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Vivimos en la época de los problemas complejos: el cambio climático, las migraciones masivas, la creciente desigualdad global, el terrorismo azaroso.

Vivimos en la época de los problemas complejos: el cambio climático, las migraciones masivas, la creciente desigualdad global, el terrorismo azaroso.

Lo que tienen en común estos y otros problemas “endemoniadamente difíciles”, como los ha llamado Kelly Levin, es que son una madeja de causas y dificultades. Precisan, por tanto, soluciones inteligentes que desenreden simultámente varios hilos de la madeja. Un ejemplo clásico de “multisolución” es la promoción del uso de la bicicleta, en cuanto contribuye de un solo pedalazo a combatir la contaminación, el tráfico, el calentamiento global y las enfermedades asociadas a la falta de ejercicio.

Digo todo esto a propósito de otro problema complejo: el cobro de impuestos, que tiene entre manos el Gobierno mientras prepara la propuesta de reforma tributaria que llene el hueco fiscal de $30,5 billones y a la vez sea equitativa, eficaz y ayude a resolver otros problemas de política pública.

Hay dos medidas que cumplen estas condiciones pero no han recibido la atención debida, aunque fueron propuestas por el Ministerio de Salud y mencionadas en el informe de la comisión de expertos sobre la reforma tributaria. Una es aumentar el gravamen a los cigarrillos, que en Colombia es llamativamente bajo. La otra es crear un impuesto a las gaseosas y otras bebidas azucaradas, como el que se cobra en México, Chile, Francia y algunos estados de EE.UU.

Como la bicicleta, los impuestos al tabaco y las bebidas azucaradas mitigan varios problemas: generan ingresos fiscales, disminuyen el consumo, reducen el cáncer y las enfermedades cardiovasculares y alivianan la carga que debe soportar el sistema de salud para atenderlas.

Ambos impuestos están respaldados por evidencia sólida. Los informes reiterados de la OMS muestran que Colombia es el país que cobra el impuesto más bajo a los cigarrillos en una muestra de países de todo el mundo. Ajustando por poder adquisitivo, aquí comprar una cajetilla cuesta menos de dos dólares, mientras que en América Latina el precio promedio es cinco dólares y en el resto de la muestra mundial es más de seis dólares. Y en un país tras otro, los impuestos más altos son la medida más eficaz para disminuir el tabaquismo.

Un impuesto del 20% a las bebidas azucaradas recaudaría fondos preciosos para el sistema de salud —entre otras cosas, para atender las enfermedades derivadas del aumento la obesidad en la población, al que contribuyen las 15 cucharaditas de azúcar que vienen en una gaseosa de tamaño promedio. Según el Ministerio de Salud, el impuesto aportaría 1,89 billones de pesos, lo que equivale el 35% de los recursos adicionales que necesita el sistema sanitario.

A pesar de la evidencia y las recomendaciones del Ministerio y la comisión de expertos, los dos impuestos no la tienen fácil. Como el caballito de acero —que enfrenta la resistencia de la industria automotriz a las ciclorrutas y los peajes que desincentivan el uso del carro—, deberán sortear el lobby tenaz de las compañías de cigarrillos y bebidas azucaradas, cuyas tácticas son conocidas alrededor de mundo. Habrá que seguir pedaleando la propuesta.

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