Dos luchas que son una: feminismo y ecologismo
Vanessa Daza abril 22, 2019
| UK Department for International Development, Flickr
Solo en la medida en que las luchas se articulen conseguiremos erradicar la desigualdad de género y encontrar una solución a la crisis ecológica que estamos viviendo.
Solo en la medida en que las luchas se articulen conseguiremos erradicar la desigualdad de género y encontrar una solución a la crisis ecológica que estamos viviendo.
“El cambio climático es un problema creado por el hombre que requiere una solución feminista”. Así lo afirmó Mary Robinson, la primera mujer en ocupar el cargo de Jefa de Estado en Irlanda y hoy es activista por la igualdad de género y la justicia climática. En esta frase, Robinson sugiere que para un problema ambiental urgente y de escalas incomparables como el cambio climático, el feminismo puede ofrecer una solución nueva. Pero, ¿qué tiene el feminismo para ofrecerle a la acción climática? Un movimiento cuyo enfoque está en la emancipación de las mujeres de un sistema social, político, económico y cultural que las oprime, ¿qué puede aportarle a otro cuyo enfoque es salvar a la especie humana de su extinción?
Ciertamente, parecen dos luchas diferentes. Sin embargo, desde hace décadas existe un movimiento que pretende que veamos la degradación ambiental y la desigualdad de género como dos caras de una misma moneda. El ecofeminismo, que surgió como una consecuencia –casi inevitable– de la sinapsis entre los movimientos feministas y ecologistas de los años 70 y 80, parte de la premisa de que todas las formas de opresión están conectadas, y particularmente, pretende establecer una conexión entre la degradación de la naturaleza y las opresión de las mujeres. Para ecofeministas como Maria Mies y Vandana Shiva, esa conexión se debe a que ambas formas de dominación tienen una raíz común: una estructura de poder patriarcal-capitalista. Esta estructura combina, por el lado del patriarcado, una comprensión y organización del mundo a través de binarios (hombre/mujer, humano/naturaleza) que se manifiesta en un orden social jerárquico en el que unos son superiores a los otros; y por el lado del capitalismo, una lógica de generación y acumulación de riqueza a partir de la producción al menor costo posible, que se afirma como la única forma de progreso para las sociedades. Esta asociación entre patriarcado y capitalismo resulta en una estructura binaria y jerárquica que promueve y justifica que un sujeto–el hombre, blanco, “humano”–, que se considera superior, pueda disponer de “otro(s)” que considera su opuesto y por lo tanto inferior –las mujeres o la naturaleza– para utilizarlo a su conveniencia y progresar y prosperar a expensas de él.
Además de explicar la interconexión en la opresión que sufren las mujeres y la naturaleza, el ecofeminismo pretende mostrar que, más que dos luchas paralelas, el feminismo y el ecologismo están entrelazados, de tal manera que los avances y retrocesos en uno de ellos se reproducen o reflejan en el otro. Por ende, como sugiere la autora ecofeminista Rosemary Radford Ruether, solo en la medida en que las luchas se articulen conseguiremos erradicar la desigualdad de género y encontrar una solución a la crisis ecológica que estamos viviendo.
Uno de los problemas ambientales que mejor ejemplifica esta interdependencia entre feminismo y ecologismo es el cambio climático. Frenar el aumento de la temperatura global para asegurar la supervivencia humana necesita una solución feminista, así como cerrar las brechas sociales, económicas y políticas entre hombres y mujeres depende de que logremos combatir el cambio climático.
Por un lado, ¿por qué al feminismo le importa la lucha contra el cambio climático? Porque, como ha sido ampliamente documentado, las mujeres son quienes asumen las mayores cargas de los impactos del cambio climático en el mundo, especialmente las más pobres. Esto incluye no solo a mujeres en países en desarrollo, sino también a mujeres negras, indígenas o trans, quienes experimentan otras formas de discriminación que se traducen en niveles mayores de pobreza.
Según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de 2016, el cambio climático está teniendo y tendrá graves repercusiones en la agricultura y la seguridad alimentaria. Esto afecta principalmente a las poblaciones de países en desarrollo, que dependen en mayor medida de la agricultura para subsistir, y especialmente a las mujeres. Por un lado, las mujeres son las principales responsables de la provisión de agua alimentos para sus familias, y en escenarios de cambio climático, estas deben recorrer distancias más largas para conseguirlos, lo que se traduce en menos tiempo para educación y mayor exposición a riesgos de salud y violencia. Por otro lado, solo entre el 10 y el 20% de las mujeres que componen la fuerza laboral agraria en países en desarrollo tienen derechos sobre la tierra. Esto restringe su acceso a créditos agrarios que permitan reducir la vulnerabilidad de sus cultivos y poder seguir viviendo de la agricultura. Cambiar de trabajo tampoco parece ser la opción más fácil, pues las mujeres enfrentan un sinnúmero de barreras legales para acceder a las mismas oportunidades laborales que los hombres. La acumulación de todos estos factores permite concluir que las mujeres tienen y tendrán mayores dificultades que los hombres para asegurar su subsistencia y la de sus familias en escenarios de cambio climático.
Asimismo, un informe de la Organización Mundial de la Salud muestra las distintas formas en que la salud de las mujeres se ve más afectada que la de los hombres con la ocurrencia de eventos climáticos extremos. Por ejemplo, afirma que las sequías, inundaciones y tormentas matan a más mujeres que a hombres, como ocurrió en el ciclón de Bangladesh en 1991, en el que el 90% de las 140.000 personas que murieron eran mujeres. Mientras tanto, un estudio realizado después de la inundación en el distrito de Sarlahi, Nepal en 1993, aseguró que la mayor mortalidad de mujeres se debía a prácticas discriminatorias en la distribución de comida y atención médica, pues la atención humanitaria se otorgó de manera prioritaria a los hombres. El informe también muestra que las mujeres son más propensas a morir en olas intensas de calor y en epidemias de malaria asociadas a tales aumentos de temperatura. Estos números solo aumentarán así como lo harán los desastres naturales debidos al cambio climático.
El cambio en la temperatura global también incrementa el riesgo de las mujeres y niñas de ser víctimas de violencia sexual, explotación sexual, tráfico y violencia doméstica, en especial en situaciones de emergencia por desastres naturales. Lo anterior lo señaló el Informe Mundial sobre Desastres del 2007, que muestra, por ejemplo, que después del tsunami del Océano Índico de 2004, muchas niñas y mujeres de Sri Lanka, Aceh e India fueron obligadas a casarse con “viudos del tsunami” porque sus familias ya no podían mantenerlas. Por otra parte, cuando el Huracán Michael tocó tierra en la Florida en octubre de 2018, la violencia doméstica aumentó en las familias afectadas. Según Meg Baldwin, directora del centro de atención a víctimas de violencia doméstica Refuge House, durante el huracán sus instalaciones en la Florida recibieron el doble de mujeres a comparación de lo que reciben normalmente. A pesar de estas cifras, el impacto de los desastres naturales en los índices de violencia doméstica suele ser ignorado.
En la medida en que el cambio climático exacerba la vulnerabilidad de las mujeres y amplía las brechas de género, es fundamental que el movimiento feminista dirija su mirada a la lucha del ecologismo por salvar el planeta y a la humanidad, pues la promesa de igualdad se vuelve cada vez más lejana con cada precipitación, sequía o tormenta que viene con el cambio climático.
Del mismo modo, la causa climática necesita apoyarse en las luchas del feminismo si pretende asegurar la efectividad de las medidas de adaptación y mitigación al cambio climático que plantea para salvar la vida humana. El informe de la OMS citado anteriormente sugiere que la efectividad de los protocolos de reducción y manejo del riesgo aumenta cuando se incorpora el conocimiento de las mujeres en su diseño e implementación. Por ejemplo, en los Estados de Maharashtra y Gujrat en la India, cuando las mujeres fueron incluidas en las operaciones de socorro posteriores a un terremoto, su enfoque en el desarrollo de capacidades y soluciones a largo plazo resultaron esenciales para el impacto de tales operaciones. Su participación también fue crucial para la divulgación de las medidas de socorro y para recolectar recursos de ayuda para las familias afectadas. Los aportes y perspectiva más holística de las mujeres fueron clave para fortalecer la resiliencia comunitaria. De manera similar, un informe del 52 período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas afirma que debido a la responsabilidad que históricamente han asumido las mujeres en la provisión de recursos para sus hogares y sus comunidades, las mujeres tienen un conocimiento invaluable para el diseño de estrategias para asegurar la subsistencia en nuevas realidades climáticas.
No obstante, las mujeres representan solo el 30% de los cuerpos científicos del mundo, esenciales para la ciencia climática. Además, en la mayoría de países del mundo las mujeres no tienen representación justa en los órganos de gobierno responsables de toma de decisiones para enfrentar el cambio climático. Estas brechas impiden la incorporación de la voz, la experiencia y el conocimiento de las mujeres en la formulación de políticas públicas a pesar de que su inclusión es indispensable para una política climática efectiva, holística y sostenible. En este orden de ideas, el ecologismo necesita del feminismo y sus luchas por abrirle espacios a las mujeres en escenarios de poder, entre otras razones, porque es garantizando la erradicación de las brechas de género que lograremos superar, de manera efectiva y justa, el reto que el cambio climático supone para la humanidad.
El movimiento #MeToo ha ganado una tracción significativa en años recientes y ha permitido generar una conversación pública y abierta sobre el acoso, la violencia sexual y la discriminación de género como nunca antes. Al mismo tiempo, cientos de miles de personas se han reunido para marchar en las calles y los niños y jóvenes han organizado paros estudiantiles mundiales para exigirle a sus gobiernos la adopción inmediata de medidas para frenar el cambio climático. En estos momentos históricos por los que atraviesan ambos movimientos, adoptar una perspectiva ecofeminista que permita articular las luchas puede ser un catalizador importante y estratégico para lograr una voz colectiva más potente contra los sistemas que están, literalmente, destruyendo la Tierra y perpetuando una sociedad desigual insostenible. Articularse, apoyarse mutuamente y capitalizar estos momentos de efervescencia puede resultar en una combinación fulminante para erradicar, o al menos desestabilizar definitivamente, nuestras añejas y dolorosas estructuras de opresión.