Educación y pensamiento en economía y derechos humanos
Nicolás Torres noviembre 11, 2015
| Armando Aguayo Rivera
El pensamiento y la educación en economía tienen que tener una aproximación que proteja lo que en verdad importa: los derechos humanos.
El pensamiento y la educación en economía tienen que tener una aproximación que proteja lo que en verdad importa: los derechos humanos.
Recuerdo bien mi primera clase en economía, era sobre la historia del pensamiento económico. Allí aprendí que las primeras preguntas de la disciplina eran sobre la creación y la distribución de la riqueza. Preguntas que estaban estrechamente relacionadas con la justicia y los derechos humanos. Allí también entendí que la teoría de Adam Smith era una teoría moral antes que una teoría política. Según Smith, la justicia requiere que nadie se avergüence de presentarse en público por carecer de recursos.
No obstante, al final del siglo diecinueve, después de la Revolución Marginalista y con la “matematización” de la economía, los economistas relegaron a un segundo plano las preguntas sobre la justicia y los derechos humanos. Asimismo pasó en mis clases posteriores a historia del pensamiento: microeconomía, macroeconomía, econometría… Todas tenían, sobretodo, números.
Deirdre Mckloskey describe esto diciendo que la economía olvidó lo humano. Esto no es una cosa menor para los derechos humanos.
Este tipo de programas en economía no son un fenómeno aislado, de hecho, se han vuelto casi universales y tienen un impacto significativo en la forma en la que los economistas, como científicos sociales y hacedores de política pública, toman decisiones. Muchas personas en instituciones relevantes para los derechos humamos son economistas que han sido educados de esta forma. Me refiero a instituciones como ministerios, agencias regulatorias y entidades transnacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Por lo tanto, el pensamiento y la educación en economía son asuntos relevantes para los derechos humanos.
Es un hecho que la educación en economía se ha alejado de su origen humanista. Ahora enfatiza los modelos matemáticos y estadísticos. Estudios recientes muestran que esto es problemático. Por ejemplo, muestran que los estudiantes de economía son más propensos a despedir a trabajadores que los estudiantes de otras ciencias sociales. Cuando solo piensan en términos de números y de estadísticas, los tomadores de decisiones son más proclives a implementar políticas que afectan negativamente los derechos de otros. Si pensamos a los otros como personas con nombres, historias personales y sentimientos, entonces podemos simpatizar y, solo así, las decisiones que afectan los derechos de los otros se vuelven un asunto serio.
Por supuesto que muchos de estos problemas también están relacionados con la idea, sobre-simplificada, de humano en la economía: un agente racional que toma una decisión para maximiza su utilidad, la cual usualmente depende de su nivel de consumo. La macroeconomía reciente muestra un caso que ilustra el punto. Todos los modelos de crecimiento económico después de Solow están basados en la idea de un agente racional que maximiza su utilidad en función de su nivel de consumo o del nivel de consumo de sus descendientes y un empresario racional que maximiza sus ingresos. Eso es todo. Si como estudiante o como economista uno empieza a repetir esto una y otra vez, empieza a creerlo. No hay cultura, no hay aspectos simbólicos. No, solo hay dos cosas: consumo y ganancias.
Así, el Banquero Anarquista llega a convencer a cualquiera: la única forma de ser feliz y contribuir socialmente es ser rico, muy rico.
Me parece que debemos hacer algo para devolverle el carácter humanista al pensamiento y la educación en la economía. Para empezar, propongo tres cosas:
Primero, los economistas deberíamos leer más literatura y poesía durante nuestra formación. Simpaticemos a través de la literatura. La primera vez que vi esta idea fue en el libro Justicia Poética de Nussbaum. Nussbaum sostiene que los jueces toman mejores decisiones si pueden simpatizar con las situaciones de las partes en conflicto, esto lo pueden lograr a través de escenarios literarios. Esta idea también ha sido propuesta por McCloskey para la educación en economía. Yo creo que debería fortalecerse.
Segundo, los economistas deberíamos tener más debates deontológicos. Como economistas, hemos intentado decir que solo describimos el mundo; miramos la sociedad y decimos qué ha funcionado y qué no. El exitoso libro de Acemoglu y Robinson es un magnífico ejemplo. Ellos, al mirar la evidencia empírica, muestran qué instituciones han hecho a unos países ricos y han mejorado las condiciones materiales de las personas. Concluyen que son los derechos de propiedad bien definidos (sobretodo la propiedad privada) y los derechos a libertad de empresa lo que más contribuye a que los países sean exitosos. Nunca se preguntan si lo que ellos consideran exitosos es realmente deseable o si coincide con tener una buena sociedad o una buena vida.
En este punto deberíamos seguir el ejemplo de Amartya Sen, probablemente el economista más destacado por intentar poner las preguntas morales y políticas en el centro de la economía y por tratar de conectar dos mundos muchas veces distantes: el de la economía y el los derechos humanos. En el futuro, los economistas debemos ser capaces de pensar en términos de derechos humanos.
Finalmente, nuestra formación en economía debería exponernos más a personas de realidades diversas. Durante nuestra carrera no vemos, hablamos o interactuamos con personas de distintos contextos. Como parte de mi práctica jurídica, tuve la oportunidad de interactuar con personas diversas y, sin preverlo, creo que esto fue positivo para mi formación como economista. Durante esa práctica conocí a Jefferson. Jefferson tenía 23 años, trabajaba en una fábrica y sostenía económicamente a su hija y mujer. Durante la práctica también conocí a la señora Amparo, el señor Téllez y a Antonio. Todos con su propia historia. Estas historias me sirvieron para entender mejor la realidad y los contextos en los que viven las personas y con ello a comprender mejor los problemas sociales. No sé cómo se puedan incorporar estas experiencias en la formación de los economistas, pero creo que deberíamos empezar a pensarlo.
Ahora bien, con todo lo que he dicho no quiere decir que no hay cosas valiosas en el pensamiento y la educación en economía. Muchas de sus ideas, conceptos, herramientas de análisis son valiosos. Ideas como la oferta y la demanda, los mercados y la agencia individual; conceptos como el costo de oportunidad, los costos de transacción, el riesgo moral, la selección adversa, y las herramientas de análisis que implican un razonamiento deductivo a partir de supuestos que simplifican la realidad. Asimismo lo son los métodos estadísticos, sin los cuales sería imposible diseñar muchas políticas para la protección de derechos humanos. Todas estas instrumentos brindan una caja de herramientas poderosa.
Sin embargo, como economistas debemos ser más que esa caja de herramientas. Tenemos que darle una dimensión normativa y humana a nuestras preguntas y usarla para guiar nuestras habilidades. Nuestra experticia tiene que ser complementada con una aproximación humanista (como afortunadamente han empezado a ver algunos sectores en economía). El pensamiento y la educación en economía tienen que tener una aproximación que proteja lo que en verdad importa: los derechos humanos.