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Nuestras altas cortes tienen una muy baja representación de mujeres y no existe ningún esfuerzo institucional para revertir esta tendencia que hace de la cúpula del poder judicial un espacio mayoritariamente masculino.

Nuestras altas cortes tienen una muy baja representación de mujeres y no existe ningún esfuerzo institucional para revertir esta tendencia que hace de la cúpula del poder judicial un espacio mayoritariamente masculino.

Prueba de ello es que la Corte Suprema de Justicia no eligió ninguna mujer en las vacantes que lleno recientemente. Esta reflexión volvió a mi mente la semana pasada durante una audiencia en la Corte Constitucional sobre la reforma constitucional de equilibrio de poderes.

El pasado 30 de marzo, la Corte decidió convocar a funcionarios públicos, integrantes de la rama judicial y académicos para discutir sobre la constitucionalidad del nuevo modelo de gobierno judicial y la comisión de aforados. De los 19 participantes, sólo había 3 mujeres: la magistrada Margarita Cabello Blanco, presidenta de la Corte Suprema de Justicia; la exconstituyente María Teresa Garcés y la representante Angélica Lozano. Algo similar pasó el 9 de septiembre del año pasado con una audiencia sobre el mismo tema, en la cual estaban convocados 18 participantes, de los cuales sólo había dos mujeres: la senadora Claudia López y la directora de la Corporación Excelencia para la Justicia, Gloria María Borrero.

Lo que era aún más surreal en la audiencia del 30 de marzo pasado es que todas la voces hablaban de autonomía, independencia y equilibrio. Con voces graves, indignadas o caballerosas, cada uno defendía su punto de vista. Si bien se referían a la discusión constitucional, no me dejaba de parecer paradójico que tantos hombres hablaran de estos principios constitucionales y simultáneamente se sintiera la ausencia de la voz de las mujeres en un debate central para la estructura del Estado.

Del lado de la Corte Constitucional se sentaban tres mujeres extraordinarias que han abierto un camino a una nueva generación de juristas: la presidenta María Victoria Calle, la magistrada Gloria Stella Ortiz y la secretaria general Martha Victoria Sáchica. Como lo dije en una columna anterior, ellas han demostrado con rigor y buen criterio jurídico que las mujeres son necesarias para hacer un mejor derecho constitucional. Sin embargo, cuando se analiza el conjunto de los magistrados auxiliares (los cargos con mayor influencia y remuneración) de la Corte Constitucional (27), se encuentra que sólo existen 7 mujeres, aproximadamente el 25% del total. De hecho, cuatro despachos tienen solamente hombres como magistrados auxiliares, tres despachos tienen solamente una mujer y dos despachos tienen una proporción de dos mujeres y un hombre. Este análisis no incluye otras variables de diversidad racial, étnica, sexual, regional, de clase social, pero en algún momento deberíamos entrar a considerarlas para examinar la inclusión en las altas cortes.

La Corte Constitucional ha hecho mucho por la igualdad de género en el país, pero debería continuar en casa. Nuestro derecho constitucional no puede seguir siendo un club de caballeros (o también conocido como un Club de Tobi) que definen el destino de todos sin la participación de las mujeres. Por eso sueño con una audiencia en la Corte donde la mitad de las convocadas sean mujeres, que todos los despachos tengan al menos una mujer como magistrada auxiliar y que nuestra Corte sea mayoritariamente de mujeres. Vale la pena recordar a la magistrada Ginsburg de la Corte Suprema de los Estados Unidos, a quien alguna vez le preguntaron cuántas mujeres creía que debería haber en la Corte y ella contestó que nueve, haciendo alusión a la totalidad de los magistrados.

 

Las mujeres en la Corte Constitucional pueden hablar con mucha más propiedad sobre la autonomía personal por sus propias luchas por el reconocimiento y creo que ellas merecen tener una voz propia en los debates constitucionales para hacerlos realmente democráticos.

De interés: Igualdad

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