Necesitamos teorías que nos iluminen en lugar de poses intelectuales que nos impidan ver lo que está pasando. El posmodernismo es esto último: quiere que transitemos de noche, sin rumbo y con las luces apagadas.

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