Daniel Kahneman
Mauricio García Villegas abril 6, 2024
Daniel Kahneman, premio nobel de Economía. | EFE
En su libro ‘Pensar rápido, pensar despacio’, Kahneman explica que casi todo aquello en lo que creemos está determinado por las intuiciones y las emociones, no por la racionalidad, que es demasiado lenta y perezosa.
En su libro ‘Pensar rápido, pensar despacio’, Kahneman explica que casi todo aquello en lo que creemos está determinado por las intuiciones y las emociones, no por la racionalidad, que es demasiado lenta y perezosa.
El mundo actual sería otra cosa si en lugar de haber triunfado la idea griega de que “somos animales racionales” hubiese hecho camino esta otra: “somos animales que nos creemos racionales”. No es que seamos irracionales, es que nos creemos algo que no somos. Algunos sabios antiguos (no solo en Grecia) intuyeron esa falibilidad de la conciencia, pero no tenían las pruebas para demostrarlo. Hoy, gracias a las ciencias cognitivas, tenemos esas pruebas y tal vez nadie las ha expuesto con tanta claridad como Daniel Kahneman en el libro Pensar rápido, pensar despacio. Allí distingue dos dimensiones de nuestra mente que, a falta de un mejor nombre, denomina sistema 1 y sistema 2. El primero (intuitivo) es automático, no implica esfuerzo y siempre está en funcionamiento. Lo esencial de nuestras creencias viene de allí. El segundo (controlador), es lento, racional y costoso. Para decirlo de manera simple, el sistema 1 es emocional, el sistema 2 es racional, y lo dramático es que, explica Kahneman, casi todo aquello en lo que creemos está determinado por el sistema 1, es decir por las intuiciones y las emociones, no por la racionalidad, que es demasiado lenta y perezosa.
Kahneman, psicólogo cognitivo y premio nobel de economía, murió la semana pasada y su desaparición es una gran pérdida para las ciencias sociales y para el entendimiento de la naturaleza humana. He seleccionado diez ideas de su libro que, entre muchas otras, me parecen iluminantes: 1) La voz de la razón suele ser débil; la de la intuición, en cambio, es contundente y clara. 2) Solemos ser ciegos ante lo evidente y, peor aún, ciegos ante nuestra ceguera. 3) Todos, incluso los científicos, vamos por la vida buscando argumentos para confirmar lo que ya creemos: preferimos ratificar que explorar. 4) Cuando nos gusta algo de una persona, de una idea o de una institución, todo lo demás, que desconocemos, también nos gusta; y viceversa. Reducimos lo que existe a lo que conocemos. 5) La percepción de la realidad cambia según el orden de las listas. Si nos dicen, por ejemplo, que alguien es inteligente, diligente, impulsivo, crítico, testarudo, envidioso, tenemos una imagen de la persona muy diferente a la que nos hacemos si nos dicen lo mismo, pero en el orden inverso. 6) A falta de respuestas a preguntas difíciles nos inventamos preguntas fáciles y las resolvemos; así nos deshacemos de la duda y de la dificultad. 7) El azar desempeña un papel importante en nuestras vidas, pero casi nunca lo reconocemos. En lugar de pensar estadísticamente, armamos un cuento fácil de entender. Si ayer se cayó un avión, hoy preferimos viajar por tierra. Quienes creen en teorías conspirativas suelen ver demasiadas películas de espías. 8) Creemos que castigar es más efectivo que premiar, pero casi siempre es lo contrario. 9) Adaptamos la realidad a la mente, no la mente a la realidad. Y 10) Confundimos la memoria con la experiencia del pasado (que es muda e inexistente). Solo la memoria registra el pasado y lo registra de manera sesgada, por influencia del sistema 1. La memoria es, en buena medida, una historia novelada.
Del libro de Kahneman podemos extraer una conclusión cognitiva: nuestra mente está llena de trampas que son difíciles, aunque no imposibles, de superar. También, una conclusión ética: cuando los sabios de la antigüedad (algunos, no todos) nos invitan a reconocer nuestra ignorancia, tenían toda la razón. Lo de ellos era una prédica, lo de Kahneman, en cambio, evidencia científica. No necesitamos más motivos para estar alerta frente a las impresiones que nos impone el sistema 1.