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Sinécdoque

Las instituciones son la garantía que tienen los ciudadanos de que no llegue un gobierno que los vea como la parte excluida de la sinécdoque populista: como antipatriotas. | EFE

La sinécdoque es una figura retórica que consiste en tomar la parte por el todo, o viceversa. En el populismo, el gobernante nunca abandona la lógica de la sinécdoque y por eso es contrario a la teoría democrática.

La sinécdoque es una figura retórica que consiste en tomar la parte por el todo, o viceversa. En el populismo, el gobernante nunca abandona la lógica de la sinécdoque y por eso es contrario a la teoría democrática.

La sinécdoque es una figura retórica que consiste en tomar la parte por el todo (o viceversa), como cuando digo: “Le vendo 10 cabezas de ganado”, queriendo decir 10 novillos, o cuando digo que una persona “bebe demasiado”, queriendo decir que toma mucho alcohol. Muchos candidatos hacen política con la lógica de la sinécdoque: no hablan de sus seguidores como la parte de la sociedad que son, sino como todo el pueblo. “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”, decía Jorge Eliécer Gaitán.

Una vez elegidos, sin embargo, el ordenamiento jurídico los obliga a gobernar pensando en el bien común, no solo en el bien de quienes los eligieron. Esto no implica, por supuesto, que dejen de impulsar sus reformas, sino que las asuman pensando en el bienestar de toda la sociedad, sin olvidar que también representan a los que no votaron por ellos. En otros términos, el jefe de gobierno debe obrar, también, como jefe de Estado. Todo esto tiene sus complicaciones, pero eso es, más o menos, lo que dice la teoría democrática.

En el populismo, en cambio, el gobernante nunca abandona la lógica de la sinécdoque y por eso es contrario a la teoría democrática. En lugar de tomar al pueblo tal como es, con sus divisiones internas y sus tensiones, lo reduce a los seguidores del líder, que son el pueblo auténtico, el verdadero, el demócrata. Los demás, los que no están de acuerdo con él, son enemigos, traidores o conspiradores; no son compatriotas sino antipatriotas.

El discurso del presidente Petro del martes pasado refleja esa actitud: creer que el pueblo verdadero, el único confiable, es el que está en las calles para apoyarlo. Ni siquiera sus mayorías en el Congreso son confiables, menos aún el resto de sociedad, que está llena de “enemigos internos”: los periodistas críticos están aliados con las élites, los banqueros más ricos son ladrones, los médicos del sistema de salud están matando a los pacientes, etc. Es también la lógica de la extrema derecha (tan distinta en su ideología y tan parecida en su manera de gobernar), la lógica del “Estado de opinión” del presidente Uribe, que divide a la sociedad entre amigos y enemigos. Los amigos son buenos colombianos, los enemigos no lo son. Así se pone a la sociedad a pelear contra ella misma.

El presidente Petro ha dicho que si no le aprueban sus reformas en el Congreso apelará al pueblo que lo eligió, con la idea de que, si votaron por él, implícitamente votaron por las reformas sobrevinientes de su gobierno. El martes dijo que a él lo eligieron para que gobernara el pueblo. Estas afirmaciones van en contravía del ordenamiento jurídico: Colombia no es una democracia popular, es una democracia constitucional.

Si todo esto va en serio (por ahora parece simple retórica), las instituciones y la deliberación serán reemplazadas por la aclamación recurrente del líder en plaza pública. Es poco probable, sin embargo, que Petro tenga suficiente poder político para lograr tal cosa. Lo que nos espera, entonces, es una gran frustración, parálisis administrativa y polarización, para no hablar de violencia.

Es más, de prosperar esta deriva populista se perderá una oportunidad histórica para hacer, con deliberación, consensos y sin alebrestar los odios, las reformas que el país necesita, muchas de las cuales están, en germen, en lo que Petro ha propuesto.

Las instituciones son la garantía que tienen los ciudadanos de que no llegue un gobierno que los vea como la parte excluida de la sinécdoque populista: como antipatriotas. La izquierda fue muchas veces víctima de ese trato. Ojalá eso le sirva para no terminar haciendo lo mismo.


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