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El economista Guillermo Perry falleció el 27 de septiembre a sus 73 años. | Juan Ignacio Roncoroni, EFE

No sé si Guillermo Perry y Camilo Castellanos se conocieron, pero conjeturo que hubieran sabido lograr consensos o, al menos, hubieran tramitado civilizadamente sus desacuerdos.

No sé si Guillermo Perry y Camilo Castellanos se conocieron, pero conjeturo que hubieran sabido lograr consensos o, al menos, hubieran tramitado civilizadamente sus desacuerdos.

Recientemente fallecieron dos personas que Colombia va a extrañar mucho: Guillermo Perry y Camilo Castellanos. Al rendir homenaje a su memoria quisiera resaltar ciertas cualidades cívicas que compartieron, a pesar de sus diferentes trayectorias y visiones políticas, pues son virtudes democráticas que Colombia necesita.

Guillermo Perry fue un economista prestigioso, muy conocido, que ocupó muchas posiciones de poder. Siendo joven fue director de impuestos del gobierno de López Michelsen e influyó decisivamente en una de las más importantes reformas tributarias. Fue varias veces ministro: de Minas con Barco y de Hacienda con Samper. Fue senador y economista jefe para América Latina del Banco Mundial. Ocupó entonces cargos decisorios en el Ejecutivo, en el Legislativo y en las instituciones financieras internacionales. Además —por jugar con el lenguaje de los constitucionalistas—, no solo hizo parte de los “poderes constituidos”, sino también del “poder constituyente”, pues fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1991.

Camilo Castellanos, menos conocido por la opinión pública, fue un intelectual inmensamente apreciado y respetado por las organizaciones populares y el movimiento de derechos humanos, pues dedicó toda su vida e inteligencia a la lucha por la paz y la justicia social. En esos espacios tuvo roles muy importantes: fue director de Cien Días, que ha sido una de las principales revistas alternativas. Fue también director del programa de Paz y Derechos Humanos del Cinep. También dirigió por varios años ILSA, una importante organización de derechos humanos. Coordinó igualmente la Red Interamericana de Derechos Humanos Democracia y Desarrollo y el proyecto “Vamos por la paz”.

Perry fue entonces un intelectual orgánico del poder, sin que esto signifique que fuera un sirviente o adicto del poder, pues fue igualmente un crítico severo de las corrupciones y mezquindades de muchos poderosos en Colombia. Por su parte, Castellanos fue un intelectual orgánico de las resistencias populares, esto es, en cierta forma, del contrapoder. Tuvieron además concepciones políticas diferentes: Perry fue de izquierda en su juventud, pero terminó siendo un liberal igualitario, mientras que Castellanos defendió una izquierda democrática. Lo bello es que estas dos personas, con trayectorias y visiones diversas, compartieron ciertas virtudes cívicas que Colombia necesita.

Ambos dedicaron su vida y su inteligencia a la defensa de lo público, cuando hubieran podido usar su gran talento y rigor intelectual para el enriquecimiento personal. Fueron pulcros e íntegros. Defendían con vigor y rigor intelectual sus principios, pero sin que eso los llevara al dogmatismo y a la intransigencia, porque estaban abiertos al diálogo y a discutir sus posiciones y a variarlas si los convencían. Eso lo viví con Camilo, con quien compartí muchas reuniones y discusiones. No lo constaté personalmente con Perry, pues no nos conocimos, pero lo muestran sus escritos y los testimonios de quienes le fueron cercanos, como nuestra colega Juana Dávila.

No sé si Perry y Castellanos se conocieron, pero conjeturo que hubieran sabido lograr consensos o, al menos, hubieran tramitado civilizadamente sus desacuerdos. El poder y las resistencias populares hubieran logrado así entendimientos en la diferencia, que es la esencia de la democracia. Y es que desde orillas distintas, Perry y Castellanos encarnaron, cada cual a su manera, esas virtudes democráticas que Colombia necesita: compromiso con lo público, rigor intelectual, integridad, defensa de los principios, pero con apertura al diálogo y a la búsqueda de acuerdos, sin negar las diferencias.


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