El buen ciudadano
Mauricio García Villegas marzo 30, 2012
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Hubo un presidente ecuatoriano cuyo lema era “Muerte a la Constitución y larga vida a la religión”.
Hubo un presidente ecuatoriano cuyo lema era “Muerte a la Constitución y larga vida a la religión”.
Se llamaba Gabriel García Moreno y su nombre me viene a la mente cada vez que oigo al procurador Ordóñez. Claro, los tiempos han cambiado y ya no es posible hablar en los términos que lo hacía García Moreno. Pero Ordóñez, con otro lenguaje y otros métodos, hace algo muy parecido. Si usted quiere comprobarlo, lea sus libros. Pero si prefiere una prueba más expedita, vea un video colgado en la página de la Procuraduría destinado a formar al buen ciudadano.
El video empieza con Ordóñez explicando qué se necesita para acabar con la corrupción. Para eso, dice, se requiere tener buenos ciudadanos y para tener buenos ciudadanos se necesita tener “buenos hombres y para tener buenos hombres —concluye— debemos tener familia”. ¿Y cómo lograr eso?; aparece entonces la imagen de un libro rojo y grande, semejante a una biblia y con el título Los principios. Eso es lo que Colombia necesita, dice una voz en off; los principios: portarse bien, familia, trabajo y, sobre todo, la trascendencia. “¿En qué cree usted?”, pregunta la voz en off; “¿es usted trascendente?; ¿es usted capaz de entender la existencia más allá de lo tangible?”. Y entonces aparece la imagen del aprendiz de buen ciudadano mirando hacia arriba ante una luz que se abre paso por uno de los costados superiores de un cielo azul.
El lenguaje no es el de García Moreno. No se habla de Dios sino de trascendencia; no se menciona la Biblia sino el libro de Los principios; no se dice fe sino capacidad de “ver más allá”. La transposición (infantil, por decir lo menos) de imágenes y palabras sugiere, a todas luces, que lo primero que se necesita para ser un buen ciudadano es tener fe en Dios y ser un buen cristiano.
Luego, dice el video, se necesita la ética. Se habla entonces de tres virtudes: la libertad, la tolerancia y la honestidad. De la primera se dice que sólo es libre aquel que hace buen uso de su libertad y para demostrarlo se cita a Nicolás Gómez Dávila (el mismo que sostenía que todos lo errores políticos resultaban de errores teológicos). “La libertad —dice Gómez— es un bien y sólo sirve para hacer el bien”. (García Moreno decía algo parecido: “Libertad para todos y para todo, salvo para el mal y para los malhechores”). En la misma lógica, la tolerancia sólo puede existir con respecto a quien hace el bien (el bien del “libro de los principios”, claro).
Todo esto nos lleva a la honestidad. Sólo es honesto, se afirma, quien defiende los principios por encima de todo, incluso de la ley. “¿Usted es honesto —pregunta la voz en off— o se limita a cumplir las normas?”; y aparece el artículo primero de la Constitución colombiana. “No se tuerza, dice luego la voz, empiece por los principios”; (no los de la Constitución, sino los verdaderos, los del libro grande y rojo, debería concluir el aprendiz de buen ciudadano).
Si esto lo dijera un sacerdote, yo no tendría ningún problema. Pero lo dice un procurador; es decir, un funcionario que tiene el deber de hacer cumplir la Constitución y la ética (pluralista, laica y liberal) en la que ésta se inspira.
En este país de leyes y de leguleyos buena parte de la corrupción se hace torciéndole el cuello a la Constitución y a la ley; cabalgando en esa frontera difusa que hay entre lo que está permitido y lo que está prohibido. Me pregunto si la manera velada como este video pone la religión (y la ética tomista) por encima de la Constitución y de la ley no es también una forma particular de corrupción. Sea lo que fuere, creo que prefiero la franqueza del presidente García Moreno.