De policías y protestas
Dejusticia septiembre 18, 2020
La brutalidad policial nunca está justificada; ni contra ciudadanos que no se manifiestan, ni contra los que lo hacen; ni siquiera está justificada ante motines. | Carlos Ortega, EFE
La policía, siguiendo el patrón establecido en la sociedad, opera de una manera clasista y racista, restándole valor a algunos seres humanos por su condición socioeconómica, por su color, o por su género, y estigmatizando organizaciones sociales y barriales.
La policía, siguiendo el patrón establecido en la sociedad, opera de una manera clasista y racista, restándole valor a algunos seres humanos por su condición socioeconómica, por su color, o por su género, y estigmatizando organizaciones sociales y barriales.
Un famoso experimento de las ciencias sociales, el experimento de la prisión de Stanford, adelantado por el profesor Philip Zimbardo, consistía en asignar aleatoriamente a los voluntarios un rol determinado: el de guardias o el de reclusos, en una prisión simulada. El experimento solo duró seis días, pues los voluntarios empezaron a asumir con total fidelidad sus roles, lo que llevó a que los guardias infligieran tortura en los reclusos. Me pregunto si en esta simulación los guardias se hubieran comportado igual si hubiera habido algunos reclusos con un título especial. Por ejemplo, si se les hubiera dicho a los guardias que los reclusos X y Y son hijos del presidente, o que son personas muy ricas e influyentes. Seguramente los guardias hubieran dejado tranquilos a los reclusos X y Y, y hubieran enfocado su abuso, su poder desbordado, en los otros reclusos.
Así también la policía, al asumir su rol de poder y autoridad, ejerce sus abusos solo contra algunos grupos determinados. Para poner un ejemplo, la organización Temblores ha documentado cómo durante la pandemia la policía ha ejercido su violencia de manera dirigida, en sectores populares donde viven personas de estratos 1 y 2. No me imaginaría a la policía disparando indiscriminadamente en Rosales o en Santa Bárbara (barrios exclusivos de la capital), como si lo hizo la semana pasada durante las manifestaciones contra la brutalidad policial en otros barrios de Bogotá, pues tendría más temor al reproche social o a una sanción.
La policía, siguiendo el patrón establecido en la sociedad, opera de una manera clasista y racista, restándole valor a algunos seres humanos por su condición socioeconómica, por su color, o por su género, y estigmatizando organizaciones sociales y barriales.
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La brutalidad policial nunca está justificada; ni contra ciudadanos que no se manifiestan, ni contra los que lo hacen; ni siquiera está justificada ante motines. Ya señalaba Martin Luther King Jr. que los motines son la voz de los que no tienen voz. Y en nuestra Colombia la voz se le ha negado históricamente a los que luchan por una educación gratuita, por una salud universal, por el derecho a mantener su relación con la tierra; por una vida digna, en últimas. La brutalidad policial es solo una razón más por la que los sin voz deciden protestar; es la gota que rebosa la copa. No solo su voz no es escuchada, sino que incluso es silenciada, como lo atestiguan los numerosos asesinatos de defensores de derechos humanos. Homicidios en los que parecen estar involucradas las fuerzas del orden público.
Pero la policía tiene una opción. No tiene por qué seguir desbordando su poder contra el pueblo, el pueblo que le dio constitucionalmente el mandato de protegerlo. Podría, por ejemplo, reconocer que las luchas de los manifestantes son justas, como lo hicieron muchos policías estadounidenses al arrodillarse en apoyo a las recientes protestas antirracistas. O mejor aún, podría unirse al pueblo, como lo hizo la Guardia Nacional en la Comuna de París en el siglo XIX, el primer gobierno de la clase trabajadora de la modernidad.