Diez años fuera del clóset
César Rodríguez Garavito Noviembre 28, 2014
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Quizas no haya una historia más alentadora para los derechos humanos que la del movimiento LGBTI en la última década.
Quizas no haya una historia más alentadora para los derechos humanos que la del movimiento LGBTI en la última década.
Como fichas de dominó, han venido cayendo las reglas inconstitucionales y odiosas que discriminaban a nuestros familiares, amigos, colegas y conciudadanos por el simple hecho de no ser heterosexuales.
Además de cambiar las vidas de miles de personas, los avances son notables por su velocidad vertiginosa. Diez años no son nada para los movimientos antidiscriminación. Las creencias y las prácticas que sostienen la desigualdad —el clasismo, el racismo, el machismo— cambian a ritmo glacial. Los logros se miden en décadas, incluso siglos, en lugar de años.
Por eso hay que celebrar el aniversario 10 de Colombia Diversa, la organización icónica de la causa LBGTI. En parte por su liderazgo, hoy son derechos los que en 2004 habrían sido reclamos inviables: que las uniones de hecho de personas del mismo sexo tengan la misma protección que las demás; que sus miembros tengan la facultad elemental de recibir la pensión de la pareja que muere; que los dos puedan adoptar el hijo biológico de uno de ellos.
Pero la celebración viene con su trago amargo. Aunque Colombia ha avanzado diez años, está rezagada otro tanto. Lo que hoy es común en Argentina, Brasil y regiones de México, o en la mayoría de Europa y EE.UU., aquí son asignaturas pendientes, desde el matrimonio igualitario hasta la posibilidad de que las parejas del mismo sexo puedan expresar su afecto en público.
El rezago se debe a que los cambios jurídicos no han ido de la mano con transformaciones políticas y culturales de igual calado. Mientras que la Corte Constitucional ha hecho mucho, el Congreso incumple su deber de garantizar la igualdad. Entre tanto, la Procuraduría gasta recursos públicos tratando de revertir los avances y la mayoría de partidos políticos miran para otro lado. Ahí está el reto para el movimiento LGBTI y todos los que creemos en la igualdad: generar presión desde la sociedad civil para que los cambios legales se traduzcan en ganancias políticas y culturales permanentes.
Las transformaciones culturales son las más lentas, pero, en últimas, las definitivas. Si el matrimonio igualitario y otros avances son irreversibles en países como EE.UU. o Argentina, es porque la opinión pública ha dado una vuelta de 180 grados. En EE.UU., el porcentaje de personas que dice conocer una persona gay o lesbiana se ha invertido en los últimos 40 años (hoy es 80%), y el apoyo al matrimonio igualitario sobrepasa el 60%. En esos lugares, los ciudadanos LGBTI no sólo viven en una nueva época, sino en un nuevo país, como lo dijo The Economist.
El mismo cambio se daría en Colombia en una generación, porque los jóvenes son mucho más igualitarios que sus padres en materia de orientación sexual. Pero eso es demasiado tiempo para personas como Sergio Urrego y otras víctimas del acoso y la violencia homofóbicos, que no alcanzarían a ver el nuevo país. Por eso debe ser la tarea de los próximos diez años.
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