El costo de ser mujer
Celeste Kauffman Agosto 15, 2014
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Ser mujer en nuestra sociedad capitalista y sexista es costoso.
Ser mujer en nuestra sociedad capitalista y sexista es costoso.
El costo de ser mujer empieza en el empleo, donde les paga a las mujeres menos que a los hombres por realizar el mismo trabajo. A las mujeres les cobran más que a los hombres por los mismos productos, y ellas deben asumir gastos que los hombres no, ya sea por necesidad biológica o por satisfacer expectativas sociales.
En todos los países del mundo, las mujeres ganan menos que los hombres. La disparidad salarial varía entre los países, pero en ningún país las mujeres ganan igual que los hombres. En los países para los cuales existe información, esta disparidad varía entre menos 5 por ciento en los países más igualitarios, hasta el 37 en los países más desiguales. En Colombia, un estudio del 2010 revela que esta disparidad oscila entre el 25 y 35 por ciento.
Pero la disparidad no termina con el salario, sino que además de ganar menos, las mujeres también tienen mayores gastos que los hombres. En el comercio, los productos dirigidos hacia las mujeres son más costosos que los mismos productos que son comercializados para los hombres. Hace un año, la empresa de suministros de oficina, Bic, se convirtió en un hazmerreír cuando los medios reportaron que sus esferos “para ella” costaban 70 por ciento más que los otros esferos. ¿La única diferencia entre los dos? El esfero “para ella” era rosado. ¿Será que el tinte rosado vale 70 por ciento más que el tinte azul?
Pero Bic no es la única empresa que cobra a las mujeres más por los mismos productos. Los productos de aseo personal, por ejemplo, pueden costar entre 10 y 75 por ciento más sólo porque su mercado son las mujeres. El desodorante, las rasuradoras, el jabón y hasta la crema facial cambia de precio dependiendo a quien se comercializa, aunque la única diferencia entre los productos sea su empaque y la fragancia.
Además de cobrarles más por los mismos productos, las mujeres también enfrentan gastos que los hombres no: los productos sanitarios y analgésicos para la menstruación (¡durante hasta 40 años!), la planificación, y todos los costos del embarazo y la maternidad llegan a cifras muy altas. Solamente el gasto en toallas higiénicas y tampones puede sumar más de 4 millones de pesos durante la vida de una mujer.
Estos son gastos necesarios, pero también existen gastos que las mujeres deben asumir debido a las expectativas sociales sobre cómo una mujer debe presentarse para ser considerada atractiva, profesional o, incluso, presentable. La imagen de la mujer vanidosa es un cliché, pero contiene un grano de verdad: la sociedad y publicidad enseña que el valor de una mujer es su belleza, y convenientemente ofrece un sinfín de productos que prometen embellecerlas; claro, por un precio. Acuérdese, no hay mujer fea, sino mal arreglada.
¿Se ha fijado como en las tiendas la sección de ropa de mujer ocupa unas cuatro veces más espacio que la sección de hombres? Se espera que las mujeres tengan un vestuario mucho más amplio que los hombres, y la moda cambia más rápido.
Estas mismas presiones sociales nos dicen que es un deber comprar productos de belleza, maquillaje, y productos anti-edad. Pensemos además en la cantidad de dinero que las mujeres gastan en el mantenimiento de su cabello, pues, nos enseña la Biblia, el cabello de una mujer es su gloria. Este gasto aumenta significativamente en el caso de las mujeres negras, quienes muchas veces se ven obligadas a pagar tratamientos para alisarse el cabello, ya que en el entorno laboral no consideran “profesional” su cabello natural.
Claro, nadie las obliga a hacer estos gastos. Sin embargo, las presiones culturales y sociales que enfrentan las mujeres en cuanto a su apariencia son fuertes. Premiamos a las mujeres que siguen estas normas y castigamos a las que no. Definamos a las mujeres a partir de su físico y belleza, lo cual hace estos gastos socialmente «necesarios».
Aunque parezca chistoso que un esfero rosado cueste más que un esfero azul, las políticas discriminatorias que determinan esta diferencia no son graciosas. La disparidad salarial, las diferencias de precios basados en género, y las expectativas que obligan a las mujeres a gastar más que los hombres para participar «cómodamente» en la sociedad tienen impactos reales sobre la igualdad, la seguridad e independencia económica de las mujeres.