Con cara de malo
Mauricio García Villegas Abril 30, 2010
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CESARE LOMBROSO, UN PENALISTA italiano del siglo XIX, fue famoso por su teoría del “delincuente nato”.
CESARE LOMBROSO, UN PENALISTA italiano del siglo XIX, fue famoso por su teoría del “delincuente nato”.
CESARE LOMBROSO, UN PENALISTA italiano del siglo XIX, fue famoso por su teoría del “delincuente nato”.
Según él, los criminales no sólo nacen como tal, malos desde chiquitos, sino que vienen al mundo con cara de malos, es decir con ciertos rasgos físicos bien definidos: la frente hundida, el maxilar grande, los pómulos salidos, etc. Estas ideas y otras de la época de Lombroso, dieron lugar a una teoría penal conocida como “peligrosismo”. Según esa teoría, hay personas que están más cerca del crimen que otras y ello debido a que tienen ciertas características físicas, sociales o culturales que las convierten en personas peligrosas.
Nadie le da crédito hoy a las ideas de Lombroso. Sin embargo, su teoría peligrosista no está tan desacreditada como parece. Una prueba de ello es la reciente ley de inmigración de Arizona, que autoriza a la policía para detener en la calle a los que tienen cara de inmigrantes ilegales, es decir cara de latinos.
Pero en Arizona no se necesitaba de esa ley para que la policía actuara de esa manera. Tampoco en el resto de los Estados Unidos, ni en Europa, ni en América Latina. Allá como aquí, las fuerzas del orden salen a la calle con una imagen bien clara de lo que para ellos es el “delincuente nato”: un hombre joven, entre 18 y 25 años, pobre y, por lo general, negro, mestizo o indio. Los que cuadran en esa imagen —que en nuestros países, paradójicamente, suele ser la misma de los policías— son vistos como sospechosos.
Alguien podría decir, en favor de la ley de Arizona, que la sospecha tiene sentido y eso debido a que hay más inmigrantes ilegales con cara de mexicanos que, digamos, inmigrantes ilegales con cara de suizos. Por eso la policía, que debe perseguir el crimen, razonablemente sospecha más de los primeros que de los segundos.
Eso es verdad; sin embargo, en este caso, esa consigna “peligrosista” esconde dos grandes injusticias.
La primera es una discriminación contra la gente joven, pobre y de raza negra, indígena o mestiza, que no comete delito alguno y que es la gran mayoría de la población. La estigmatización de toda una clase social no puede estar justificada en la captura de unos cuantos delincuentes.
Pero hay una injusticia más de fondo en todo esto y es la siguiente: las posibilidades que tienen los jóvenes pobres, latinos o negros de ir a la cárcel es considerablemente mayor que la de otros grupos sociales. En los Estados Unidos se calcula que los negros tienen siete veces más posibilidades de ir a prisión que los blancos. Un latino tiene más posibilidades de pasar la noche en una cárcel que en el dormitorio de un campus universitario. Así pues, la sociedad castiga a los negros y a los latinos doblemente: con la marginalidad social primero y, como si esto fuera poco, con la cárcel después. No sólo son ilegales por ser pobres, sino que son pobres por ser ilegales.
En el caso de los inmigrantes hay un elemento adicional que agrava estas dos injusticias: los blancos de Arizona necesitan de los latinos para que hagan ciertos oficios que ellos no quieren hacer; los necesitan y por eso los emplean; pero eso sí, dejando claro, a través de una ley que los define como sospechosos permanentes, que esos latinos no forman parte de su sociedad. La cosa es todavía más chocante si recordamos que Arizona era de los mexicanos hasta 1847, cuando los Estados Unidos invadieron ese territorio y se lo apropiaron.