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Helena Uran

A pesar de sus claras diferencias, ambos libros, que están bellamente escritos, comparten en el fondo una preocupación semejante que quiero destacar en esta breve invitación a su lectura. | Planeta de Libros

Helena Urán explica que escribió ese doloroso libro porque la memoria de las víctimas permite reconstituir el “tejido moral de la democracia” destruido por la guerra. Mauricio insiste en que, a través de mecanismos como la educación de los sentimientos o la moderación en la política, podemos escapar al atavismo de esas emociones tristes y romper los ciclos de violencias.

Helena Urán explica que escribió ese doloroso libro porque la memoria de las víctimas permite reconstituir el “tejido moral de la democracia” destruido por la guerra. Mauricio insiste en que, a través de mecanismos como la educación de los sentimientos o la moderación en la política, podemos escapar al atavismo de esas emociones tristes y romper los ciclos de violencias.

En estas épocas de reflexión por fin de año, recomiendo dos libros valiosos que son al mismo tiempo muy distintos y muy semejantes: Mi vida y el Palacio, de Helena Urán Bidegain, y El país de las emociones tristes, de mi querido colega y amigo Mauricio García.

Los dos libros son muy diversos: el de Urán es esencialmente un ejercicio personal de memoria sobre el impacto que han tenido en su vida y en la de su familia la desaparición y el asesinato por los militares de su padre, el magistrado Carlos Urán, en la doble toma del Palacio de Justicia. El de Mauricio, a pesar de tener también elementos muy personales, es más teórico y ensayístico: es una reflexión interdisciplinaria sobre la manera como las furias, los odios y los fanatismos (esas emociones tristes, en la terminología del filósofo Baruch Espinoza que Mauricio adopta) explican mucho de los problemas de la vida política en Colombia.

A pesar de sus claras diferencias, ambos libros, que están bellamente escritos, comparten en el fondo una preocupación semejante que quiero destacar en esta breve invitación a su lectura.

Helena Urán relata en forma conmovedora cómo el asesinato de su padre, cuando ella tenía 10 años, tuvo efectos devastadores sobre su vida y su familia. Y no solo por la muerte temprana de un padre cariñoso, como era Carlos Urán, que siempre es dolorosa, sino esencialmente por las circunstancias: después de salir vivo del Palacio, Urán fue torturado y asesinado por los militares que tenían el deber de protegerlo y que luego buscaron ocultar ese crimen. Ese ejercicio de memoria lleva a la autora a reconstruir y reflexionar sobre esos hechos terribles del 6 y 7 de noviembre de 1985. ¿Cómo fue posible que el M-19, que desencadenó esa tragedia, tomara como rehenes a los magistrados para que estos juzgaran al presidente Betancur por el incumplimiento de los acuerdos de paz? ¿Cómo fue posible que frente a esa demencial e injustificable acción del M-19, el Gobierno y los militares respondieran con un operativo igualmente injustificable, pues no solo no tomaron las medidas básicas para proteger la vida de los rehenes sino que asesinaron y desaparecieron a varios, como Carlos Urán?


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La respuesta implícita de Helena Urán dialoga muy bien con la reflexión teórica de Mauricio. Esos crímenes derivaron de las posiciones absolutistas del M-19 y de los militares. Ambos invocaron ideales abstractos, como la democracia o la defensa de las instituciones, para definir a un enemigo frente al cual no cabía la mínima empatía y pretendieron así justificar la desmesura y las crueldades extremas que cometieron en la toma y la retoma del Palacio. Y de eso, en el fondo, trata el libro de Mauricio, quien combina en forma creativa y muy sugestiva los aportes contemporáneos de la neurociencia con análisis sociológicos e históricos de la formación del Estado colombiano, para mostrar que los fanatismos, los odios y las furias han generado en la política colombiana violencias terribles que no solo provocan sufrimientos enormes, como aquellos vividos por la familia Urán Bidegain, sino que además obstaculizan el logro de una paz duradera y de una democracia genuina en Colombia.

Ambos libros parecen pesimistas, pero no lo son. Helena Urán explica que escribió ese doloroso libro porque la memoria de las víctimas permite reconstituir el “tejido moral de la democracia” destruido por la guerra. Mauricio insiste en que, a través de mecanismos como la educación de los sentimientos o la moderación en la política, podemos escapar al atavismo de esas emociones tristes y romper los ciclos de violencias. Ambos libros apuestan entonces a la paz y la democracia, otra razón más para leerlos.

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