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Si queremos combatir el cambio climático, tenemos que empezar por combatir la desigualdad económica a nivel nacional e internacional.

Si queremos combatir el cambio climático, tenemos que empezar por combatir la desigualdad económica a nivel nacional e internacional.

Sabemos que el cambio climático es un fenómeno con impactos desiguales. Los países que son mayormente responsables del cambio climático están más protegidos de sus impactos, mientras los países que han contribuido menos al cambio climático son los que más los sienten y sentirán. La relación entre la desigualdad y el cambio climático a nivel nacional ha sido menos estudiada que a nivel internacional. Sin embargo, actualmente varios activistas y autores han empezado a tomar esta relación en serio, demostrando cómo la desigualdad económica contribuye al cambio climático y a la vez obstaculiza los esfuerzos para combatirlo.

Un informe reciente de Oxfam afirma que la riqueza de las 85 personas más adineradas del mundo es equivalente a la riqueza del cincuenta por ciento más pobre de la población mundial, o unos 3.5 billones de personas. Al nivel nacional, en 24 de las 26 economías «avanzadas,» la proporción de riqueza que del 1 por ciento más adinerado del país ha aumentado. Por ejemplo, un informe de Oxfam demuestra que en Australia, el 1 por ciento de la población tiene una riqueza equivalente al 60 por ciento más pobre del país.

En América Latina, la distribución desigual de la riqueza es aún más pronunciada, como demuestran los altos índices de Gini en la región.

A nivel social, político, y hasta económico, en América Latina, sabemos las consecuencias negativas y desastrosas que puede tener un alto nivel de desigualdad económica. Pero ¿cuál ha sido el impacto de esta desigualdad con respecto al cambio climático?

Primero, se están acumulando pruebas de que las sociedades con una distribución desigual de la riqueza son más dañinas para el medioambiente, exacerbando el cambio climático. Esto se debe en parte a los patrones de consumo de los más ricos. Los más ricos tienen un nivel de consumo altísimo, que deja una huella de carbón muy fuerte.  Como dice Sam Pizzigati, el mejor ejemplo de este patrón de consumo es el avión privado. La cantidad de aviones privados ha aumentado de la mano con la concentración de la riqueza, y estos aviones emiten seis veces más carbón por pasajero que los aviones comerciales. (Un dato curioso: El 20% más rico del planeta es responsable del 86% de todo el consumo privado, es decir, el consumo doméstico de bienes y servicios, mientras el 20% más pobre solo representa el 1.3% de este consumo).

Además del consumo de los más ricos, las diferencias enormes en ingresos tienden a producir sociedades que premian el consumo y la acumulación como símbolo de posición social. Esto lleva a un consumo exagerado en toda la sociedad, no solamente en los estratos más altos. Es por eso que el ciudadano estadounidense promedio tiene una huella de carbón 12 veces más grande que el ciudadano indio promedio. Según este autor, en sociedades más igualitarias, el consumo tiene menos importancia y por ello sufren menos por el consumo exagerado.

Segundo, ya ha sido demostrado que los que sufren y sufrirán los impactos más fuertes del cambio climático son los que habitan los países más pobres. Del mismo modo, la desigualdad económica tiene efectos desiguales entre los ricos y los pobres en el nivel nacional. Por ejemplo, la desigualdad económica implica que en una sequía, los ricos pueden pagar más por agua, mientras los pobres o mueren de sed, o gastan un porcentaje altísimo de sus ingresos en agua, con menos para gastar en otras necesidades como la comida. También quiere decir que los ricos pueden migrar a zonas menos afectadas por el cambio climático, mientras los pobres se ven atrapados en zonas azotadas por desastres ambientales, o migran bajo circunstancias mucho menos favorables. En suma, los ricos tienen la capacidad para adaptarse a los efectos del cambio climático, mientras los pobres no, lo cual hace que los ricos tengan menos incentivos para combatir este fenómeno.

Tercero, la desigualdad económica es una razón principal por la que las negociaciones internacionales para detener el cambio climático han sido un fracaso total y un obstáculo casi insuperable para la adopción de medidas tendientes a combatirlo en el nivel nacional. Esto se debe a la sencilla razón de que en países con desigualdad económica alta, los gobiernos, que deben representar a todos sus ciudadanos, terminan siendo cooptados por los intereses de los ricos. En países así, por más presión de la ciudadanía para tomar el cambio climático en serio, el poder de los ricos siempre lo eclipsa. Y los ricos frecuentemente son ricos precisamente por su participación en industrias dañinas para el ambiente: energía sucia, industrias extractivas y empresas que dependen de un consumo exagerado. Así, utilizan su poder político desproporcionado para obstaculizar reformas y programas que protegen el ambiente pero disminuyen sus ganancias, como fuentes alternativas de energía limpia.

Si queremos combatir el cambio climático tenemos que empezar por combatir la desigualdad económica tanto a  nivel nacional como internacional. Si no tomamos en serio el reto de disminuir esta desigualdad, no solo condenamos a los más pobres a sufrir las consecuencias de un desastre ambiental que ellos no crearon mientras los ricos no sienten estas mismas consecuencias, sino que también quedamos atrapados en un situación en la cual nuestros gobiernos son incapaces de tomar el desafío del cambio climático en serio.

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