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| EFE

La vocación humanista de los derechoa humanos, más allá de la distinción de grupos y naciones, ha sido amortiguada por la dinámica política al interior de los países, que lo absorbe casi todo e impide ver la imagen ampliada de los padecimientos humanos.

La vocación humanista de los derechoa humanos, más allá de la distinción de grupos y naciones, ha sido amortiguada por la dinámica política al interior de los países, que lo absorbe casi todo e impide ver la imagen ampliada de los padecimientos humanos.

El amor por la patria es más fuerte que el amor por la humanidad. Contamos con múltiples muestras de la capacidad del patriotismo para someter, e incluso anular, los ideales cosmopolitas más vigorosos: la Ilustración fue un gran movimiento universalista, pero en el siglo XIX terminó avasallado por los románticos que preferían exaltar el sentimiento nacional; el marxismo era humanista y transnacional, pero las revoluciones comunistas lo convirtieron en una bandera nacional; los partidos socialistas, a principios del siglo XX, habrían podido declarar una huelga general para detener la Primera Guerra Mundial, pero prefirieron abrazar las banderas de sus países e irse a los campos de batalla; incluso la filosofía liberal, que tanto esperanzaba a Adam Smith por la capacidad que tenía el comercio para sembrar la tolerancia entre los pueblos, fue un sueño sojuzgado por el aliento patrio.

Algo similar, aunque menos dramático, ocurre con los derechos humanos. Su vocación humanista, más allá de la distinción de grupos y naciones, ha sido amortiguada por la dinámica política al interior de los países, que lo absorbe casi todo e impide ver la imagen ampliada de los padecimientos humanos.

Así ocurre en América Latina, donde la cultura de los derechos humanos ha sido moldeada por las luchas de sus militantes contra los regímenes despóticos imperantes, lo cual las ha inclinado a aliarse con las fuerzas políticas opuestas a las del déspota. Hay algo de necesario y hasta de inevitable en todo eso, y no tengo dudas de que esas luchas han sido heroicas y deben continuar. Sin embargo, por estar demasiado enfrascadas en el ámbito nacional, dejan por fuera una cantidad de violaciones a los derechos humanos originadas en ámbitos supranacionales, como los estragos que está produciendo el calentamiento global, sobre todo en los más pobres, o las migraciones masivas, para los cuales la protección que ofrecen las instituciones locales es insuficiente. La defensa de la Amazonía, por ejemplo, es exigua cuando se limita a campañas dentro de los nueve países concernidos, siendo Brasil, Perú y Colombia los que más territorio tienen con el 60, el 13 y el 10 %, respectivamente. Entre el año 2000 y el 2013, la Amazonía perdió el 4,7% de sus bosques; si no hacemos algo distinto a lo que hemos venido haciendo, la Amazonía puede perder el 27 %, (alrededor de 85,4 millones de hectáreas de bosques) para el 2030. Ese “algo distinto” es el reconocimiento por parte de los países amazónicos, empezando por Brasil, del derecho internacional del medio ambiente y de sus instituciones regionales y mundiales. Pero ese objetivo no se logrará sin la unidad transnacional de las luchas ambientalistas y sin su capacidad para forzar a los gobiernos a que se sometan a esas reglas comunes.

La lucha por el derecho internacional y el fortalecimiento de sus instituciones globales debería ser central en la agenda de las organizaciones que trabajan por los derechos humanos. Mucho de eso se está haciendo hoy en día, e incluso ha crecido en los últimos años, pero mi impresión es que hay que hacer aún más: hay que insistir más en la vocación cosmopolita y humanista de estas luchas e impedir que sean devoradas por las pasiones patriotas. El ascenso del nacionalismo es, lo dice Isaiah Berlin, la pulsión más fuerte que anima a casi todos los Estados del planeta desde los inicios del siglo XX. Pero esa pasión, hay que reconocerlo, casi nunca está en sintonía con los intereses de la humanidad. Al respecto, siempre es bueno recordar lo dicho por Montesquieu: “Si algo es útil para mi patria, pero perjudicial para la humanidad, lo considero un crimen”.

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