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Aunque suene inverosímil, el video que probaría la mentira pública y el gravísimo delito en que habría incurrido Oscar Iván Zuluaga puede ser insuficiente para cerrarle la puerta de la Presidencia al uribismo.

Aunque suene inverosímil, el video que probaría la mentira pública y el gravísimo delito en que habría incurrido Oscar Iván Zuluaga puede ser insuficiente para cerrarle la puerta de la Presidencia al uribismo.

Una razón era previsible: Zuluaga se esconde detrás de una cortina de humo, mostrando que su Presidencia sería tan violenta con la ley y la verdad como la de Uribe. La otra razón es inesperada: muchos antiuribistas pueden terminar abriéndole el camino, si no se deciden a votar contra él.

Al menos antes de que se revelara la grabación de Zuluaga con su hacker, los indecisos sumaban un tercio de los votantes en el escenario más probable de una segunda vuelta Santos-Zuluaga, que se dividen por partes iguales los sufragios restantes, según la encuesta de Semana y RCN. Entre los inseguros estarían los antiuribistas que tengo en mente: el 13% que planeaba votar en blanco en la primera vuelta, el 10% que dejaría Clara López y parte del 10% que sacaría Peñalosa.

Aunque la ley y la decencia dictarían la renuncia de Zuluaga, es bien sabido que el uribismo no se detiene por consideraciones de ese tipo. Al contrario, llegar a la Presidencia es la alternativa que le queda a Zuluaga para intentar evadir la justicia. Ojalá me equivoque, pero es probable que por eso y porque el uribismo cuenta con una base de simpatizantes que vota sin reparar en hechos o delitos, Zuluaga continúe y llegue a la segunda vuelta con Santos. De modo que el peligro enorme que significa el uribismo para la democracia, la legalidad y la paz sigue vivo aún después del escándalo. A esas alturas van a ser determinantes los antiuribistas indecisos, que ya no tendrían que escoger por quién votan, sino contra quién. El problema es que la guerra sucia entre Santos y Zuluaga llegó a un punto tan bajo que puede alentar un sentimiento antipolítico (“todos son iguales”), que se palpa en las redes sociales y en segunda vuelta puede traducirse en abstención. A eso se suma el mensaje riesgoso de los defensores del voto en blanco y algunos sectores de las demás campañas, según el cual escoger entre Zuluaga y Santos es como hacerlo “entre el sida y el cáncer terminal”, como dijo Vargas Llosa sobre la elección entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori en las presidenciales peruanas de 2011. De una premisa correcta (el rechazo a las prácticas políticas tanto de Zuluaga como de Santos), los inconformes extraen una conclusión errada (da igual un gobierno de cualquiera de los dos).

Si el escándalo del hacker no dejó clara la diferencia, quizás la comparación con Fujimori la ilustre mejor. Como el fujimorismo hace 14 años, el traspiés del uribismo proviene de un video donde se registran conductas que serían delitos graves y se suman a un abultado prontuario colectivo. Al igual que a Vladimiro Montesinos, a Zuluaga lo enreda la constancia fílmica de la relación cercana entre su movimiento y la criminalidad. Como para el fujimorismo hace tres años, la salvación del uribismo es el regreso al poder por interpuesta persona, para abonar el retorno del caudillo. Lo que está en juego aquí es lo mismo que en ese entonces en Perú: la paz, las instituciones y el Estado de derecho.

Los peruanos demócratas, alentados por el cambio de opinión de Vargas Llosa y su apoyo a Humala, terminaron por ver la diferencia y votaron contra el fujimorismo. Y salvaron al país del autoritarismo. Ojalá aquí sepamos hacer lo mismo.

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