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Jorge, Daniel y el Gato

Este cuento muestra entonces que a veces es bueno recibir críticas, incluso severas, a nuestras visiones o gestiones pues significa que aún se espera de nosotros que podemos mejorar. | Unsplash

En estas vacaciones tuve la oportunidad de releer un encantador cuento de Roberto Fontanarrosa llamado “Jorge, Daniel y el Gato”. Es un relato no sólo muy divertido –como en general todo lo de Fontanarrosa–, sino que es filosóficamente recomendable pues nos enseña a valorar mejor ciertas críticas, incluso muy duras, que a veces recibimos.

En estas vacaciones tuve la oportunidad de releer un encantador cuento de Roberto Fontanarrosa llamado “Jorge, Daniel y el Gato”. Es un relato no sólo muy divertido –como en general todo lo de Fontanarrosa–, sino que es filosóficamente recomendable pues nos enseña a valorar mejor ciertas críticas, incluso muy duras, que a veces recibimos.

En estas vacaciones tuve la oportunidad de releer un encantador cuento de Roberto Fontanarrosa llamado “Jorge, Daniel y el Gato”. Es un relato no sólo muy divertido –como en general todo lo de Fontanarrosa–, sino que es filosóficamente recomendable pues nos enseña a valorar mejor ciertas críticas, incluso muy duras, que a veces recibimos.

Jorge, Daniel y el Gato son tres fanáticos del fútbol que están cerca de los 40 años y todos los sábados juegan en un equipo de barrio junto con varios jóvenes, pues el torneo no tiene límites de edad. Luego de cada partido, estos tres rodillones se toman unas cervezas y comentan las jugadas.

En esa ocasión, Daniel está furioso porque había botado un gol y otro jugador lo había insultado. Lo que más molesta a Daniel no es haber pifiado el gol o haber recibido un regaño, sino que tenía claro que la razón por la cual lo habían insultado no era por haber fallado el tiro sino por ya ser considerado un viejo para ese deporte: “En realidad lo que te quieren remarcar es que te lo erraste por viejo”.

El Gato trata entonces amistosamente de calmarlo y le dice que no le ponga bolas al asunto, que no vale la pena. Pero Daniel insiste y sigue quejándose, dolorosa e insistentemente, del hecho, hasta que el Gato de pronto le pregunta: “Oíme, Daniel, ¿a vos te jode que te puteen por un gol errado?”. La pregunta le parece tan tonta a Daniel que ni siquiera se toma la molestia de responderla. Pero entonces el Gato le dice que si a Daniel le perturba que lo regañen por botar un gol, que oiga la siguiente historia.

El Gato le recuerda que el sábado anterior había sido él quien había fallado un gol sencillísimo, que era además importante pues significaba el empate. Daniel recuerda el error del Gato, quien entonces agrega que luego de su pifia hubo un “silencio total”. Eso es mejor, le dice entonces comprensivamente Daniel, a lo cual el Gato responde tristemente:

“No, Daniel, no es mejor. Cuando ya nadie te dice nada es que ya nadie espera nada de vos… Es una cosa, ¿cómo decirte? Piadosa… Por eso te digo, Daniel… Alegrate que todavía te putean. Alegrate. Quiere decir que todavía te consideran apto para jugar”.

Obviamente Daniel no supo qué responder.

Este cuento muestra entonces que a veces es bueno recibir críticas, incluso severas, a nuestras visiones o gestiones pues significa que aún se espera de nosotros que podemos mejorar.

Tengo claro que no siempre es así pues muchas veces, en sociedades polarizadas como la nuestra, muchas críticas no son realmente cuestionamientos sino insultos puros o ataques de odio que no buscan que la persona reconsidere su visión o su forma de hacer las cosas, sino que tan solo pretenden humillarla y ofenderla. Esas ofensas no suelen tener ningún valor democrático ni epistemológico, pero las críticas, incluso severas, son otra cosa y este cuento nos debería invitar a soportarlas más productivamente. Su lectura podría ser especialmente beneficiosa para que los profesores, los columnistas y en especial los políticos y servidores públicos asumieran (¿asumiéramos?) mejor los reproches, en ocasiones ácidos, de los lectores, los estudiantes o la ciudadanía y los entendiéramos como una invitación al diálogo democrático productivo. No obligatoriamente como una invitación a que todos nos volvamos amigos y simpaticemos unos con otros, pues eso no siempre es posible ni deseable. Pero que recuperáramos el valor epistemológico y democrático de la controversia genuina. Al fin y al cabo, como dijo alguna vez el gran pero infortunadamente olvidado epistemólogo Gaston Bachelard, la verdad es más hija de la discusión que de la simpatía.

De interés: Democracia

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