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Hasta hace un par de semanas, yo no había escuchado los narcocorridos colombianos. 

Hasta hace un par de semanas, yo no había escuchado los narcocorridos colombianos. 

Hasta hace un par de semanas, yo no había escuchado los narcocorridos colombianos. Navegando por YouTube, encontré algunos videos conocidos, como corridos prohibidos de Uriel Henao, Los Bacanes del Sur y Giovanny Ayala, donde las realidades del narcotráfico son contadas por quienes las vivieron más de cerca. Me llamó la atención conocer esas vidas de la gente que se metió al negocio de la coca para satisfacer las necesidades más básicas que uno pueda imaginar, y que, lejos de hacer plata fácil, lo que realmente ha hecho es construir, a su manera, la vía para salir de la pobreza.

Desde la canción del raspachín que se volvió patrón, hasta la «historia de un paraco y un guerrillero» que decidieron matarse de lo verracos que eran, pasando por las historias de las mujeres que corren detrás de la plata de los hombres, la variedad de relatos detrás de las canciones nos muestra una cosa: que están hechas para contar las historias de un mundo que es repudiado por unos y aprobado por otros. Además, dejan entrever la manera como el narcotráfico se infiltró en las costumbres culturales de las comunidades en Colombia, lo que hizo muy fácil que una canción me llevara a otra y así sucesivamente.

Entendí que traquetear la coca no sólo ha dejado huellas económicas o sociales en las zonas donde se cultiva, sino que además ha creado personajes, historias y formas de vida: estereotipos que fueron plasmados en formato musical para acompañar a los bebedores de pueblo en sus borracheras. Por eso quiero hablarles de los personajes que aparecen en ese mundo y los contextos que se entretejen alrededor de ellos: un mundo de narcos y carteles, de problemas de drogas y encargos, que ciertamente me era desconocido.

No me sorprende que «el raspachín» se haya cansado de la pobreza en su pueblo y decidiera marcharse al Caguán a probar fortuna para ganar respeto. Tampoco que haya ganado mucho dinero y que anhele volver como señor al lugar del que salió, para llevarles plata a los viejos y beberse el resto con los compadres. Lo que realmente me parece interesante es cómo, a partir de unas condiciones de vida muy difíciles, estos jornaleros pueden iniciar el camino que los lleva «de raspachínes a patrones», un oficio ilegal donde se gana y se gasta dinero a manos llenas mientras se espera una muerte inminente.

Así lo pude escuchar en la canción titulada «prefiero una tumba en Colombia», que cuenta la vida de un patrón que llegó a este escabroso mundo escapando de la pobreza y la humillación de la que era víctima. Pero se arrepintió de haber entrado al negocio: salirse del narcotráfico es muy difícil. Al fin y al cabo cada capo sabe muchas cosas sobre mucha gente. Involucrarse en el mercado de la cocaína implica aceptar que la cárcel o la tumba sean los destinos probables. Por eso las personas tienen que capotear muchas amenazas, para salvarse de los sapos y de las balas enemigas.

 

ambién escuché el relato sobre el «hijo de la coca», que perdió a sus padres en los vaivenes del negocio. El protagonista de la historia es un huérfano de corta edad, que vivió el abandono en la calle, robando para alimentarse, pues sus padres un día marcharon al Guaviare. Lógicamente, creció con las ganas de vengarse de aquellos que los habían matado malamente, por ello se hizo raspachín, cultivador, patrón y luego exportador de cocaína, además aprendió a mantenerse vivo en el peligro.

Irónicamente encontré la canción del «policía torcido», donde un agente joven y soñador se vuelve corrupto al ver cómo sus superiores se roban un dinero que habían incautado en un allanamiento a la casa de un narco. La decepción le hizo comprender al policía que debía tener buenas relaciones con paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes porque había que saber trabajar para tener plata.

En estos corridos hay unas críticas interesantes a la manera como se ha combatido a los carteles y a esa idea falsa de que el narco es narco porque quiere. En una canción, Giovanny Ayala dice que «andan con el cuento que soy coquero pero no dicen por qué», y se sigue preguntando quién termina siendo el pecador si al narco lo quieren mandar a prisión por trabajar y los gringos consumen cocaína perdiendo la razón. Es injusto que mientras la cocaína sea la niña consentida de las fiestas sociales, droga ilegal de preferencia en algunos entornos, las personas que se encargan de producirla y transportarla sean quienes pagan los platos rotos.

Para quienes trabajamos en pro de la reforma a la política de drogas está claro que la prohibición no solo genera el mercado ilegal de la cocaína, sino que es tan rentable que siempre va a haber alguien que quiera hacer el trabajo sucio. En «los carteles siguen vivos», Uriel Henao dice que el ingenio del narco colombiano hace que los traficantes no se acaben, porque cogen a dos o tres, pero la verdad hay mucha gente que trafica en Colombia.

Lo más irónico es que, aunque legalizar las drogas sería la solución para los problemas asociados con la criminalidad, no hay nada más inconveniente porque afectaría a mucha gente que depende de este negocio. Y escuché que «la mafia continúa» porque los narcos han aprendido a no dar tanto visaje, que ya no se mueven en carros lujosos sino en Renault 4 y que ya no montan parrandas con reinas y orquestas de lujo, sino que prefieren irse a gastar el dinero afuera.

Cuando creía que ya no iba a haber nada diferente de balas, mujeres y carteles, vi el video de ¡qué viva la coca! donde Uriel Henao y Francisco Gómez cantan las cosas que creen positivas del tráfico para las regiones. Por ejemplo, dicen que los narcos son empresarios que fomentan el empleo y traen rentas al país. En su lógica, acabar con el negocio sería poner a la gente a vivir de las migajas cuando pueden trabajar y ganar bastante con la coca, porque eso sí el narco no es un perezoso que se gana la plata sentado, es un empresario que gana con el sudor de su frente los tres pesos que se gana.

Al final, estos narco-corridos reflejan una visión, cuentan las historias de los personajes que hacen parte del mundo ilegal del tráfico de drogas y su actitud frente a la sociedad. No se trata de la verdad definitiva sobre la cultura coquera, pues no agota los demás aspectos de la vida de un cocalero, sin embargo sí cuestiona el papel de los narcos, la plata y las armas en cualquier escenario de regulación estatal, que tenga como objetivo precisamente quitar poder a estos señores detrás del negocio de la cocaína.

Bastaría quitarse el prejuicio de que cualquier narco traqueto es un desalmado que mata por divertirse, para comprender que son personas con un pasado complicado, un presente peligroso y un futuro incierto.

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