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El diablo y la policía

Yo prefiero que me proteja un policía escéptico y bien informado, que uno ingenuo y fantasioso, de la misma manera que si voy en un avión que está fallando prefiero estar en las manos de un piloto que recurre a todo su conocimiento técnico, que en las manos de uno que se pone a rezar. | EFE

La lucha contra el crimen es un asunto de este mundo y por eso involucrar a seres del más allá en eso que los policías llaman, con algo de desmesura, “la inteligencia” es, por decir lo menos, poco inteligente.

La lucha contra el crimen es un asunto de este mundo y por eso involucrar a seres del más allá en eso que los policías llaman, con algo de desmesura, “la inteligencia” es, por decir lo menos, poco inteligente.

“Sabemos lo cruel que puede ser la verdad y por eso nos preguntamos si el engaño no es más consolador”, dijo Henri de Poincaré a finales del siglo XIX. Me acordé de esa frase oyendo al general Henry Sanabria, director de la Policía, decir que el exorcismo sirve para luchar contra la criminalidad. Siguiendo el razonamiento de Poincaré, ante las incertidumbres que enfrenta en su trabajo, Sanabria se apaña una explicación de guerra sobrenatural que libran las fuerzas del bien contra las fuerzas del mal.

Lo de Sanabria es humano, demasiado humano: nuestra mente está preparada para no desfallecer ante las dificultades y para eso inventamos relatos que explican lo que no entendemos, cuentos que nos despejan las dudas y nos sacan del remolino de las cavilaciones. Los relatos más efectivos, los que mejor taponan los agujeros de la duda, son las religiones, sobre todo las monoteístas. Algunas, como la católica, han ido muy lejos en ese propósito: crearon un ejército de santos que ayudan a superar los pesares de la vida, controlan tempestades, arreglan matrimonios, curan enfermedades, libran guerras, otorgan riquezas y, claro, salvan el alma. Y para que la cosa se parezca más al mundo real, inventaron un regimiento de malos, con un demonio a la cabeza, que conspira, maquina y fragua toda suerte de encantamientos para conseguir que las almas se condenen. Los teólogos dicen que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero lo que ocurrió fue algo parecido a lo contrario: la gente hizo del cielo y del infierno un reflejo exagerado de sus conflictos en la tierra. (La Reforma Protestante se concibió, en buena medida, para purificar la fe de tanta mundanidad).


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La lógica religiosa tiene poco que ver con los asuntos de la lógica, empezando porque nunca se equivoca. Todo resultado está confirmado por la fe: si se ora para que cese la tormenta y la tormenta cesa, es porque Dios lo quiso; si no cesa, es porque no se oró con la piedad suficiente o porque Dios quiso darnos una lección de humildad. El general Sanabria dice que antes de cada operativo se bendicen las armas y se reza para que todo salga bien. Pero si hubiese estudios serios sobre los operativos de la Policía se podría ver que no hay milagros ni maleficios, que todo es cuestión de estrategias bien o mal diseñadas.

Los mejores cuerpos de policía del mundo están tecnificados y obedecen a un análisis cuidadoso de hechos medibles y de experiencias de ensayo y error. Con la lógica del general Sanabria, en cambio, nunca se sabe si los fracasos de los operativos obedecen a las falencias de su estrategia o a la acción del demonio.

La lucha contra el crimen es un asunto de este mundo y por eso involucrar a seres del más allá en eso que los policías llaman, con algo de desmesura, “la inteligencia” es, por decir lo menos, poco inteligente. Yo prefiero que me proteja un policía escéptico y bien informado, que uno ingenuo y fantasioso, de la misma manera que si voy en un avión que está fallando prefiero estar en las manos de un piloto que recurre a todo su conocimiento técnico, que en las manos de uno que se pone a rezar. Me dirán que el general Sanabria hace las dos cosas, investiga y reza, como combinando todos los medios de lucha, pero eso, además de inútil, es confuso.

Y no hablé del otro problema que enfrenta Sanabria: el de la discriminación al interior de la Policía por violación a la libertad de cultos.

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