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Bolsonaro

La preocupación arrancó el 1 de enero, cuando los brasileros estaban en la playa y el flamante presidente, excapitán del ejército, desplegó con disciplina militar medidas tomadas del manual populista. | Joédson Alves, EFE

Jair Bolsonaro ha tomado varias medidas similares a las que en su momento adoptaron Chávez y Maduro, siguiendo de cerca el guión de los gobernantes populistas autoritarios.

Jair Bolsonaro ha tomado varias medidas similares a las que en su momento adoptaron Chávez y Maduro, siguiendo de cerca el guión de los gobernantes populistas autoritarios.

A primera vista, no tienen nada en común. El uno sigue proclamándose líder del socialismo del siglo XXI. El otro dice estar rescatando a Brasil de las manos del comunismo internacional.

Pero en la práctica, Jair Bolsonaro ha tomado varias medidas similares a las que en su momento adoptaron Chávez y Maduro, siguiendo de cerca el guión de los gobernantes populistas autoritarios. Y así como parte de la izquierda latinoamericana tardó en condenar las violaciones aberrantes de derechos humanos de Maduro, la derecha regional (incluyendo el gobierno colombiano) se equivoca al callar mientras Bolsonaro despliega la versión brasilera del guión.

En esta columna he escrito muchas veces sobre Maduro. En adelante también voy a poner la lupa sobre lo que pasa en Brasil, que es menos comentado en los medios. Trabajando en San Pablo hace poco, encontré motivos para preocuparse y otros para esperanzarse. Comento las inquietudes y dejo para otra ocasión las razones para la esperanza.

La preocupación arrancó el 1 de enero, cuando los brasileros estaban en la playa y el flamante presidente, excapitán del ejército, desplegó con disciplina militar medidas tomadas del manual populista. Subordinó las entidades del Estado que protegían los derechos humanos y el ambiente (como la Funai, la agencia de derechos indígenas). Las puso bajo la tutela de entidades dominadas por los sectores que el gobierno representa, como el ministerio de agricultura (controlado por los hacendados) y el ministerio de la mujer, la familia y los derechos humanos (encabezado por una pastora evangélica que declaró la guerra contra la llamada “ideología de género”).

Como Maduro, Bolsonaro ha tomado medidas para vigilar las organizaciones de la sociedad civil y atacado la prensa. Propuso al Congreso un estatuto de seguridad que relaja los controles sobre las armas y reprime la protesta social. Se encamina a cumplir su promesa de deforestar la Amazonia para abrir paso al agronegocio, con lo que haría más daño al planeta que el que producen todas las emisiones de carbono de EE.UU. en dos años.

También se parecen en lo erráticos y pintorescos. Los brasileros han llamado “bloque folclórico” al grupo de ministros que regenta la agenda moral del gobierno Bolsonaro. Entre ellos están el colombiano Ricardo Vélez, ministro de educación, que ha dicho cosas como que los brasileros no tienen cultura porque se roban las cosas de los aviones y los hoteles cuando viajan, y planeaba exhortar a los colegios a que sus alumnos cantaran a diario el lema de campaña de Bolsonaro.

El riesgo del dominio de los folclóricos es tal, que más de un colega demócrata confiesa que los militares son la voz sensata del gobierno. Esa es otra similitud: un tercio del gabinete brasilero está conformado por exmilitares, con lo que Bolsonaro confirma su admiración por la dictadura militar y parece anticipar que, cuando los brasileros se cansen de él como se hastiaron de Maduro los venezolanos, lo último que le quedará es la fidelidad de las fuerzas armadas.

Me encantaría saber qué piensan los que denuncian a Maduro pero se mantienen en silencio sobre Bolsonaro. Y viceversa.

De interés: Brasil / Derechos Humanos / Populismo

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