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Alejo Durán, el primer rey vallenato, y para muchos el más grande de los músicos vallenatos, no sólo nos dejó el legado de su bella música sino una enseñanza de dignidad y ética que merece ser recordada en esta época de tantas indignidades.

Alejo Durán, el primer rey vallenato, y para muchos el más grande de los músicos vallenatos, no sólo nos dejó el legado de su bella música sino una enseñanza de dignidad y ética que merece ser recordada en esta época de tantas indignidades.

En 1987 se realizó el primer Festival Rey de Reyes, que enfrentaba a los reyes vallenatos de los años anteriores. Alejo Durán era el favorito del público y todo indicaba que iba a ser el ganador, pero cometió un pequeño error al interpretar en la final su obra Mi pedazo de acordeón. Fue una equivocación imperceptible para muchos, pero no para el propio Durán, quien detuvo su presentación, abrió sus enormes brazos ante el público y dijo en forma memorable: “Pueblo: me he acabado de descalificar yo mismo”.

Alejo Durán no esperó a que el jurado lo descalificara por su error. No buscó tampoco ocultar su equivocación o aprovechar que ésta de pronto había pasado inadvertida para el jurado o para el público, pues él sabía que había cometido un error que lo hacía indigno de ser coronado como Rey de Reyes. Y que tenía entonces una suerte de deber de descalificarse, aunque le implicara perder la corona a la que legítimamente aspiraba.

Este deber de descalificarse que encarna Alejo Durán debería ser la norma de todo servidor público decente, o al menos de quienes ocupan altos cargos. Uno esperaría que si un ministro, un congresista o un magistrado comete una indelicadeza o incurre en un error que lo haga indigno del cargo, entonces que sea el propio servidor público quien, sin esperar ninguna investigación penal o disciplinaria, renuncie a su gestión y nos diga: “Pueblo, me he acabado de descalificar yo mismo”.

A veces eso sucede. Juan Carlos Esguerra, un jurista decente, pero quien, como ministro de Justicia, erró en el trámite de la reforma judicial, asumió su responsabilidad política y renunció, pues consideró que su equivocación, aunque fuese de buena fe, lo descalificaba para seguir de ministro. Pero su actitud es la excepción. Muchos congresistas o magistrados, a pesar de evidentes errores o indelicadezas, que los descalifican para esos altos cargos, no sólo no renuncian sino que ni siquiera piden excusas y buscan justificar, con argumentos leguleyos, sus actuaciones, como lo hizo la entonces presidenta de la Corte Suprema, quien defendió el uso de los permisos, que son distintos a las vacaciones, para irse en un crucero. O como el actual presidente de esta misma corte, a quien no le ha parecido que merezca alguna disculpa pública prestarle a su hijo el carro blindado oficial, que le corresponde como magistrado y que sólo debe ser manejado por su chofer.

Si nuestros magistrados tuvieran la dignidad de Alejo Durán, no estaríamos en el debate sobre el tribunal de aforados, pues se descalificarían ellos mismos por sus errores, sin esperar a que un juez superior los sancionara. Pero no es así. Tal vez debamos exigir que todo alto funcionario, antes de posesionarse, al menos vea el video de cuando Alejo Durán se autodescalifica. De pronto les sirve.

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