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Hace por lo menos 30 aƱos que la izquierda viene hablando mal de las multinacionales.

Hace por lo menos 30 aƱos que la izquierda viene hablando mal de las multinacionales.

Hace por lo menos 30 aƱos que la izquierda viene hablando mal de las multinacionales.
Pues bien, ahora son los liberales, e incluso la derecha, los que han toman el relevo. El lunes pasado, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que pondría en cintura a los grandes capitales económicos que operan en México y el primer ministro de Inglaterra, David Cameron, encabeza hoy una campaña para que las multinacionales paguen impuestos. Una animadversión similar se aprecia hoy en casi todos los países de Europa.
¿Qué estÔ pasando? Pues que esas empresas estÔn acabando con los Estados y que el capitalismo, sin Estados fuertes, no funciona. Las 40 corporaciones mundiales mÔs ricas, dice Shimon Peres (el exmandatario israelí), tienen mÔs dinero que todos los gobiernos del mundo juntos. Por eso sus gerentes son recibidos como jefes de Estado en todas partes. Según la CNUCED (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo) entre las 100 primeras potencias económicas del mundo, hay 55 empresas. El valor en Bolsa de ExxonMobil (la mÔs grande) es superior al producto Interno bruto de Bélgica.
Para lograr sus propósitos las multinacionales tienen tres armas. La primera es el derecho. Con un lobby sofisticado se han convertido en los grandes legisladores de la economĆ­a mundial. Monsanto, la poderosa multinacional de cereales, hizo pasar un principio legal en el que se establece que un cereal modificado genĆ©ticamente es igual a otro que no lo es, con lo cual han impedido todo control a los productos que venden. En segundo lugar tienen la información. La organización de azucareros en los Estados Unidos financió estudios ā€œcientĆ­ficosā€ hace tres dĆ©cadas para demostrar que el azĆŗcar, a diferencia de la grasa, no era daƱina para la salud (los resultados estĆ”n a la vista). En tercer lugar estĆ” la imagen: en los negocios, las multinacionales no tienen piedad con nadie, pero ante el pĆŗblico, se muestran como empresas dedicadas a la filantropĆ­a. Casi todas tienen fundaciones que protegen lo que ellas mismas daƱan (las mineras para defender el medio ambiente, las alimenticias para la salud, etc.) y códigos, muchos códigos de buena conducta. Algunas incluso creen en lo que dicen, pero a la hora de la verdad, en medio de una competencia darwiniana, terminan vendiendo hasta a su propia madre.
Las multinacionales pagan poco o nada de impuestos. Crean sociedades de papel en paraísos fiscales y de esa manera evaden las obligaciones que tienen con los Estados en donde operan. Según Pascal Saint-AmÔs, un economista de la OCDE, el 26% de la inversión en la India viene de las islas Mauricio. Algunos Estados se parecen cada vez mÔs a esos paraísos: así por ejemplo, por los Países Bajos pasa un flujo de dinero tres veces mayor que su producción total nacional (PIB). William Bourdon, cofundador de Sherpa, una asociación creada para defender a la gente contra los poderes económicos, dice que la única solución para evitar semejante desbarajuste es crear un tribunal internacional de justicia contra los crímenes económicos. Yo diría que se necesita mÔs: hay que crear un Estado mundial que le ponga orden a todo esto, tal como ocurrió en el siglo XVI con la creación de los Estados modernos.
Y es que la situación actual se parecen mucho a la de los reyes de la edad media, que tenían el poder nominal, pero que, en la prÔctica, estaban maniatados por súbditos mÔs poderosos que ellos.
Esto es todavía peor en los países en donde el Estado nunca se consolidó, como en Colombia, y donde, como van las cosas, con las multinacionales mineras cada vez mÔs presentes, saltaremos del medioevo al post-medioevo sin haber pasado nunca por la edad moderna.

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