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Deninson Mendoza

El deber de proteger lo público está por encima de las lealtades políticas de un funcionario y este es un principio que no se está cumpliendo en Telemedellín. | Tomado de redes sociales

El funcionario clientelista no solo es sumiso con sus jefes políticos, sino que exige lo mismo de sus subordinados y por eso castiga la falta de mansedumbre con el despido.

El funcionario clientelista no solo es sumiso con sus jefes políticos, sino que exige lo mismo de sus subordinados y por eso castiga la falta de mansedumbre con el despido.

Una de las reglas del clientelismo es que los políticos que llegan a los cargos públicos deben ser más leales con los padrinos que los nombraron, o los ayudaron a elegir, que con la ley y con el servicio público que prestan.

Les doy un ejemplo que lo ilustra bien. El alcalde de Medellín acaba de nombrar un nuevo gerente para Telemedellín. Se trata de Deninson Mendoza, un joven político sin experiencia en medios de comunicación cuya principal virtud es ser leal. Su principio de vida, dice Mendoza, es “hacer caso” (que en buen paisa no es otra cosa que obedecer), y si alguna duda hubiese al respecto, la despeja con el siguiente ejemplo: “Yo soy socio del Cali, soy uno de los 700 dueños del Deportivo Cali, pero hoy me gusta mucho el Nacional. ¿Por qué? Porque mi jefe es hincha del Nacional, así de sencillo. Lo que a mi jefe le gusta a mí me encanta. Yo hago un caso el verraco, me encanta hacer caso (…) entiendo cómo funciona esta vuelta y yo voy para adelante”.

El deber de proteger lo público está por encima de las lealtades políticas de un funcionario y este es un principio que no se está cumpliendo en Telemedellín. Es cierto que en los canales públicos hay una tensión entre comunicar e impulsar a la administración de turno (tal vez hace falta una regulación que asegure la autonomía de los canales). Pero en medio de eso y con diferencias de estilo y enfoque Telemedellín había mantenido su autonomía y la calidad de su noticiero. El alcalde Quintero ha ido minando todo eso y ahora la orden de Mendoza es que los contenidos en contra del alcalde no pueden ser emitidos y que quien no esté de acuerdo se va. El periodista Hernán Muñoz Álvarez ha sido expulsado mientras escribo esto.


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El funcionario clientelista no solo es sumiso con sus jefes políticos, sino que exige lo mismo de sus subordinados y por eso castiga la falta de mansedumbre con el despido. Antonio Caballero dijo alguna vez que si la característica de los españoles es la envidia y la de los franceses es la arrogancia, la de los colombianos es la lambonería. A eso hay que agregar el despotismo con los de abajo: el político clientelista es un cordero manso con su superior y un lobo feroz con sus dependientes.

Pero lo peor del clientelismo es la captura de las instituciones por parte de los intereses privados, en este caso políticos. Esto ocurre porque no solo se exige lealtad durante la competencia electoral sino, sobre todo, durante el ejercicio del cargo, que es cuando el padrino cobra su recompensa. Para que el sistema funcione es vital que este último tenga la certeza de que su candidato no se va a “torcer” (la evocación mafiosa no es gratuita), ni siquiera por cumplir con sus deberes legales. Como dice Mateo el evangelista, nadie puede servir a dos jefes, y en este caso queda claro que la obediencia primordial es con el padrino. Por eso en el clientelismo no hay peor pecado que la traición, la cual desencadena odios recónditos que, como es el caso de los expresidentes Uribe y Santos, nunca desaparecen.

Lo de Mendoza no es un caso aislado y eso es lo más triste. Muchos ejemplos similares, quizás con una dosis de lambonería y arrogancia menor, se pueden ver en el Gobierno central, sobre todo en los organismos de control, hoy casi todos dirigidos por funcionarios mediocres, unos más que otros, que parecen obedecer al presidente con una lealtad mayor de la que tienen con el servicio público y que, como diría Mendoza, entienden bien cómo funciona la vuelta.

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