¿Cuáles son las raíces del campo?
Carlos Andrés Baquero julio 15, 2015
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Hoy en día, en medio de Bogotá, se dice que las raíces de los negocios están en el campo.
Hoy en día, en medio de Bogotá, se dice que las raíces de los negocios están en el campo.
En el primer plano un hombre cultivando hortalizas. En el fondo un sistema de riego y un tractor. Detrás, en el horizonte, dos silos, tres molinos de viento y unos edificios. Esa es la imagen con la que se está promocionando la vigésima edición de Agroexpo.
En la idea de crear una finca en medio de la ciudad y una plaza para los negocios, se construye un discurso que difiere con otras narraciones y testimonios que existen sobre lo rural en Colombia. Este relato tiene tres características.
Al llegar, las personas son recibidas por grandes tractores, máquinas para cortar pasto, guadañas de última generación y modernos mecanismos de ordeño. Ahí, en medio de tantos aparatos, está la primera cara del campo, la que liga la explotación de la tierra con la inclusión de herramientas para reemplazar a las personas. Sin embargo, la idea de la modernización del campo no es nueva sino que es una apuesta que se ha usado en Colombia desde comienzos del siglo XX.
En esta finca no solo se tecnifican los dispositivos sino también los animales y las plantas. Por eso, dentro del lugar hay varios expositores que venden semillas genéticamente modificadas e innovaciones en las formas de inseminación de los animales para obtener más rendimiento y mayor productividad. Dentro de este discurso no hay espacio para las otras definiciones sobre el campo, aquellas que se movilizan por la protección de las semillas locales o las formas tradicionales de trabajo de la tierra.
En segundo lugar, en el campo que se muestra en la feria no hay participación campesina. Entre los expositores se encuentran, por ejemplo, asociaciones de productores de ovinos, ganadería de leche y empresas de producción de cercas eléctricas y púas. Cuando pregunté en uno de los puntos de información por la participación de organizaciones campesinas me dijeron que no existía. Esta información se corrobora cuando se hace una búsqueda en el catálogo de expositores que está en su página web. Al buscar por palabras como campesinos o campesina, sólo se presenta una editorial. La representación de personas diferentes a los empresarios queda reducida a un inflable de un hombre con una ruana, la marimba de chonta que ameniza la caminata por los pabellones o unos pocos locales de indígenas que venden mochilas.
En tercer lugar, en el discurso de la feria se excluyen las menciones a los conflictos por la tierra y la falta de protección que ha dado el Estado. A diferencia de los relatos que se leen cotidianamente sobre la violación de los derechos humanos de las y los campesinos, las empresas expositoras presentan sobrevuelos de las haciendas, donde no hay ninguna referencia a las relaciones violentas que se han dado en el campo. Con esta imagen se invisibilizan las muertes y los desplazamientos -pasados y presentes – generados por la propiedad de la tierra en Colombia. Este silencio, que podría ser entendible en otros contextos, es demasiado fuerte en un país como el nuestro que ha ampliado las cercas con una mezcla de cincelador, machete y fuego.
A su vez, en los potreros de Agroexpo, hacen presencia muchas instituciones del Estado. Encarnados en estands con fotografías a todo color, están desde el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural o el Incoder hasta la policía nacional y algunas alcaldías. Por eso no es extraño que las personas que visitan el lugar, no entiendan las denuncias que hacen quienes viven en el campo. Por fuera de las paredes de corferias, en muchos municipios, no hay tantas instituciones o incluso pueden llegar a estar totalmente ausentes.
La cara del campo, la que se muestra en redes sociales con #MisRaícesSon, se siembra y alimenta de la tecnología, el empresariado y la participación del Estado. Al contrastar esta imagen con la pluralidad que existe en la realidad, me doy cuenta que sólo retrataron a la agroindustria y dejaron por fuera a la población mayoritaria que vive en la Colombia rural.