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TODAS LAS SOCIEDADES (COMO LAS personas) se preguntan en algún momento por su identidad.

TODAS LAS SOCIEDADES (COMO LAS personas) se preguntan en algún momento por su identidad.

TODAS LAS SOCIEDADES (COMO LAS personas) se preguntan en algún momento por su identidad.

¿Quiénes somos? (los franceses, los colombianos, los peruanos… etc.) ¿Qué es lo que nos hace distintos de los demás? Pero ninguna región del planeta se ha obsesionado tanto con esta pregunta como América Latina y ningún país tanto como México. Quizás eso se deba a la mezcla de ideas y valores que trajo consigo la Conquista y al hecho de que el pasado sigue, de alguna manera, muy presente en la vida de los mejicanos. Como dice Octavio Paz, en México “las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aún las más antiguas, manan sangre todavía”.

A lo largo de la historia de las ideas se han dado dos respuestas a la pregunta del ¿quiénes somos? La primera proviene de una vieja tradición política según la cual la suerte de los pueblos depende de la fuerza que tenga su alma colectiva, su espíritu nacional. En esa línea de pensamiento se ubican autores como Hegel, Burke y recientemente Samuel Huntington. La respuesta contraria se encuentra en autores que (desde el marxismo hasta el liberalismo económico) sostienen que la cultura no explica nada; que todo obedece a las condiciones materiales (economía, recursos, intereses sociales, redes de poder, etc.) en las cuales cada grupo social se encuentra y que los rasgos culturales son variables y circunstanciales (sobra decir que las explicaciones más interesantes —también las más difíciles— se encuentran entre esos dos extremos).

Pues bien, Jorge Castañeda, uno de los pensadores más influyentes del continente, acaba de publicar un libro para responder a la pregunta ¿quiénes somos los mejicanos? El libro se titula: Hoy o mañana y ha suscitado un interesante debate, no sólo en Méjico, sino también en los Estados Unidos, donde se publicó originalmente.

Castañeda sostiene que México no podrá alcanzar la modernidad y la bonanza mientras “su alma no deje de ser una carga para su gente”; mientras su carácter y su cultura, sobre todo el fatalismo, el individualismo, la mentira y el incumplimiento de normas, “no dejen de ser instrumentos de inmovilidad y se conviertan en armas para el cambio”.

En ese sentido, el libro parece ubicarse en la tradición culturalista de Burke. Sin embargo, para no caer en la deformación propia de las obras escritas en esa línea de pensamiento (como el célebre Who are we?, de Samuel Huntington) Castañeda afirma que no existe algo así como una “alma nacional” o una esencia inmodificable del pueblo mejicano, sino algo de mucho menos quilates, a lo cual denomina “carácter nacional”.

De todos modos, aunque el argumento de Castañeda no cae en la las deformaciones propias de los defensores del “alma nacional”, descuida (como los demás autores de esta tradición) las razones materiales que alimentan la cultura. Castañeda se desentiende de las condiciones contextuales (desigualdad social, pobreza, dominación, marginalidad) que dan vida a los rasgos del carácter mejicano que él critica. Como si las cuestiones culturales no estuvieran conectadas con las cosas materiales (y viceversa). Para ponerlo en palabras de Fernando Escalante (otro mejicano; este sí particularmente riguroso con la explicación del ¿quiénes somos?), es como si la cultura fuera un “hecho espiritual” que desciende, intacto, sobre la realidad social y la modifica.

De todos modos, éste es un libro que vale la pena leer y discutir.

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