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| EFE Noticias

Muchos otros autores han sido felizmente traicionados por sus herederos o sus amigos. Los hijos de García Márquez traicionaron la voluntad de su padre. ¿Existe el deber de no traicionar la voluntad del autor fallecido? No lo creo.

Muchos otros autores han sido felizmente traicionados por sus herederos o sus amigos. Los hijos de García Márquez traicionaron la voluntad de su padre. ¿Existe el deber de no traicionar la voluntad del autor fallecido? No lo creo.

Decir la verdad es, sin duda, un deber, pero ¿tiene excepciones? Immanuel Kant, el gran filósofo alemán del siglo XVIII, pensaba que no, que ninguna mentira estaba justificada. Muchos se han opuesto a esta idea, entre ellos Benjamin Constant, con el argumento de que la valoración moral de ese deber depende de las circunstancias. Creo que, en este debate, Constant tenía la razón.

Digo esto a propósito de la publicación póstuma de En agosto nos vemos, de García Márquez. Esta novela, escrita antes de que el autor cayera en las brumas del Alzhéimer, estaba terminada pero no lista para ir imprenta, con lo cual sus hijos, herederos de sus bienes, han violado la voluntad de su padre de no publicarla. Pero, así como existe el deber de decir la verdad, ¿existe el deber de no traicionar la voluntad del autor fallecido? No lo creo.

A simple vista el caso parece fácil, pero no deja de tener su complejidad. Las razones de un gran escritor para engavetar una obra pueden ser variadas (conozco a uno que tiene archivada una novela para no incomodar a algunos de sus familiares) pero con frecuencia se trata de su insatisfacción con el texto. Los autores, sobre todo los grandes autores, más que escribir, reescriben, acumulan versiones con el deseo, quizás vano, de alcanzar el texto perfecto; pero como son humanos y hay que terminar el trabajo algún día, se ven forzados a mandar el libro a imprenta sabiendo que alguna mejoría adicional aún era posible.

Suprimir lo que sobra es un acto de creación tan importante como agregar lo necesario; es por eso que cuando alguna de estas dos labores falta, o faltan ambas, el autor retiene su obra y les pide a sus herederos no publicarla. Para los grandes escritores, como García Márquez, la idea de difundir un texto con imperfecciones ha sido algo insoportable.

Milan Kundera cuenta que Kafka envió el manuscrito de La metamorfosis a una revista dirigida por Robert Musil, el autor de El hombre sin atributos, quien aceptó publicar el texto a condición de que fuese acortado, lo que para Kafka resultó inaceptable. Podía soportar la idea de no ser publicado, comenta Kundera, pero no la idea de ser publicado con su obra mutilada.

Muchos otros autores han sido felizmente traicionados por sus herederos o sus amigos. Virgilio dejó instrucciones claras para que el manuscrito de La Eneida fuera quemado después de su muerte. Franz Kafka estimaba que la mayoría de sus obras no estaban terminadas y por eso no quiso publicarlas. Pero Max Brod, su albacea y amigo íntimo, publicó todo después de su muerte.

Al respecto afirma Kundera: “El deseo de un amigo muerto para mí es una ley, pero ¿qué habría hecho yo en ese caso?” a lo cual responde que tampoco habría podido obedecer las instrucciones de Kafka, aunque habría considerado esa desobediencia “como una excepción (…) hecha por alguien que trasgrede una ley, no como alguien que la niega o anula”.

Creo que eso fue lo que hicieron los hijos de García Márquez al traicionar la voluntad de su padre. Quizás también pensaron que los lectores de En agosto nos vemos tendremos dos buenas razones para ser condescendientes con la novela. La primera: incluso sabiendo que no es su mejor obra, reviviremos algo de la felicidad que tuvimos cuando leímos sus mejores textos; y la segunda: nuestra admiración por su padre quedará intacta al saber que, en el caso de esta novela sin pulir, su voluntad de no publicarla fue traicionada por ellos.

Constant habría estado de acuerdo con esa traición y sospecho que el mismo Kant también.

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