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¿Para qué sirven hoy las embajadas?  

¿Para qué sirven hoy las embajadas?  

En teoría, para representar al país, para proteger sus intereses, para promover las buenas relaciones entre las naciones y para negociar eventuales conflictos con el Estado anfitrión. En la práctica, sin embargo, las embajadas son más bien inoficiosas. Tenían sentido hace un siglo, o más, en Europa, cuando la diplomacia servía para terminar las guerras, cuando las comunicaciones eran lentas y difíciles y cuando el símbolo de la soberanía nacional tenía algún soporte en la vida de los países. Hoy en día, en cambio, cuando las comunicaciones son inmediatas y permanentes, cuando un presidente o un ministro pueden trasladarse en unas pocas horas de un país al otro y cuando la representación de los intereses nacionales se ejerce ante todo en los foros y las instituciones internacionales, los embajadores son figuras más decorativas que otra cosa.

Esto no sería grave si las embajadas no sirvieran para reproducir un clientelismo elitista y no costaran tanto dinero. En Colombia, los embajadores no hacen carrera diplomática y su único mérito suele ser la amistad que tienen con el presidente o el hecho de pertenecer a su partido o a su Gobierno. Más que un bien público destinado al servicio de los nacionales, las embajadas son parte del botín burocrático que se reparte cuando un partido llega al poder. Esto es lo más parecido que puede haber a los cargos que el rey, en las monarquías absolutistas, le otorgaba a sus parientes o a sus amigos para que se sirvieran de ellos.

Pero las embajadas son, además, un lujo costoso. Colombia tiene 59 embajadas alrededor de todo el mundo: 22 en las Américas, seis en África, 14 en Asia, 16 en Europa y una en Oceanía. 19 de esas embajadas tienen sede propia y el resto son edificaciones alquiladas. Hay 24 embajadores que viven en casas ostentosas, por fuera de la embajada, casi todas ubicadas en los centros históricos de las grandes ciudades del mundo, como París, Bruselas, Madrid y Washington.

A diferencia de las embajadas, los consulados son cada vez más importantes. Sin la pompa del embajador, el cónsul se ocupa de asuntos fundamentales en el mundo de hoy: el comercio entre los países y, más importante aún, la atención de los ciudadanos que viven en el exterior.

Mientras el Estado colombiano gasta millones de dólares en embajadas y casas de embajadores, muchos funcionarios trabajan en edificios arrendados y de mala calidad. ¿Sabían ustedes que casi 80 % de los edificios en los que opera la justicia son alquilados? En Antioquia esa cifra sube a 95 % y en Cundinamarca a 97 %. Para no ir muy lejos, en Bogotá, la capital del país, 66 % de los edificios de la justicia son ajenos. ¿Cuántos palacios de justicia podrían construirse si el Estado colombiano vendiera las 24 casas de embajadores que tiene en Europa y las Américas?

Como es evidente que no van a vender esas casas, deberían por lo menos crear una carrera diplomática decente y dejar de nombrar a los embajadores según el gusto político y los afectos del presidente de turno.

Posdata: Don Fidel Cano, director de este diario, me ha concedido una licencia para dejar de escribir esta columna y poder dedicarme a la terminación de un libro. Agradezco profundamente esta venia y espero retomar mi entrega habitual a principios del año próximo. Voy a extrañar a mis lectores, es lo menos que puedo decir. Esta no ha sido una decisión fácil, sobre todo en los momentos actuales.

De interés: Embajadas

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