Coyuntura crítica
César Rodríguez Garavito junio 10, 2014
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Los científicos sociales tienen un concepto —“coyuntura crítica”— que muestra que hay mucho en juego en las elecciones del domingo, contrario a lo que piensan algunos promotores de la abstención o el voto en blanco.
Los científicos sociales tienen un concepto —“coyuntura crítica”— que muestra que hay mucho en juego en las elecciones del domingo, contrario a lo que piensan algunos promotores de la abstención o el voto en blanco.
Como los individuos, las sociedades pasan la mayor parte de su existencia en medio de la rutina. Dominan las mismas ideas, persisten las instituciones usuales, prevalecen los patrones económicos y sociales. Pero hay momentos en la historia que trazan una ye en el camino, donde basta una suave vuelta del timón para conducir a destinos muy distintos.
Esas son las coyunturas críticas, que de cuando en cuando marcan giros durables en la política y la sociedad. Algunas son estruendosas, como las que terminan en revoluciones. Otras apenas se perciben porque parecen escogencias habituales, como los comicios presidenciales que dan lugar a reformas estructurales duraderas (piénsese en la elección de Ronald Reagan hace tres décadas, que dio el timonazo a la derecha que aún se siente en toda la política estadounidense).
Es difícil diagnosticar una coyuntura crítica cuando está sucediendo, porque su trascendencia se aprecia cabalmente sólo en retrospectiva. Pero es posible detectar algunas señales a partir de las lecciones de coyunturas pasadas, como lo han hecho sociólogos y politólogos, como James Mahoney, Paul Pierson o los esposos Collier. Se sabe que ocurren en momentos de incertidumbre, cuando la opinión está polarizada. De ahí que sean tiempos propicios para ideas radicales, que no tendrían recibo en épocas de normalidad. Y se sabe que, una vez se impone una solución, es difícil echar marcha atrás.
Creo que en Colombia, en el último cuarto de siglo, tres momentos cumplen estas condiciones: 1991, 2002 y 2014. Del primero surgió la Constitución actual, que resolvió, aunque fuera parcialmente, la zozobra institucional asociada con el narcoterrorismo. La respuesta fue un viraje afortunado hacia un marco institucional progresista, democrático y pluralista, que reemplazó el conservador y autoritario que venía de la Constitución de 1886. La segunda coyuntura crítica, en 2002, culminó con la llegada de Álvaro Uribe al poder. No hay que ser uribista para constatar que su presidencia marcó un giro duradero a la derecha, que rompió décadas de bipartidismo y replanteó las coordenadas del conflicto armado.
Juan Manuel Santos encarna la tensa amalgama de esos dos momentos. Proviene del viraje a la derecha de Uribe, pero, a diferencia de éste, se toma en serio el proyecto moderno y las instituciones de la Constitución de 1991. Por eso su gobierno ha basculado entre derecha e izquierda. Por eso también su presidencia ha sido una síntesis, antes que un nuevo momento histórico.
Pero la posibilidad de que vuelva Uribe a través de Zuluaga cambia radicalmente las cosas y hace de 2014 una coyuntura crítica. No se trata sólo de elegir entre la paz de Santos y la guerra de Zuluaga, aunque eso ya justifica el voto. Se trata de decidir entre mantener el camino democrático de la Constitución de 1991 o virar de nuevo a la derecha, en dirección al conservadurismo moral y el autoritarismo político de la nueva Constitución que vienen anhelando Uribe y el procurador Ordóñez.
De modo que los electores no enfrentan un asunto menor, como quien vacila entre helado de fresa o de vainilla. Unos pocos votos pueden marcar una diferencia profunda y duradera. Ojalá los demócratas indecisos salgan a votar y recuerden que dos vueltas a la derecha equivalen a una en vuelta U, directo hacia el pasado.
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