El humor contra el poder
César Rodríguez Garavito julio 21, 2017
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Las calumnias del expresidente Uribe contra Daniel Samper Ospina demuestran que la sátira es cada vez más incómoda, cuanto más se multiplican los liderazgos populistas de izquierda y derecha.
Las calumnias del expresidente Uribe contra Daniel Samper Ospina demuestran que la sátira es cada vez más incómoda, cuanto más se multiplican los liderazgos populistas de izquierda y derecha.
Hace un par de años, investigando para un artículo en este diario sobre la persecución del expresidente ecuatoriano Rafael Correa contra el caricaturista Bonil, me encontré con esta joya atribuida al nobel de literatura Darío Fo: “la sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”.
No contaba entonces con que pronto nos toparíamos en Colombia con miedos y poderes similares. Muchos pensábamos que si el humor y el mamagallismo nos habían ayudado a sobrellevar la guerra, florecerían con mayor razón en la posguerra.
Las calumnias del expresidente Uribe contra Daniel Samper Ospina sugieren lo contrario: la sátira es cada vez más incómoda cuanto más se multiplican los liderazgos populistas de izquierda y derecha, desde Maduro hasta Trump, desde Ortega hasta Uribe.
Antes de la posverdad, los hechos solían ser el antídoto eficaz contra la versión impuesta desde el poder. De ahí que la receta autoritaria fuera cerrar los medios independientes (como Maduro y Correa) o “chuzar” a periodistas y críticos (como Uribe).
Pero los hechos ya no son lo que eran, al menos desde que Trump y las redes sociales fabricaron los “hechos alternativos”. Por eso el humor es indispensable para la democracia, ahora más que antes. La comedia es el género a la altura de nuestros tiempos. Como la caricatura es una exageración de lo real, logra captar los rasgos de una realidad política exagerada, de una época de discursos y egos desmedidos. Ante la burla a la verdad de los líderes antidemocráticos, quizás la respuesta idónea es la burla y el ridículo, como dijo hace poco Noam Chomsky.
Visto así, se entiende por qué el documentalista Michael Moore, maestro de la sátira, fue quien predijo con precisión la victoria de Trump, cuando las encuestas decían lo contrario. Trump o Uribe pueden capotear a los medios, pero pierden los estribos en Twitter con las parodias, como las de Stephen Colbert allá o las de Samper acá. El teflón uribista resiste la verdad, pero no el sarcasmo.
Tenía razón Darío Fo. El poder de Correa no soportó el humor: invocando la “ley mordaza” que había promovido para silenciar a sus críticos, le impuso a un diario una multa de US$90.000 por publicar una caricatura de Bonil. Según la agencia gubernamental encargada de la censura, el dibujo de Bonil “no corresponde a la realidad” y “estigmatiza la acción” de quienes aparecen en él (con lo cual dijo lo obvio porque en eso consiste una caricatura). El presidente Sisi en Egipto tampoco soportó el sarcasmo y envió al exilio en 2014 al célebre comediante Bassem Youssef, cuando su programa de televisión se hizo más popular que el propio gobierno.
Era esencial rechazar los ataques de Uribe contra Samper y firmé una carta colectiva que lo hizo. En adelante, creo que la respuesta más eficaz no es la misma moneda de ofensas calumniosas. Ante la posverdad y la falta de humor, hay que redoblar el trabajo por el debate abierto, ponderado y veraz. Y defender el poder liberador del humor.